Cazadores de nubes. Javier Enrique Gámez RodríguezЧитать онлайн книгу.
—La hija. Dijo que se le hacía raro que su papá no se hubiese levantado a ayudarla con los panes. Él nunca había fallado una madrugada. Treinta minutos después del horario habitual se dirigió al cuarto. Llamó varias veces, pero al no recibir respuesta se decidió a tocar la perilla, la sintió fría y su mano rechazó esa sensación al contacto. Se había puesto nerviosa. Abrió la puerta de un tirón y una cortina de humo azul salió huyendo del cuarto. Ella gritó el nombre de su papá y entró en su búsqueda. Lo que encontró la dejó asombrada. —El sargento enmudeció, congelando las palabras. Miraba al muerto.
—Oiga, sargento, ¿está acá? —Chasqueé los dedos y volvió en sí— ¿Qué fue lo que encontró?
—El cuarto de su papá estaba […] ¡Totalmente congelado! El piso, las paredes, ¡Su papá! —Dijo el sargento
—¿Pero ¿cómo es posible? —dije.
—Aún no lo sabemos, Héctor, y que Dios nos guarde. —Se echó la bendición.
—Gracias por todo, sargento.
—Con gusto. Si sabemos algo antes de que publiques, te llamo. Váyanse rápido antes de que llegue la fiscalía.
—Te lo agradezco —dije.
Le tomé un par de fotos al cuarto y a don Eustaquio. Luego, entrevisté a la hija del difunto en caso de que supiera algo más de lo que me había dicho el sargento. Le pregunté si era víctima de extorsión o que si se había negado a algún pago de “vacuna”. Me dijo que sí, que él estaba en contra de eso. Siempre decía que ningún grupo al margen de la ley le iba a quitar parte del dinero que se ganaba con el sudor de su frente. Le agradecí, le di el sentido pésame y Quintana y yo salimos de ahí directo a la oficina.
Me senté y comencé a escribir lo que había acontecido desde la primera muerte extraña. Creía que aún faltaba más por investigar.
Cazadores de nubes
Miguel estaba revisando que todo estuviera en orden y lo último que quería era que sucediera lo mismo que en el encargo anterior. David no le había proporcionado suficiente helio al globo delantero y, como era de esperarse en estos casos, comenzaron a tener fallas en la cacería y tuvieron que aterrizar con la mitad de las nubes que tenían planeado atrapar ese día. El barco comenzaba a desbalancearse, se inclinaba de popa; así que Milena ordenó mover con cuidado las nubes hacia la proa, para equilibrar un poco y no tener mayores complicaciones. Ya tenían varios años de experiencia y no existían precedentes de esta rara, aunque bella, profesión, que, por su razón de ser nueva y práctica, todavía no se encontraba fundamentada en libros ni teorías. Sin embargo, se veían muy hostigados por empresarios, investigadores y curiosos excéntricos que se acercaban con promesas de darles cuantiosas sumas de dinero para que los dejaran entrar al equipo o simplemente para que se dejaran analizar por ellos a cambio de patrocinio, mejoras en sus equipos y toda clase de lujos. Milena siempre los ahuyentaba, era una mujer con un carácter demasiado agresivo y lo demostraba solo con el tono de su voz y la manera de mirarlos cada vez que se acercaban a la Casa-Trabajo, como le suelen llamar. Aunque muchos amaban esa labor que desempeñaba el equipo de Milena, contaban con muchos detractores, quienes criticaban los crímenes cometidos con los encargos que ellos traían, generalmente por personas que se hacían pasar como humildes y con planes de utilizar dichos encargos con fines productivos. Al contrario, estas personas llenaban de nubes el cuarto de las víctimas mientras dormían, cerraban la puerta desde el lado de afuera y no dejaban manera de escaparse; así, quien estuviera dentro del cuarto, moría ahogado. Al día siguiente encontraban el cadáver nadando en las ya precipitadas nubes. También estaban los que encargaban nubes de fácil conversión a neblina, de esa manera, sus víctimas morían congeladas y después los victimarios podían pasar a recoger la neblina esparcida. Este nuevo método era aplicado por grupos al margen de la ley, quienes vieron en él una nueva oportunidad de eliminar a sus enemigos sin ser atrapados por la autoridad, pues no estaba establecido que matar con una nube fuera un delito ya que no era considerada como un arma.
Desde la conformación del equipo, Milena vio como prioridad los encargos con fines productivos, como el uso de las nubes en forma de irrigación de plantas y proporción de agua potable para los animales de las fincas y el consumo humano, entre otros tipos de uso que se les pudiera ir ocurriendo a ellos o a sus clientes. También se encontraban los fines amorosos y era el de bajar nubes, llevarlas al taller, moldearlas de acuerdo con la forma establecida por el cliente, que por lo general era una rosa o un corazón, y se le podía hacer una inyección de alcohol para ir tomando de la nube en el encuentro romántico.
Al comienzo había mucho escepticismo sobre los beneficios de esta práctica y quienes comenzaron con los encargos fueron los de tipo romántico. Los pedidos fueron aumentando vertiginosamente a medida que transcurría el tiempo y todos veían con buenos ojos los resultados alcanzados por su equipo y los que utilizaban las nubes para beneficios comunes.
Hubo un grupo de personas que querían nubes que estaban en medio de tormentas eléctricas; brillaban con un color oscuro y los cazadores de nubes todavía no las habían estudiado. El dinero era demasiado y el equipo lo necesitaba para reparar el atrapa-nubes y hacer un cambio de máquinas por unas más modernas, necesarias para cubrir un mayor número de clientes y demorar menos en cada caza.
Revisaron los globos, los pararrayos y soltaron las sogas. El barco se adentró en el cielo, en dirección noreste, franqueando las nubes donde el infinito azul se iba perfilando en gris, negro y estruendos ensordecedores. A unos ocho kilómetros divisaron una gran masa de nube. Milena preparó la nave atracadora, solo cabían dos personas y el equipo que utilizaban para atrapar nubes. Sin embargo, por el tamaño y el riesgo de esta operación, tuvieron que destinar dos naves y dejar a Jimmy en el barco para que se acercara lo más posible sin comprometer ninguna nave. Ya establecidas las personas que iban en cada una, partieron en dirección opuesta de la nube para abarcarla toda, mientras Jimmy movía una de las naves con suma precaución, colocándola de popa a la nube de manera tal que el pararrayos los cubriera y aprovechando la energía producida por los rayos para almacenar la nube al interior del barco en caso de que uno o los dos globos terminaran comprometidos durante la operación, y para utilizarla al mantener la nave en el aire el tiempo necesario para esperar los atracadores y aterrizar sin ningún problema.
—Mantén firme la trampa y recuerda que debemos soltarla cuando veamos la señal —expresó Milena.
—Solo espero que no tengamos que utilizar los paracaídas.
—No te preocupes que eso no va a suceder.
Estando en posición para atrapar la nube, un torrencial aguacero comenzó a tener vida desde la ubicación de la nave y corría fuerte hacia el primer grupo. Hay que dar la señal, dijo Milena buscando la pistola de bengala que se alejaba, presurosa, entre los fuertes vientos que acarreaba la lluvia.
—No hay forma de avisarles y debemos hacerlo antes de que la nave se vea afectada, pero no podemos recuperar la pistola y además era la única —dijo Milena.
—¡Le dije a Jimmy que se encargara de equipar cada atracador por igual, pero no confían en David!
—Toma, encárgate de lanzar la malla cuando veas mi señal —dijo Milena antes de saltar.
—¡No podemos ver nada desde acá, creo que deberíamos regresar! —gritaba Miguel advirtiendo lo que se avecinaba.
—¿Qué es eso? —Miguel señaló a treinta metros debajo de la otra pequeña nave— Se parece a […] ¡Pedro, suelta la trampa!
Todo iba acorde a lo planeado […] excepto por un pequeño percance. Los atracadores regresaban despacio a la nave y, estando cerca, David atracó el barco por la popa y subió por la escalera que le hubo lanzado Jimmy, que, extrañado por la ausencia de Milena, esperó un rato mientras David iba por el otro equipo que logró franquear el camino restante y embarcar la nube. Ya en cielo abierto le preguntaron a David qué pasó y él relató lo que Pedro y Miguel comprendieron en medio de la cacería.
—¿Pero tenía el paracaídas puesto cuando se