En la tormenta. Флинн БерриЧитать онлайн книгу.
se daría cuenta y saldría. Si empezaba a correr, él podría atraparla en el tramo de campos entre la urbanización y el pueblo, sin nadie alrededor.
Mantuvo la distancia entre ellos y consiguió avanzar una media manzana.
El hombre giró y fue hacia ella. Caminaba de una manera rara, como de puntillas, dando pasos cortos. Ella empezó a gritarle. Mientras le chillaba, él se acercó con pasos rápidos, como si sufriera sacudidas.
Se suponía que tenía que espantarlo. Eso era lo que le habían dicho, lo que nos habían dicho a todas. Monta una escena, llama la atención, pónselo difícil y te dejará en paz.
No sirvió de nada. En cuanto estuvo lo bastante cerca, apretó la garganta de Rachel con una mano, la agarró del cuello y la lanzó al suelo. Se arrodilló junto a ella y le bloqueó la ingle con una pierna. La agarró del cuello con una mano y empezó a asestarle puñetazos en el estómago y en el pecho y en la cara. Ella lo golpeó y arañó. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Rachel trató de darle un puñetazo en la tráquea, pero él se giró y el golpe fue a parar a su mandíbula. Él le agarró la mano en el aire y le partió el brazo, atrapándolo luego con la rodilla. Le golpeó la cabeza contra la acera y su cráneo se humedeció.
Siguió pegándole en la barriga y en la cara. Luego se levantó de puntillas y la miró. Ella se agarró la cabeza mojada.
Trató de quedarse quieta, pero su cuerpo se sacudía y convulsionaba. Cuando los espasmos cesaron, se puso de rodillas como pudo, luego de pie, y el suelo rodó. Se alejó, porque, si se daba la vuelta, él volvería desde detrás de las casas, dando saltitos, y la tiraría al suelo de nuevo.
Caminó arrastrando los pies por el asfalto. Tenía el brazo izquierdo roto y lo sostenía contra el pecho. Mientras se retiraba, no dejó de mirar por los huecos que había entre las casas. Oía su propia respiración, las rápidas inhalaciones que le inflaban el pecho.
Capítulo 10
Lo que pasó en casa de Rachel el viernes no encajaba con nada de lo que había fuera: la casa del profesor al otro lado de la calle; la vecina montando a caballo; los olmos; el coche en la entrada.
No tiene ningún sentido. Había gente en el pueblo, docenas de personas, a poco más de un kilómetro de donde la asesinaron. Cuando llegué, la ciudad estaba tranquila, como si la nieve ya hubiera empezado a caer. Vi a una mujer salir de la biblioteca con un montón de libros; un hombre mirando pasteles en el escaparate de la confitería; uno de los empleados del pueblo levantando un fajo de papeles del asiento contiguo y bajando de su furgoneta; gente maniobrando con sus coches por las calles estrechas, escuchando el pronóstico del tiempo. Es como si algo se hubiera cernido sobre la casa de Rachel y la hubiera cambiado por completo, mientras el resto de la ciudad permanecía intacta.
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