Эротические рассказы

Electra. Benito Pérez GaldósЧитать онлайн книгу.

Electra - Benito Pérez Galdós


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de la otra.

      Cuesta. ¿Y de salud?

      Pantoja. Mal y bien. Mal, porque me afligen desazones y achaques; bien, porque me agrada el dolor, y el sufrimiento me regocija. (Inquieto y como dominado de una idea fija, mira hacia el jardín.)

      Cuesta. Ascético estáis.

      Pantoja. ¡Pero esa loquilla...! Véala usted correteando con los chicos del portero, con los niños de Máximo y con otros de la vecindad. Cuando la dejan explayarse en las travesuras infantiles, está Electra en sus glorias.

      Cuesta. ¡Adorable muñeca! Quiera Dios hacer de ella una mujer de mérito.

      Pantoja. De la muñeca graciosa, de la niña voluble, podrá salir un ángel más fácilmente que saldría de la mujer.

      Cuesta. No le entiendo a usted, amigo Pantoja.

      Pantoja. Me entiendo yo... Mire, mire como juegan. (Alarmado.) ¡Jesús me valga![12] ¿A quién veo allí? ¿Es el Marqués de Ronda?

      Cuesta. Él mismo.

      Pantoja. Ese corrumpido corruptor. Tenorio[13] de la generación pasada, no se decide a jubilarse por no dar un disgusto a Satanás.[14]

      Cuesta. Para que pueda decirse una vez más que no hay paraíso sin serpiente.

      Pantoja. ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos! (Nervioso y displicente, se pasea por la escena.)

      Cuesta. Otra cosa: ¿no se ha enterado usted de la millonada que les traigo?

      Pantoja (sin prestar gran atención al asunto, fijándose en otra idea que no manifiesta). Sí, ya sé... ya... Hemos ganado una enormidad.

      Cuesta. Evarista completará su magna obra de piedad...

      Pantoja (maquinalmente). Sí.

      Cuesta. Y usted dedicará mayores recursos a San José[15] de la Penitencia.

      Pantoja. Sí... (Repitiendo una idea fija.) Serpiente ya teníamos. (Alto.) ¿Qué me decía usted, amigo Cuesta?

      Cuesta. Que...

      Pantoja. Perdone usted... ¿Es cierto que el vecino de enfrente, nuestro maravilloso sabio, inventor y casi taumaturgo, piensa mudar de residencia?

      Cuesta. ¿Quién? ¿Máximo? Creo que sí. Parece que en Bilbao[16] y en Barcelona[17] acogen con entusiasmo sus admirables estudios para nuevas aplicaciones de la electricidad; y le ofrecen cuantos capitales necesite para plantear estas novedades.

      Pantoja (meditabundo). ¡Oh!... Capital, dentro de mis medios, yo se lo daría, con tal que...

       Índice

      Pantoja, Cuesta; Evarista, Don Urbano, El Marqués, que vienen del jardín.

      Evarista (soltando el brazo del Marqués). Felices, Cuesta. Pantoja, ¡cuánto me alegro de verle hoy!... (Cuesta y Pantoja se inclinan y le besan la mano respetuosamente. Siéntase la señora a la derecha; el Marqués, en pie, a su lado. Los otros tres forman grupo a la izquierda hablando de negocios.)

      Marqués (reanudando con Evarista una conversación interrumpida). Por ese camino, no sólo pasará usted a la Historia, sino al Año Cristiano.[18]

      Evarista. No alabe usted, Marqués, lo que en absoluto carece de mérito. No tenemos hijos: Dios arroja sobre nosotros caudales y más caudales. Cada año nos cae una herencia. Sin molestarnos en lo más mínimo ni discurrir cosa alguna, el exceso de nuestras rentas, manejado en operaciones muy hábiles por el amigo Cuesta, nos crea sin sentirlo nuevos capitales. Compramos una finca, y al año la subida de los productos triplica su valor; adquirimos un erial, y resulta que el subsuelo es un inmenso almacén de carbón, de hierro, de plomo... ¿Qué quiere decir esto, Marqués?

      Marqués. Quiere decir, mi venerable amiga, que cuando Dios acumula tantas riquezas sobre quien no las desea ni las estima, indica muy claramente que las concede para que sean destinadas a su servicio.

      Evarista. Exactamente. Interpretándolo yo del mismo modo, me apresuro a cumplir la divina voluntad. Lo que hoy me trae Cuesta, no hará más que pasar por mis manos, y con esto habré consagrado al Patrocinio[19] siete millones largos, y aún haré más, para que la casa y colegio de Madrid tengan todo el decoro y la magnificencia que corresponden a tan grande instituto... Impulsaremos las obras de los colegios de Valencia[20] y Cádiz...[21]

      Pantoja (pasando al grupo de la derecha). Sin olvidar, amiga mía, la casa de enseñanzas superiores, que ha de ser santuario de la verdadera ciencia...

      Evarista. Bien sabe el amigo Pantoja que no ceso de pensar en ello.

      Don Urbano (pasando también a la derecha). En ello pensamos noche y día.

      Marqués. Admirable, admirable. (Se levanta.)

      Evarista (a Cuesta, que también pasa a la derecha). Y ahora, Leonardo, ¿qué hacemos?

      Cuesta (sentándose al lado de Evarista, propone a la señora nuevas operaciones). Nos limitaremos por hoy a emplear[22] alguna cantidad en dobles...

      Pantoja (en pie a la izquierda de Evarista). O a prima...[23]

      Marqués (paseando por la escena con Don Urbano). Me permitirá usted, querido Urbano, que proclamando a gritos los méritos de su esposa, no eche en saco roto los míos, los nuestros: hablo por mi mujer y por mí. Virginia ya lleva dado a Las Esclavas[24] un tercio de nuestra fortuna.

      Don Urbano. De las más saneadas de Andalucía.[25]

      Marqués. Y en nuestro testamento se lo dejamos todo, menos la parte que destinamos a ciertas obligaciones y a la parentela pobre...

      Don Urbano. Muy bien... Pero, según mis noticias, no estuvo usted muy conforme, años ha, con que Virginia tuviera piedad tan dispendiosa.

      Marqués. Es cierto. Pero al fin me catequizó. Suyo soy en cuerpo y alma. Me ha convertido, me ha regenerado.

      Don Urbano. Como a mí mi Evarista.

      Marqués. Por conservar la paz del matrimonio, empecé a contemporizar, a ceder, y cediendo y contemporizando, he llegado a esta situación. No me pesa, no. Hoy vivo en una placidez beatífica, curado de mis antiguas mañas. He llegado a convencerme de que Virginia no sólo salvará su alma, sino también la mía.

      Don Urbano. Como yo... Que me salve.

      Marqués. Cierto que no tenemos iniciativa para nada.

      Don Urbano. Para nada, querido Marqués.

      Marqués. Que a las veces, hasta el respirar nos está vedado.

      Don Urbano. Vedada la respiración...

      Marqués. Pero vivimos tranquilamente.

      Don Urbano. Servimos a Dios sin ningún esfuerzo...

      Marqués. Nuestras benditas esposas van delante de nosotros por el camino de


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