Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William ShakespeareЧитать онлайн книгу.
GOBBO.
Tienes razon: Margarita se llama. Luego, si eres Lanzarote, estoy seguro de que eres mi hijo. ¡Pero qué barbas, más crecidas que las cerdas de la cola de mi rocin! ¡Y qué semblante tan diferente tienes! ¿Qué tal lo pasas con tu amo? Llevo por él un regalo.
LANZAROTE.
No está mal. Pero yo no pararé de correr hasta verme en salvo. No hay judío más judío que mi amo. Una cuerda para ahorcarle, y ni un regalo merece. Me mata de hambre. Dame ese regalo, y se lo llevaré al señor Basanio. ¡Ese sí que da flamantes y lucidas libreas! Si no me admite de criado suyo, seguiré corriendo hasta el fin de la tierra. Pero ¡felicidad nunca soñada! aquí está el mismísimo Basanio. Con él me voy, que antes de volver á servir al judío, me haria judío yo mismo.
(Salen Basanio, Leonardo y otros.)
BASANIO.
Haced lo que tengais que hacer, pero apresuraos: la cena para las cinco. Llevad á su destino estas cartas, apercibid las libreas. A Graciano, que vaya luego á verme á mi casa.
(Se va un criado.)
LANZAROTE.
Padre, acerquémonos á él.
GOBBO.
Buenas tardes, señor.
BASANIO.
Buenas. ¿Qué se os ofrece?
GOBBO.
Señor, os presento á mi hijo, un pobre muchacho.
LANZAROTE.
Nada de eso, señor: no es un pobre muchacho, sino criado de un judío opulentísimo, y ya os explicará mi padre cuáles son mis deseos.
GOBBO.
Tiene un empeño loco en serviros.
LANZAROTE.
Dos palabras: sirvo al judío.... y yo quisiera.... mi padre os lo explicará.
GOBBO.
Su amo y él (perdonad, señor, si os molesto) no se llevan muy bien que digamos.
LANZAROTE.
Lo cierto es que el judío me ha tratado bastante mal, y esto me ha obligado... pero mi padre que es un viejo prudente y honrado, os lo dirá.
GOBBO.
En esta cestilla hay un par de pichones, que quisiera regalar á vuestra señoría. Y pretendo...
LANZAROTE.
Dos palabras: lo que va á decir es impertinente al asunto.... El, al fin, es un pobre hombre, aunque sea mi padre.
BASANIO.
Hable uno solo, y entendámonos. ¿Qué quereis?
LANZAROTE.
Serviros, caballero.
GOBBO.
Ahí está, señor, todo el intríngulis del negocio.
BASANIO.
Ya te conozco, y te admito á mi servicio. Tu amo Sylock te recomendó á mi hace poco, y no tengas esto por favor, que nada ganas en pasar de la casa de un hebreo opulentísimo á la de un arruinado caballero.
LANZAROTE.
Bien dice el refran: mi amo tiene la hacienda, pero vuestra señoría la gracia de Dios.
BASANIO.
No has hablado mal. Véte con tu padre: dí adios á Sylock, pregunta las señas de mi casa. (Á los criados.) Ponedle una librea algo mejor que las otras. Pronto.
LANZAROTE.
Vámonos, padre. ¿Y dirán que no sé abrirme camino, y que no tengo lindo entendimiento? ¿Á qué no hay otro en toda Italia que tenga en la palma de la mano rayas tan seguras y de buen agüero como estas? (Mirándose las manos.) ¡Pues no son pocas las mujeres que me están reservadas! Quince nada menos: once viudas y nueve doncellas... bastante para un hombre solo. Y ademas sé que he de estar tres veces en peligros de ahogarme y que he de salir bien las tres, y que estaré á punto de romperme la cabeza contra una cama. ¡Pues no es poca fortuna! Dicen que es diosa muy inconsecuente, pero lo que es conmigo, bien amiga se muestra.
(Vanse Lanzarote y Gobbo.)
BASANIO.
No olvides mis encargos, Leonardo amigo. Compra todo lo que te encargué, ponlo como te dije, y vuelve en seguida para asistir al banquete con que esta noche obsequio á mis íntimos. Adios, no tardes.
LEONARDO.
No tardaré.
(Sale Graciano.)
GRACIANO.
¿Dónde está tu amo?
LEONARDO.
Allí está patente.
GRACIANO.
¡Señor Basanio!
BASANIO.
¿Qué me quereis, Graciano?
GRACIANO.
Tengo que dirigiros un ruego.
BASANIO.
Tenle por bien acogido.
GRACIANO.
Permíteme acompañarte á Belmonte.
BASANIO.
Vente, si es forzoso y te empeñas. Pero á la verdad, tú, Graciano, eres caprichoso, mordaz y libre en tus palabras: defectos que no lo son á los ojos de tus amigos, y que están en tu modo de ser, pero que ofenden mucho á los extraños, porque no conocen tu buena índole. Echa una pequeña dósis de cordura en tu buen humor: no sea que parezca mal en Belmonte, y vayas á comprometerme y á echar por tierra mi esperanza.
GRACIANO.
Basanio, oye: si no tengo prudencia, si no hablo con recato, limitándome á maldecir alguna que otra vez aparte; si no llevo, con aire mojigato, un libro de devocion en la mano ó el bolsillo: si al dar gracias despues de comer, no me echo el sombrero sobre los ojos, y digo con voz sumisa: «amen»: si no cumplo, en fin, todas las reglas de urbanidad, como quien aprende un papel para dar gusto á su abuela, consentiré en perder tu aprecio y tu cariño.
BASANIO.
Allá veremos.
GRACIANO.
Pero no te fies de lo que haga esta noche, porque es un caso excepcional.
BASANIO.
Nada de eso: haz lo que quieras. Al contrario, esta noche conviene que alardees de ingenio más que nunca, porque mis comensales serán alegres y regocijados. Adios: mis ocupaciones me llaman á otra parte.
GRACIANO.
Voy á buscar á Lorenzo y á los otros amigos. Nos veremos en la cena.
ESCENA III.
Habitacion en casa de Sylock.
JÉSSICA y LANZAROTE.
JÉSSICA.
¡Lástima que te vayas de esta casa, que sin tí es un infierno! Tú, á lo menos, con tu diabólica travesura la animabas algo. Toma un ducado. Procura ver pronto á Lorenzo. Te será fácil, porque esta noche come con tu amo. Entrégale esta carta con todo secreto. Adios. No quiero que mi padre nos vea.
LANZAROTE.
¡Adios! Mi lengua calla, pero hablan mis lágrimas. Adios, hermosa judía, dulcísima gentil. Mucho me temo que algun buen cristiano venga á perder su alma por tí. Adios. Mi ánimo flaquea. No quiero detenerme más,