Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Pablo González CasanovaЧитать онлайн книгу.
es, en que lo natural es que el sistema genere valores y fuerzas que lo rechazan como sistema y como entidad metafísica o metahistórica, o metaempírica.
La superficialidad del empirismo consiste en no ir más al fondo de las cosas; en tener por “constante” al sistema, en detenerse ante los patronos y la propiedad. Esta superficialidad le provoca una frustración científica y moral que resuelve renunciando a asumir los valores morales como el trasfondo natural, histórico, de la ciencia social, y renunciando a registrar la realidad científica del sistema como el trasfondo de la moral y la política.
Así, el empirismo, por muy científico y técnico que sea su lenguaje, se detiene al borde de la realidad histórica y de la interpretación de lo cotidiano, no resuelve los supuestos sociales de sus propios valores morales, analiza la realidad de las desigualdades, la falta de libertad, las injusticias, en formas parciales, que se sostienen sólo en algunos momentos, con modas científicas que pasan y reniegan de sí mismas, en un despliegue formidable de frivolidad intelectual, hasta que, en las crisis, muchos de sus autores rechazan el racionalismo y los valores libertarios e igualitarios para acogerse abiertamente a la injusticia y a la ideología fascista-tecnocrática.
En ese momento se da la máxima renuncia moral del empirismo y, también, la máxima renuncia científica.
En cualquier caso, con los conceptos de desigualdad, asimetría, progreso, se ha hecho sociología en un ambiente científico, inconcebible sin los “dogmas” de la igualdad y la libertad crecientes. Desde este punto de vista es evidente así, que no se puede negar la posibilidad de una sociología de la explotación con el supuesto de que ésta quedaría automáticamente en la órbita de los valores, impropios de la ciencia positiva. El problema, pues, que queda por esbozar, consiste en precisar en qué forma una sociología de la explotación puede contribuir con algo distinto y específico al conocimiento de la realidad social que justifique el esfuerzo de investigación.
LA EXPLOTACIÓN
El concepto de explotación, tal y como aparece en el marxismo, constituye una ruptura muy profunda con todas las formas anteriores —idealistas y materialistas— de analizar al hombre. Aunque el fenómeno de la explotación de unos hombres por otros había sido registrado con anterioridad,[16] siempre apareció como una manifestación dependiente de los conceptos clásicos del hombre y el ser.
La explotación como pecado, la explotación como accidente, eran la característica o la propiedad de ciertos hombres que aparecían como explotadores, y la característica de otros que aparecían como explotados. La explotación era un fenómeno del orden moral, susceptible de ser moral o cívicamente corregido, como en Robert Owen; o una ley bárbara dictada por los capitales, como en Charles Germain; o un derecho de la propiedad a “gozar los frutos del trabajo sin realizar ninguna de las tareas del trabajo”, como en Proudhon; o un abuso de los consumidores frente a los productores, como en Saint-Simon. En ellos y en Ravenstone, John Gray, Thomas Hoggkin, William Thompson o Babeuf, la explotación es un hecho accidental, una característica de la sociedad o parte de ella, que tiene su origen en la conciencia, la riqueza o la fuerza física. Lo constitutivo de la sociedad —Dios o las leyes naturales— es violado con la explotación; o la explotación obedece a leyes naturales; pero siempre hay algo fuera de la explotación, causa de la explotación, que pertenece a un orden distinto y superior. El hombre está en primer término ligado a Dios o a la naturaleza, a su conciencia, a su poder o su riqueza, y a partir de esa ligazón, indisoluble y constitutiva, explota a otros hombres que están ligados a Dios o la naturaleza, por su conciencia, su pobreza y su condición humana.
La relación de un hombre con otro aparece como una entidad derivada de algo distinto. Las propias imágenes de la relación de un hombre con otro surgen como “robinsonadas”, separadas de la sociedad —recuérdese el cuento de Defoe—, o separadas del mercado como en el señor y el criado de Diderot, o separadas de los procesos reales de la producción, como en el amo y el esclavo de Hegel; pero incluso cuando se les relaciona con la sociedad, con el mercado y la producción, incluso cuando se destacan las relaciones entre explotadores y explotados éstas tienen un origen, dependen de otras causas distintas de la explotación y distintas de la relación misma de los explotadores y los explotados.
La crítica que hace Marx a la concepción de Hegel sobre la propiedad privada revela el punto de partida original del marxismo, no sólo respecto de Hegel sino de las demás filosofías. “Nada más cómico [escribía Marx] que la argumentación de la propiedad privada en Hegel. El hombre como persona necesita dar realidad a su voluntad como el alma de la naturaleza exterior, y por tanto, tomar posesión de esta naturaleza como su propiedad privada [...]. La libre propiedad privada sobre la tierra —un producto muy moderno— no es, según Hegel, una relación social determinada, sino una relación del hombre como persona con la ‘naturaleza’, un ‘derecho absoluto de apropiación del hombre sobre todas las cosas’.”[17]
En efecto, hasta la aparición del marxismo, la relación del hombre con Dios precede a la relación del hombre con los demás hombres; la relación del hombre con su conciencia o su voluntad precede a la relación con los demás hombres; la relación con el sistema natural, con la fuerza o la riqueza, precede a cualquier relación humana, incluyendo la relación de explotación, cuando se le llega a mencionar.
La explotación no es de hecho antes de Marx un tema central y sistemático de la filosofía; eventualmente surge como característica, como “propiedad”, más que como relación humana, y cuando se esboza como relación hay algo siempre que la constituye y la precede, algo que separa a los hombres antes de unirlos en forma de lucha o de contrato.
Con el marxismo, surge por primera vez como constitutiva “una relación social determinada”, que tiene varias características, en cuanto a su carácter constitutivo, y en cuanto a su delimitación o determinación. La relación social es constitutiva, pero a diferencia de las entidades constitutivas de otras filosofías es histórica y contradictoria. En otras filosofías toda entidad constitutiva es metahistórica —incluso en el positivismo y el empirismo— y coherente, en el sentido de que no representa la lucha, el conflicto, lo irracional, sino uno de sus términos, el bien o la razón. En el marxismo la relación social es constitutiva, pero además es histórica, contradictoria y concreta. Se trata de un cierto tipo de relación social: “Es siempre la relación directa de los propietarios de los medios de producción con los productores directos, la que revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la estructura social”.[18] Esta relación tiene “formas específicas”, “por las que se arranca al productor directo el trabajo excedente no retribuido”, las cuales dependen de relaciones históricas anteriores, y cambian y se modifican por las nuevas fuerzas que generan.
La relación social de explotación de unos hombres por otros produce —cosas, objetos, bienes— y también se reproduce como relación humana. Pero el círculo se rompe: los términos de la relación se alteran. La producción de las cosas y los instrumentos —incluidos los hombres considerados como cosas— implica un desarrollo de las fuerzas productivas, sin un cambio correlativo de las relaciones de producción fundamentales. Surge así una contradicción complementaria que modifica los términos de la contradicción original entre los propietarios de los medios de producción y los productores directos, cuyo trabajo no es retribuido sino en parte. Estos últimos aumentan en número, concentración, capacidad de producir y actuar.
Ambas contradicciones —la del explotador y el explotado— y la que existe entre la relación social de explotación y los instrumentos y objetos que produce —las llamadas “fuerzas de producción”—, hacen que el sistema sea también histórico. La relación genera con el progreso técnico y social su propia destrucción.
Por ello el carácter constitutivo de la relación social de explotación no es concebible en un sentido metafísico, y como incontaminado de todo nacimiento —o término—, o como desvinculado, o más allá de una génesis, que es la expropiación de los trabajadores de sus medios