Donde no se hiela el tiempo. Федерико Гарсиа ЛоркаЧитать онлайн книгу.
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Prólogo: ¿Dónde estamos?
Niño de Elche
¿Dónde estamos?
En una entrevista al cantaor Manuel Agujetas realizada por Jesús Quintero para Canal Sur, este le lanza la siguiente pregunta al jerezano:
—Manué, ¿y cuál es la verdad del cante puro?
—La verdá es zabé cantá.
—¿Tú crees en la inspiración?
—No, ezo e mentira tó. Y cuando dicen lah perzonah, ya a llegao er duende y viá a cantá, ezo e mentira, no ay duende ninguno. Er duende e cuando la mujere le dicen a loh niño ¡va a venir er coco! Po ezo, no ay duende ni ay ná, lo que ay e que zabé cantá.
Hasta ahora nadie de la intelectualidad más reciente ha sabido aunar y sintetizar tan bien como Manuel Agujetas los tres conceptos desde donde se erigen las tres conferencias de Federico García Lorca que se reúnen en este volumen: el duende, el flamenco y las nanas.
Federico García L punto, como lo llama el flamenco David Pielfort, nos habla en su conferencia sobre «Canciones de cuna españolas» de la simbiosis entre las hadas como portadoras de las anémonas, la madre y la canción.
Y es que el duende, como nos apuntaba Agujetas, podría confundirse con un hada o bien con el coco porque tal vez no esté tan lejos aquello de las razones incorpóreas de las que tanto nos hablaba Don Antonio Mairena.
Nuestras bibliotecas están llenas de publicaciones en busca de la explicación de esa cosa llamada duende.
A modo de ejemplo podíamos leer en las páginas de eldiario.es de Andalucía la siguiente noticia:
«La ciencia mide por primera vez el duende en los bailaores de flamenco. Científicos de la Universidad de Granada descubren mediante diversos experimentos cuál es la huella térmica del artista, como criterio objetivo que permitiría discernir cuáles lo sienten realmente y cuáles no. Los sujetos que tienen un mayor estrés empático en su cerebro, provocado por esta manifestación artística, experimentan un descenso significativo de la temperatura de su nariz y glúteos.»
¡ATENCIÓN!
¿Criterio objetivo? ¿La ciencia? ¿Sentir realmente?
Recuerdo en una rave poética de esas que se dan en el extremo donde los estimulantes químico-naturales nos mostraban el camino al encuentro con las hadas, los duendes y demás seres mágicos, que nuestro amigo-poeta Bernardo Santos nos comentaba con cariño cristiano que no podíamos entender la creencia en Dios porque no habíamos experimentado su presencia espiritual o «la llamada», como suelen nombrar los místicos a esa sensación. Y es que si hay algo que me acerca a la idea del duende planteada por Lorca en su conferencia «Juego y teoría del duende» es que su noción de duende es antagónica a lo que plantean los materialistas académicos de la Universidad de Granada. El duende lorquiano está íntimamente relacionado con la creencia, es ese creer en él, como el que cree en Dios, pero es una forma de creencia que te permite convertir ese momento en empírico. Si viéramos a Dios ya no sería Dios y con el duende ocurre algo semejante. Solo hay que atender a las palabras de Federico cuando en un momento de la citada conferencia nos alumbra diciéndonos:
«El duende es un no pensar, no es cuestión de facultad sino de estilo vivo. De creación en acto.»
Por eso en el momento en que lo buscas en las palabras, intentas verbalizarlo y no te dejas sorprender por su fogonazo pierdes toda posibilidad de experimentarlo, porque lo que aún no han entendido los prejuiciosos seres del miedo es que el duende se experimenta, como el canto de la nana, como el flamenco, como la fe religiosa, como las drogas, como el sexo, como el amor.
Aprendí del maestro Antonio Escohotado que no hay mayor aprendizaje que el dejarse sorprender, como cuando el artista y compañero Raúl Cantizano nos habla del duende como la sorpresa común y es que eso del duende no pertenece exclusivamente a una sensación individual sino que necesita de esa reunión,
de ese común creer en que ha sucedido, de ese sentimiento comunitario, de esa aprobación pública.
El duende que invoca Federico en su conferencia es el duende del ahora, un duende que te invita a viajar en el presente, un duende que no cree en el futuro porque sabe que el futuro no existe.
Es paradójico que Agujetas, que ha sido utilizado hasta la saciedad por todos los miserables críticos de flamenco como símbolo generador incansable de duende, sea quien dinamite esa idea como si de un filósofo marxista se tratara.
El duende, como concepto, es necesario por lo que genera a nivel de creación colectiva más allá de saber de su existencia. Y es ahí donde toma importancia la respuesta del cantaor a Jesús Quintero, porque el planteamiento de Agujetas es la negación de su existencia espiritual. La niega porque su invocación verbal puede llegar a ser excusa de la no-acción o del no-conocimiento de la práctica artística, en este caso, el cante.
La creencia en el duende genera siempre que la expectación del «que puede ocurrir en cualquier momento» te acompañe a la hora de escuchar flamenco o cualquier manifestación artística ya que como nos cuenta Federico «todas las artes, y aún los países, tienen capacidad de duende». Podríamos decir que esa expectación se puede comparar con la sensación que se tiene ante el nacimiento de un ser humano, como imprevisible presente, como posibilidad de ruptura o de cambio en la sociedad, a fin de cuentas, como interrogante. Personalmente, sería la única cuestión que ensalzaría del nacimiento de un ser humano ya que siempre se presenta como el momento más trascendental de una pareja o para una mujer, pero Lorca nos da un dato que hoy en día sabemos como cierto gracias a los diferentes estudios sobre quiénes eran aquellas brujas que perseguían en la Edad Media. Federico dice y bien que los textos de las nanas son expresados por pobres mujeres cuyos niños son para ellas una carga, una cruz pesada, con la cual muchas veces no pueden. Cada hijo, en vez de ser una alegría, es una pesadumbre y, naturalmente, no pueden dejar de cantarles, aun en medio de su amor, su desgano de la vida. Y a pesar de que dejara frases machistas como que en Andalucía se echaba a las mujeres de la sala cuando se cantaba porque a ellas les gustaba gritar demasiado, no le cabía duda al conservador de Federico de que si las mujeres eran las encargadas de cantar nanas bien sabían estas que gritar no era la mejor forma para tranquilizar al retoño apesadumbrado por el mundo que le ha había tocado vivir y eso que para muchas mujeres matar al hijo recién nacido era la única manera de abortar, aunque por un momento imaginemos románticamente hablando que para muchas otras mujeres cantarle al hijo recién nacido formaba parte de ese desahogo, y es que en eso del desahogar va mucho del cante.
En el flamenco podemos escuchar letras como que si el corazón por la boca se me sale de fatigas, que si de pena se me quiebran alas del corazón o dejadme flores dejadme que aquel que tiene una pena no se la divierte nadie y así podríamos estar hasta la eternidad, porque si hay algo en que se sustenta la supuesta estructura del cante jondo es en su poesía. Hablar de estructura respecto a lo flamenco nos llevaría a hacernos la misma pregunta que se hizo Valcárcel Medina sobre la arquitectura en el espacio urbano: «¿A lo que construye un arquitecto se le puede llamar casa?». Y yo me pregunto… ¿a ese afán de la institución flamenca por establecer un canon se le puede llamar flamenco? ¿El cante jondo se sustenta en simples estructuras musicales o más bien son traducciones artísticas de estructuras político-sociales planteadas por la institución y aceptadas por los flamencos de marca blanca? Si es que de nuevo Federico da en la tecla del sentido común cuando dice en su conferencia «Arquitectura del cante jondo»: «Escuelas, escuelas y escuelas, como si el hombre viviera tan solo de pan y de abecedario». Si hay algo que nos gusta a los flamencos es eso del pan y no supone ningún problema el avalar y alabar la creación del canon que se tercie en el momento que sea aunque sea fundado en las escuelas, en los despachos de las agencias de desarrollo del flamenco, en las fundaciones, en las peñas flamencas o en los teatros de la burguesía estatal.
Federico nos invitaba en el título de su conferencia sobre el duende a teorizar pero también a jugar porque sabía que jugar también es un acto político por que el cante para que sea libre debe de olvidar el lenguaje, en palabras del Pielfort y, yo añadiría, también la estructura. El duende no necesita de estructuras para su aparición así como el niño no necesita que le canten una nana tal y como nos las imponen desde las