El cuerpo lleva la cuenta. Bessel van der KolkЧитать онлайн книгу.
Rita también pidió a los participantes que describieran una escena en la que se sintieran seguros y bajo control. Una persona describió su rutina matinal; otra, sentarse en el porche de un granja de Vermont mirando las colinas. Posteriormente, usaríamos este guion para un segundo escáner, para obtener una medición basal.
Una vez que los participantes comprobaban la precisión de los guiones (leyéndolos en silencio, menos abrumador que escucharlos o pronunciarlos), Rita preparaba una grabación que reproducíamos mientras estaban en el escºner. Este sería un guion tipo:
Tienes seis años y estás a punto de acostarte. Escuchas a tu madre y a tu padre gritándose. Estás aterrorizado y tienes un nudo en el estómago. Tú y tus hermanos pequeños estáis apiñados en lo alto de las escaleras. Miras por encima de la barandilla y ves a tu padre sujetando a tu madre por el brazo mientras ella lucha para liberarse. Tu madre está llorando, escupiendo y bufando como un animal. Se te enciende el rostro y sientes mucho calor por todo el cuerpo. Cuando tu madre se libera, corre hacia el salón y rompe un jarrón chino muy caro. Gritas a tus padres que paren, pero te ignoran. Tu madre corre escaleras arriba y escuchas cómo rompe el televisor. Tus hermanos pequeños intentan ayudarla a esconderse en un armario. Tu corazón late con fuerza y estás temblando.
En esta primera sesión, explicábamos el propósito del oxígeno radiactivo que respirarían los participantes: al activarse más o menos metabólicamente algunas partes de su cerebro, su nivel de oxígeno cambiaría inmediatamente, lo cual sería registrado por el escáner. Nosotros controlaríamos su presión sanguínea y el ritmo cardiaco a lo largo de todo el proceso, para poder comparar esos signos fisiológicos con la actividad cerebral.
Al cabo de unos días, los participantes vinieron al laboratorio de imagen. Marsha, una maestra de cuarenta años de un suburbio de Boston, fue la primera voluntaria en hacerse el escáner. Su guion la transportaba a trece años atrás, hasta el día en que fue a recoger a su hija de cinco años, Melissa, de un campamento diurno. Al salir, Marsha escuchó un pitido insistente, indicándole que el cinturón de Melissa no estaba bien abrochado. Al intentar Marsha abrocharlo bien, se saltó un semáforo en rojo. Un coche chocó contra el suyo por la derecha, matando al instante a su hija. En la ambulancia hacia el hospital, el bebé de siete meses que Marsha llevaba en el vientre también falleció.
De la noche a la mañana, Marsha pasó de ser una mujer feliz que era la alegría en todas las fiestas a una persona torturada y deprimida llena de culpabilidad. Dejó de dar clases para pasar al departamento de administración de la escuela, porque trabajar directamente con niños le resultaba insoportable; como les pasa a muchos padres que han perdido a sus hijos, las sonrisas felices de los niños se convierten en potentes detonantes. Incluso escondida detrás de la burocracia, apenas lograba superar el día a día. En un intento inútil de mantener sus sentimientos a raya, trabajaba de día y de noche. Yo estaba al lado del escáner mientras Marsha estaba dentro y podía seguir sus reacciones fisiológicas en un monitor. En el momento en que empezamos a reproducir la cinta, su corazón empezó a acelerarse y su presión sanguínea subió mucho. El simple hecho de escuchar el guion activaba las mismas respuestas fisiológicas que ocurrieron durante el accidente cinco años atrás. Cuando terminó la cinta y el ritmo cardiaco y la presión sanguínea de Marsha volvieron a la normalidad, reprodujimos el segundo guion: salir de la cama y lavarse los dientes. En esta ocasión, su ritmo cardiaco y la presión sanguínea no cambiaron.
Representación del cerebro bajo el trauma: Los puntos brillantes en (A) el cerebro límbico y (B) la corteza visual mostraban un aumento de la activación. En la representación (C) el centro del habla muestra una activación notablemente reducida.
Al salir del escáner, Marsha parecía derrotada, fuera de sí y paralizada. Respiraba superficialmente, con los ojos bien abiertos y los hombros encorvados; la viva imagen de la vulnerabilidad y la indefensión. Intentamos reconfortarla, pero me preguntaba si algo de lo que habíamos visto compensaría su aflicción.
Después de que los ocho participantes siguieran el mismo proceso, Scott Rauch se puso a trabajar con sus matemáticos y sus estadísticos para crear imágenes compuestas que compararan la activación creada por los flashbacks con el cerebro en situación neutra. Al cabo de algunas semanas me envió los resultados, que verán a continuación. Me puse los escáneres en la nevera de mi cocina y, durante los meses siguientes, los miré cada tarde. Se me ocurrió que así era como los primeros astrónomos debían sentirse al mirar por el telescopio una nueva constelación.
Había algunos puntos y colores confusos en el escáner, pero la mayor área de activación cerebral (una gran zona roja en el centro inferior derecho del cerebro, que es el área límbica o cerebro emocional) no fue ninguna sorpresa. Ya sabíamos que las emociones intensas activan el sistema límbico, en concreto un área de este llamado amígdala. Dependemos de la amígdala para que nos avise de los peligros inminentes y para activar la respuesta de estrés del cuerpo. Nuestro estudio mostraba claramente que cuando a las personas traumatizadas se les muestran imágenes, sonidos o ideas relacionados con su experiencia particular, la amígdala reacciona con alarma (incluso, como en el caso de Marsha, trece años después del acontecimiento). La activación de este centro del miedo desencadena la cascada de hormonas del estrés e impulsos nerviosos que elevan la presión sanguínea, el ritmo cardiaco y el consumo de oxígeno (preparando al cuerpo para escapar o luchar).1 Los monitores conectados a los brazos de Marsha registraban este estado fisiológico de agitación, aunque nunca perdió totalmente de vista que estaba tranquilamente tumbada en el escáner.
UN HORROR INDESCRIPTIBLE
Nuestro hallazgo más sorprendente fue una mancha blanca en el lóbulo frontal izquierdo de la corteza cerebral, en una región llamada área de Broca. En este caso, el cambio de color significaba que había una importante disminución en esa parte del cerebro. El área de Broca es uno de los centros del habla del cerebro, que suele verse afectada en pacientes de ictus, cuando se corta el riego sanguíneo hacia esta región. Sin un área de Broca que funcione bien, no podemos expresar en palabras nuestras ideas ni nuestros sentimientos. Nuestros escáneres mostraron que el área de Broca se desconectaba cuando se desencadenaba un flashback. En otras palabras, obtuvimos una prueba real de que los efectos del trauma no son necesariamente diferentes de los efectos de las lesiones físicas como los ictus (y que pueden superponerse con estas).
Todos los traumas son preverbales. Shakespeare capta este estado de terror indescriptible en Macbeth, cuando se descubre el cadáver del rey asesinado. «¡Oh! ¡Horror! ¡Horror! ¡Horror! ¡Ni la lengua ni el corazón pueden concebir ni nombrar esto! La confusión acaba de hacer su obra maestra». Bajo condiciones extremas, la gente puede gritar obscenidades, llamar a su madre, gritar de terror o simplemente callarse. Las víctimas de ataques y de accidentes permanecen mudas y paralizadas en las urgencias; los niños traumatizados «se quedan sin lengua» y se niegan a hablar. Fotografías de soldados de combate muestran a hombres con la mirada vacía mirando en silencio hacia el vacío.
Incluso años después, a las personas traumatizadas les cuesta muchísimo contar a los demás lo que les ha sucedido. Su cuerpo revive el terror, la rabia y la impotencia, así como el impulso de luchar o de huir, pero estos sentimientos son prácticamente imposibles de articular. Por naturaleza, el trauma nos lleva al borde de la comprensión, desconectándonos del lenguaje basado en la experiencia común o en un pasado imaginable.
Esto no significa que las personas no puedan hablar de una tragedia que les haya ocurrido. Tarde o temprano, la mayoría de los supervivientes, como los veteranos del capítulo 1, elaboran lo que muchos llaman una «historia de portada», que ofrece algunas explicaciones de sus síntomas y su comportamiento para consumo del público. Estas historias, sin embargo, en raras ocasiones captan la verdad interna de la experiencia. Es sumamente difícil organizar las experiencias traumáticas propias en un relato coherente, en una narración con un inicio, un desarrollo y un final. Incluso un experimentado reportero como el famoso corresponsal de la CBS Ed Murrow tuvo dificultades en transmitir las