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Cuentos completos. Эдгар Аллан ПоЧитать онлайн книгу.

Cuentos completos - Эдгар Аллан По


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balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”

      Lo pronuncié en un susurro, y el eco

      lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”

      Apenas esto fue, y nada más.

      Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,

      toda mi alma abrasándose dentro de mí,

      no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.

      “Ciertamente —me dije—, ciertamente

      algo sucede en la reja de mi ventana.

      Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,

      y así penetrar pueda en el misterio.

      Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,

      y así penetrar pueda en el misterio.”

      ¡Es el viento, y nada más!

      De un golpe abrí la puerta,

      y con suave batir de alas, entró

      un majestuoso cuervo

      de los santos días idos.

      Sin asomos de reverencia,

      ni un instante quedo;

      y con aires de gran señor o de gran dama

      fue a posarse en el busto de Palas,

      sobre el dintel de mi puerta.

      Posado, inmóvil, y nada más.

      Entonces, este pájaro de ébano

      transformó mis tristes fantasías en una sonrisa

      con el grave y severo decoro

      del aspecto de que se revestía.

      “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—.

      no serás un cobarde,

      horrible cuervo vetusto y amenazador.

      Evadido de la ribera nocturna.

      ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”

      Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

      Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado

      pudiera hablar tan claramente;

      aunque poco significaba su respuesta.

      Poco pertinente era. Pues no podemos

      sino concordar en que ningún ser humano

      ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro

      posado sobre el dintel de su puerta,

      pájaro o bestia, posado en el busto esculpido

      de Palas en el dintel de su puerta

      con semejante nombre: “Nunca más.”

      Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.

      las palabras pronunció, como esparciendo

      su alma solo en esas palabras.

      Nada más dijo entonces;

      no movió ni una pluma.

      Y entonces yo me dije, apenas murmurando:

      “Otros amigos se han ido antes;

      mañana él también me dejará,

      como me abandonaron mis esperanzas.”

      Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

      Sobrecogido al romper el silencio

      tan idóneas palabras,

      “sin duda —pensé—, sin duda lo que dice

      es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido

      de un amo infortunado a quien desastre impío

      persiguió, acosó sin dar tregua

      hasta que su cantinela solo tuvo un sentido,

      hasta que las endechas de su esperanza

      llevaron solo esa carga melancólica

      de “Nunca, nunca más.”

      Mas el Cuervo arrancó todavía

      de mis tristes fantasías una sonrisa;

      acerqué un mullido asiento

      frente al pájaro, el busto y la puerta;

      y entonces, hundiéndome en el terciopelo,

      empecé a enlazar una fantasía con otra,

      pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,

      lo que este torvo, desgarbado, hórrido,

      flaco y ominoso pájaro de antaño

      quería decir graznando: “Nunca más,”

      En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,

      frente al ave cuyos ojos, como tizones encendidos,

      quemaban hasta el fondo de mi pecho.

      Esto y más, sentado, adivinaba,

      con la cabeza reclinada

      en el aterciopelado forro del cojín

      acariciado por la luz de la lámpara;

      en el forro de terciopelo violeta

      acariciado por la luz de la lámpara

      ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

      Entonces me pareció que el aire

      se tornaba más denso, perfumado

      por invisible incensario mecido por serafines

      cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.

      “¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,

      por estos ángeles te ha otorgado una tregua,

      tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!

      ¡Apura, oh, apura este dulce nepente

      y olvida a tu ausente Leonora!”

      Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

      “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!

      ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio

      enviado por el Tentador, o arrojado

      por la tempestad a este refugio desolado e impávido,

      a esta desértica tierra encantada,

      a este hogar hechizado por el horror!

      Profeta, dime, en verdad te lo imploro,

      ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?

      ¡Dime, dime, te imploro!”

      Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

      “¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!

      ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!

      ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,

      ese Dios que adoramos tú y yo,

      dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén

      tendrá en sus brazos a una santa doncella

      llamada por los ángeles Leonora,

      tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen

      llamada por los ángeles Leonora!”

      Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

      “¡Sea


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