Эротические рассказы

Cuando es real. Erin WattЧитать онлайн книгу.

Cuando es real - Erin Watt


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—dice uno de ellos, asintiendo vigorosamente.

      —Pero… —añade otro con vacilación—… tenemos que hablar del problema de la hermana.

      —Cierto —conviene Claudia—. Mmm. Sí.

      Paisley y yo intercambiamos una mirada de estupefacción. Es como si esta gente hablara en un idioma diferente.

      Jim nos ve la cara y lo aclara al instante.

      —El hecho de que Paisley trabaja para la agencia saldrá a la luz, sin duda. En cuanto los medios publiquen ese dato, empezarán a sacar teorías locas y dirán que su relación es una farsa planeada de antemano por el representante de Oakley…

      No puedo evitar reír.

      A Jim no parece hacerle tanta gracia como a mí.

      —…, que resulta que está emparentado con el director de la agencia. Así que tenemos que ofrecer una razón creíble de por qué la hermana de nuestra empleada, de repente, está liada con uno de los clientes de la agencia.

      —Podemos decir que es casualidad —comenta Claudia con total confianza—. Uno de los tuits de Vaughn para Oakley será el siguiente —dice, y mueve los dedos en el aire como si estuviese verbalizando un titular—: «¡Ay, Dios! ¡Acabo de darme cuenta de que mi hermana mayor trabaja en la misma agencia que te representa! ¡Cómo mola!».

      Intento no poner los ojos en blanco.

      —Eso podría funcionar —musita Jim, pensativo—. Y luego podemos hacer que Paisley —añade, y mira a mi hermana— dé una pequeña entrevista sobre su rol en la relación.

      —¿Mi rol? —Paisley suena insegura.

      Está claro que es capaz de leer la mente a Jim, porque empieza a asentir otra vez. Me sorprende que todavía tenga la cabeza unida al cuello a estas alturas.

      —Sí, dirás que no te lo podías creer cuando el agente de Oakley te llamó a la oficina de su hermano y te dijo que Oakley quería el número de teléfono de tu hermana.

      Paisley también empieza a asentir y yo estoy a punto de darle una colleja. ¿Por qué está alimentando la locura de toda esta gente?

      —Tengo unas cuantas preguntas más para Vaughn —añade Jim—. Tu hermana dijo que sales con alguien.

      No pierdo detalle de cómo Paisley frunce los labios ligeramente al recordar a W. Puf. Algún día de estos tendrá que aguantarse y aceptar que estoy enamorada de él.

      —Sí. Tengo novio —respondo, incómoda—. Y, de hecho, mi Twitter e Instagram están llenos de fotos nuestras.

      Jim se gira hacia Claudia, que se queda callada. Veo los engranajes de su cabeza vivaz girar y girar.

      —Anunciarás tu ruptura en las redes —decide—. Nos centraremos dos, no, tres semanas en la ruptura. Primero vendrá tu post desanimado anunciando el final de tu relación, luego documentaremos tu duelo, lo molesta y…

      —Diremos que se pone los discos de Oakley Ford una y otra vez —termina una de las asistentes, animada.

      Los ojos de Claudia se iluminan.

      —¡Sí! —Da una palmada—. La música de Oakley te saca del oscuro abismo del desamor.

      Aquello casi me provoca una arcada.

      —Y eso es lo que te inspira a dibujar su rostro, que finalmente hace que entréis en contacto en redes. ¡Qué monos!

      —Mira a Jim—. Todavía puede funciona.

      Él parece complacido.

      —Vale. ¿Y qué tal el aspecto de Vaughn? ¿Cómo lo veis?

      Todos giran la cabeza en mi dirección. Sus miradas me atraviesan, me estudian como si fuese un espécimen bajo un microscopio. Se me encienden las mejillas y Paisley vuelve a apretarme la mano.

      De repente, empieza la lluvia de críticas.

      —Tiene el flequillo muy largo —trina Claudia—. Lo cortaremos.

      —Bueno, en general necesita un buen corte. Y ese tono castaño parece demasiado falso.

      —¡Es mi color natural! —protesto, pero nadie me escucha.

      —Los ojos marrón miel son bonitos. Me gustan los reflejos dorados. No harán falta lentillas.

      —La camiseta le queda un poco demasiado ancha. ¿Tus camisetas son siempre así de anchas, Vaughn?

      —¿No nos interesaba una chica normal? —disiente alguien—. Si la ponemos guapa, entonces las fans no serán capaces de sentirse identificadas.

      En mi vida me había sentido tan humillada.

      —Ah, una última cosa —dice Claudia—. ¿Eres virgen?

      Tacha lo último que he dicho: sí es posible pasar más vergüenza. Se oyen unas cuantas toses de otras personas sentadas a la mesa. Jim hace como que el tráfico de personas en el pasillo es fascinante, mientras que los abogados miran con una expresión firme la mesa.

      —¿Tengo que responder a eso?

      Lanzo una mirada lúgubre a mi hermana, que niega con la cabeza.

      —Eso no importa —rebate Paisley al hombre que es más o menos su jefe.

      Jim la ignora. Está claro que también quiere la respuesta a esa pregunta.

      Quiero abrazarla por defenderme. Estoy bastante segura de que tengo las mejillas más rojas que el pelo de Claudia.

      —Si te preocupa que algún escándalo sexual del pasado de Vaughn salga a la luz, no ocurrirá —asegura mi hermana a todos los asistentes—. Vaughn es la «chica buena» por excelencia.

      No sé por qué, pero que Paisley piense eso sobre mí me duele. Es decir, sé que no soy una tía súper dura, pero tampoco soy una santa.

      Claudia se encoge de hombros.

      —De todos modos, lo comprobaremos.

      ¿Que lo comprobarán? ¿Mi estatus sexual aparecerá en el informe de alguien? Estoy a punto de estallar de la rabia cuando Jim intercede.

      —Vale. Creo que todos estamos de acuerdo en que este plan promete. —Da una palmada y centra su atención en el lado de la mesa de los abogados.

      —Nigel, ¿por qué no redactáis tus chicos y tú el borrador de un contrato y anotas cualquier tema que preveas que haya que negociar? Oakley llegará aquí dentro de una hora, así que podremos entrar más en detalle entonces.

      Frunzo el ceño. ¿Tenemos que esperar una hora hasta que Su Majestad llegue? Y, ahora que lo pienso, ¿necesito yo un abogado? Se lo pregunto en voz baja a Paisley, que se lo pregunta a su jefe directamente.

      —El contrato será muy sencillo —nos asegura Jim—. Básicamente, expondrá que has accedido a firmar un contrato de servicio que, en caso de no poder llevar a cabo tus tareas, podrás anular en cualquier momento. Todos los bienes o la cantidad de dinero recibida hasta ese momento serán tuyos.

      Me muerdo el labio. Esto empieza a resultarme de lo más complicado. Pero supongo que en un trabajo donde se ganan veinte mil dólares —¡al mes!—, bien podría haber anticipado complejidad.

      —¿Qué te parece esto? —sugiere Jim—. ¿Por qué no nos sentamos con Oakley y discutimos todos los puntos del contrato? Luego podrás leer el consentimiento que el bufete de Nigel redactará y, después, ya decidiremos cómo proceder a partir de ahí.

      —Vale —respondo, porque suena muy razonable a pesar de lo ridículo de la situación.

      A mi lado, Paisley me guiña un ojo y me enseña el pulgar hacia arriba de un modo muy poco sutil para darme ánimos. Yo respondo con una leve sonrisa.

      Tengo que recordarme por qué hago esto: para que mis hermanos vayan


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