El sentido de la vida . Claudio RizzoЧитать онлайн книгу.
psicológicos, espirituales) deben sonar más frecuentemente en nuestro interior.
√ La soledad, el aburrimiento y la desesperación: Fuera del ambiente fraterno de comunidad, nos hemos venido convirtiendo en una sociedad solitaria. La gente no siempre se saluda en un ascensor y son todos consorcistas… El saludo “Buen día” al llegar al trabajo, tantas veces pronunciado casi obligatoria y desganadamente, etc. Esto nos hace pensar y evaluar si nosotros tenemos una clara idea de los propósitos de Dios en la vida o bien la clara idea de cuánto Dios actúa en nosotros para llegar a la felicidad.
√ La falta de vínculos: Se da cuando aún no hemos logrado estar vinculados a algo mayor que uno mismo, a Dios. Es la primera fuente que asegura el sentido de la vida. Dios es Autor, Creador y Dueño.
Nos preguntamos y nos respondemos:
• ¿Puede nuestra actitud y conducta causar depresión? Sin lugar a dudas. Analicemos distintas causas que pudieron haberse infiltrado en nuestra historia.
• Descontento: Es la tendencia de envidiar a otros y no estar satisfecho con lo que hemos hecho o resentirse por y con lo que tenemos.
• Escala equivocada de valores: Juzgar equivocadamente lo que es importante en la vida y la tendencia a concentrarse demasiado en cosas insignificantes.
• Creencias equívocas: Inclinación de creer que todo debe sernos favorable, o que la vida solamente debe presentarnos bendiciones.
• Reacciones equivocadas: Ser demasiado sensible en cuanto a lo que nos dicen o nos hacen, o ser inmaduro y no ser capaz del equilibrio adecuado.
En cada uno de nosotros hay una necesidad puesta por Dios que debe ser satisfecha y es la Unidad con Él. Siguiendo los textos patrológicos (inherentes a la creación), el hombre original es un ser completo. Fue el pecado el que desequilibró su vida y destruyó la visión de perfección. Ahora, mediante Cristo Jesús, queremos ser de nuevo completos; esto crea tensión. Sin lugar a dudas que escudriñar el pasado para completar asuntos inconclusos produce temor. Más aún, solo pensarlo, atemoriza a las personas. Es difícil volver atrás y completar tareas inconclusas.
Es en el presente en el que podemos aplicar lo que Blumenfeld denomina “sentido éidico”: se refiere a la relación de la parte con el todo. Dicho de otro modo, es la inclusión de conductas coexistentes en una solo conducta total. En síntesis: la conducta psicosocial, sociodinámica e institucional es una sola conducta.
Si a lo largo de nuestra vida aparecen sentidos contradictorios o al menos no concordantes, éstos pertenecen a la estructura objetiva del fenómeno y no a las deficiencias metodológicas.
El apóstol Pablo nos enseña que debemos “andar en el Espíritu”, por lo tanto, eso es algo que se aprende; en algún momento de la vida conviene confrontar los conflictos no resueltos y desarrollar nuevas formas de contender con nuestras emociones. El pasado nos puede ser útil para traer hoy a la memoria cómo tratamos de resolver nuestros desafíos: ¿enfadándonos?, ¿pateando el piso?, ¿huyendo?, ¿escondiéndonos?, ¿delegando a otros? Recordemos que la conducta infantil es evasiva. La conducta adulta analiza y cambia el modo de responder en el presente para que la vida nos brinde una respuesta que corone nuestros esfuerzos.
Nos preguntamos y nos respondemos:
Pistas de pensamientos para que a partir de hoy nuestra vida encuentre un sentido desde Cristo y para el Señor.
• No pretendas cambiar el mundo, tu familia, intenta cambiarte a ti mismo.
• Haz de tu historia personal y vincular, un canto de alabanza, evitando los desaciertos ya que todos los hombres los tenemos.
• Inhala el Nombre de Jesús las veces que lo necesites y exhala tu aliento con Su Nombre para aliviar tu alma.
• ¿Qué opinas de la siguiente afirmación?: “El más placentero desafío es ser como Cristo”.
• Amar es donarse uno mismo (Santa Teresita).
• No permitas que la depresión enseñoree tu vida. Sólo Jesús debe hacerlo, su amor, su perdón, su comprensión.
• ¿Por cuál (es) de todos ellos, hoy, optas para completarte y así tu historia frente a Dios no quede desintegrada?
“Confía en el Señor y practica el bien;
habita en la tierra y vive tranquilo;
que el Señor sea tu único deleite,
y él colmará los deseos de tu corazón”.
Salmo 37, 3.
4ª Predicación: “Cerrando capítulos I”
“Confíen en Dios constantemente, ustedes,
que son su pueblo;
desahoguen en él su corazón,
porque Dios es nuestro refugio”.
Salmo 62, 9.
Para descubrir cada día el sentido de la vida, convenimos que es necesario poder llegar a aceptar benignamente las pérdidas inevitables de la vida. Y también recordemos aquello que sostuvimos cuando afirmamos que cuanto mayor incompletez, mayor será la demanda hacia el pasado.
Frente a estas dos situaciones que todos experimentamos en la vida, se suscitan comúnmente dos caminos:
1. Iniciar un proceso de depresión.
2. Cerrar capítulos de la vida definitivamente.
Advirtamos, desde el inicio de nuestra reflexión, que la palabra fracaso siempre anda dando vueltas a nuestro alrededor. Es más: podemos llegar a mirar la vida a través de ese filtro: el fracaso, lo cual ocurre si tendemos a menudo a evaluar nuestras acciones como exitosas o fallidas. Si nuestra tendencia reside en considerarlas predominantemente como “fracasos”, acumulamos pérdida sobre pérdida. De ahí que no es sorprendente que una persona con frecuencia esté deprimida. Su fórmula dialéctica es: pérdida sobre pérdida. En este sentido, saber esperar es buen consejo. Tengamos presente que el tiempo de espera es tiempo de gracia. Colaboremos bendiciendo a Dios con nuestra oración continua.
Mantengamos las pérdidas separadas si es que queremos ser emocionalmente sanos y si deseamos tener una vida emocionalmente sana para ser felices.
De ahí la necesidad de aceptar benignamente las pérdidas inevitables de la vida, o sea, aquellas impuestas por la naturaleza; me refiero a los límites biológicos, psicológicos, de servicios pastorales, cronológicos, etc.
Evitemos el pensamiento sumarizado en “antes yo… y ahora…”. En un sentido negativo, puede pauperizar el sentido de la vida. Por qué no llegar a apreciar la misericordia de Dios hacia nosotros, esto es, ver retrospectivamente nuestra vida apreciando “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones” (Romanos 5, 5).
Dios entiende el papel de las pérdidas en el proceso de nuestra tristeza. Hasta el mismo Jesús se entristeció. Recordemos cómo lloró ante la tumba de Lázaro; había perdido a un querido amigo. El lloró lágrimas verdaderas porque sintió tristeza por lo sucedido, aunque bien sabía que podía devolverle la vida.
Existen ocasiones en que también tendremos que llorar. Llorar puede ayudarnos en el proceso de aflicción. Esto facilita la descarga proporcional a la magnitud de la pérdida presente, por eso es aflicción. La depresión se vincula con el pasado. Entre aquellas circunstancias relacionadas con las pérdidas que producen depresión, traemos a nuestra reflexión las dificultades económicas, problemas de trabajo, problemas con la familia y los hijos, problemas con los hábitos, poca autoestima, el paso de los años, la soledad, el aburrimiento y la desesperación. También la falta de vínculos.
En nuestra cultura, donde le atribuimos tanto valor al éxito y a la actuación personal, cualquier cosa que nos haga fallar es un rudo golpe a nuestra autoestima y nos llevará a la depresión. Los fracasos representan una profunda sensación de pérdida personal, mayor aún que la pérdida de cosas materiales. Es posiblemente la causa principal de pérdidas que