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Historia de la Brujería. Francesc CardonaЧитать онлайн книгу.

Historia de la Brujería - Francesc Cardona


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presas en la cárcel de Bilbao veintiuna personas, de las cuales, solo cuatro eran hombres. Las mujeres fueron conducidas a una prisión a parte y fueron pasto de calumniadores que añadieron que se herían para que les chuparan la sangre (¿quién?).

      Curiosamente el Tribunal fue benévolo y las acusadas y acusados solo recibieron tormento. Con buen tino, los jueces se dieron cuenta que aquel proceso de las brujas de Cebeiro a bombo y platillo se había desencadenado por odios y envidias vecinales como tantas veces y en tantos casos suele suceder y desgraciadamente sucederá.

      Navarra

      Hacía pocos años que el antiguo Reino de Navarra había sido incorporado al que pronto se llamaría Imperio Compuesto Español, cuando en 1525 una experta en cazar brujos y brujas, que atendía por Graciana, realizó en Auritz una cuidadosa inspección entre más de cuatrocientas personas presentadas por el comisario Anton de Huarte y contó, separándolos del grupo, hasta diez brujas y dos brujos.

      La abuela de Graciana había sido bruja y condenada a la hoguera en Santesteban. Ante el peligro de seguir idéntico camino, Graciana se arrepintió y consintió en convertirse en delatora. Solo con mirar el ojo izquierdo de sus víctimas las identificaba por la señal en su párpado impresa.

      Los focos de Salazar y Burguete

      Aunque ya hacía tiempo que se hablaba de ello, hacia 1539 se ratifica que uno de los caminos para llegar a ser bruja es la herencia. Se descubren grupos importantes en Ochagavía y Esparza. En esta última localidad, la acusación salpicó al propio alcalde del que se dijo que presenciaba ceremonias brujeriles. Únicamente fue condenado a dos meses de destierro, porque entre el tribunal que los juzgó había quien no creía en patrañas brujescas.

      Solo aumentó el temor a las brujas cuando estalló una epidemia de viruela que se cebó, en especial, en los niños de la región, provocando muchas muertes. Entonces la dramática circunstancia excitó al vulgo contra las brujas.

      Burguete, cerca de Roncesvalles, fue presa de pánico hacia 1575, se decía que las brujas cabalgaban sueltas por la noche y se aparecían seres fosforescentes a los caminantes mientras se percibía el trote de unos caballos que nunca aparecían. Se produjeron misteriosas muertes. Se tejieron las más contradictorias historias, mientras hay quien afirmaba que algunas brujas llenaban de sapos y culebras la pintoresca villa de Burguete, otros decían que ello era solo producto de una exaltada imaginación y lo que solo hacían era hacer aparecer buenas anguilas y truchas en los ríos.

      El grupo de Anocíbar

      Otra vez fueron los chiquillos los que comenzaron a propagar que habían sido conducidos a los aquelarres. Pedro de Esáin, abad de Ciarruz y Anocíbar tomó buena nota y denunció a los magistrados que en la localidad y comarca, existían muchos individuos que practicaban brujería y artes diabólicas transformándose en diversos animales, y de forma invisible entraban en los hogares haciendo toda clase de maldades como la destrucción de las cosechas, y se atrevían a penetrar en los templos con objeto de escupir a los crucifijos e imágenes de los Santos.

      La mujer de un tal Miguel Zubiri declaró en tormento que era asidua a los aquelarres y se relacionaba con el diablo como un enano negro miserable y ¡le hablaba en vasco! Advirtiéndole, como así sucedió, que tarde o temprano sería suya. Por su parte el marido confesó ser asiduo a los aquelarres y que el demonio se le aparecía en forma de seductora mujer (¿Quién sería el más cornudo de los tres?) y hasta una vez tomó la apariencia de libro (¡muy intelectual ese demonio!... Suponemos que el libro debería ser herético: ¡faltaría más!).

      El tormento para los culpables tuvo lugar en Pamplona en 1575. Se rapó a las mujeres, hubo potro para el consiguiente descoyuntamiento de huesos y otra tortura: untados los pies con aceite (¡lástima que no fuera el pringue brujeril!) tuvieron que caminar sobre un brasero.

      La polémica saltó a la palestra cuando el defensor Larramendi declaró que todas aquellas acusaciones eran fantasías infantiles y no concordaban entre ellas, mientras unos decían que el demonio se les aparecía como hombre, otros afirmaban que era solo un palo o un madero, un perro o un gato. En cuanto al número de asistentes a los aquelarres variaban según las confesiones, de veinte a tres mil.

      Larramendi se lavó las manos y concluyó que solo la Inquisición podía recomponer aquel galimatías. Mientras Mari Juana Zubiri murió en la hoguera, Miguel Zubiri falleció en la cárcel.

      Una reunión fantasmagórica

      En 1576 fue acusada una octogenaria Gracia Martiz de Urdiain, pero por la edad, se salvó de la última pena y fue desterrada a perpetuidad. La acusación contra ella fue fantasmagórica. Se dijo que en su casa se reunían unas doce personas vestidas de blanco fosforescente, mientras la vieja contemplaba aquel remedo de cenáculo en camisón. Cuando se vio descubierta por las autoridades, encendió una fogata de tales dimensiones que los que vinieron a espiar la extraña reunión, huyeron despavoridos.

      El valle de Araiz

      Veinte años más tarde le tocó el turno al valle de Araiz. La joven María Miguel de Orexa confesó ser bruja desde los diez años, condición heredada de su abuela antes de morir. Después la joven fue untada convenientemente junto con su padre y volaron hasta la cuesta de Urriola. En un lugar cercano celebraron el aquelarre que concluyó como el lector ya ha leído mil veces.

      La coincidencia hizo pensar por lógica, que el oficio de bruja era cosa de familia. Luego vinieron las contradicciones. La Inquisición quiso desentenderse aduciendo sus competencias solo en lo tocante a la fe. Y mientras, los acusados que tenían más suerte morían como chinches en las cárceles de Pamplona (y nunca mejor utilizada la metáfora, porque chinches los había y muchos). Hacia 1609 se abrirían nuevos dramas en la brujería navarra.

      Capítulo VII: Pierre de Lancre,

      Zugarramurdi y el auto de fe de Logroño

      Una guapa muchacha de 14 años

      A comienzos del siglo XVII vivía en la comarca de Labourd del país vasco francés pirenaico una guapa moza de 14 años que tenía la alucinación de ser una bruja. Estaba completamente segura de que, cada cierto tiempo, se reunía con muchas otras personas, entre las que se encontraban adolescentes de su edad, personas mayores, ancianos y muchos otros que aun no habían salido de la infancia. Todos juntos hacían unas fiestas tremendas en las que también participaba el diablo. Creía a pies juntillas que el Diablo le había dicho que para él sería muy grato que ella dijera: “Barrabám, barrabam”, cada vez que, estando en misa, viera que el sacerdote levantaba la hostia para consagrarla.

      Así lo hizo ella, pero, para desgracia suya, la escuchó el procurador del Parlamento de Nerac, quien denunció el hecho al ilustre caballero Pierre de Lancre, comisionado por el Rey de Francia Enrique IV para exterminar a los brujos en aquella región. De este caballero se contaba que lo había leído todo sobre brujería y todo se lo había creído.

      Al domingo siguiente, los dos próceres se situaron disimuladamente cerca de la muchacha de forma que cuando el cura alzó la hostia y ella dijo su “Barrabám. Barrabám”, la arrestaron acto seguido.

      Así el caballero De Lancre daría comienzo a uno de los procesos de brujería más impresionantes del S. XVII. Sometida a tormento, la chica confesó los nombres que pudo recordar de los participantes en sus aquelarres, así como los detalles más escabrosos de la desenfrenada fiesta y los papeles que unos y otros desempeñaban en los ritos de brujería. Las detenciones sumaron varias decenas en apenas un par de días. Personas de ambos sexos, entre los 11 y los 79 años, fueron a dar a los calabozos antes de pasar a interrogatorio en las salas de tortura. Una de las brujas se mostró tan arrepentida que consiguió ablandar al comisionado del Rey quien la aceptó como delatora para cazar más brujas y brujos. Según los textos conservados era una joven hermosísima que se llamaba Morgui y De Lancre, la tomó para su servicio personal.

      Representación de un aquelarre según las

      declaraciones recogidas por De Lancre

      Los


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