Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan DoyleЧитать онлайн книгу.
con las fechas! —exclamó—. Lo estamos, y sufrimos los castigos usualmente. Siendo sólo el 7 de enero, hemos confiado a ciegas en el nuevo almanaque. Es muy probable que Porlock tomara su mensaje del anterior. No hay duda de que nos lo habría dicho de haber escrito su nota de explicación. Ahora veamos que nos aguarda la página 534. Número trece es “Hay”, lo que es mucho más prometedor. Número ciento veintisiete es “un”. “Hay un” —los ojos de Holmes brillaban de excitación y sus delgados y nerviosos dedos temblaban mientras pronunciaba las palabras. “Peligro”, ¡Ha, ha! ¡Importante! Ponga eso, Watson. “Hay” “un” “peligro” “puede” “venir” “muy” “pronto” “uno”. Luego tenemos el nombre “Douglas” “rico” “hombre del campo” “ahora” “en” “Birlstone” “House” “Birlstone” “confidencia” “es” “urgente” (“There” “is” “danger” “may” “come” “very” “soon” “one” “Douglas” “rich” “country” “now” “at” “Birlstone” “House” “Birlstone” “confidence” “is” “pressing”). ¡Lo tenemos, Watson! ¿Qué piensa de la razón pura y su fruto? Si el tendero tuviera algo así como una corona de laureles, debería enviar a Billy inmediatamente por una.
Me quedé mirando fijamente el mensaje que había garabateado, mientras él lo descifraba, en una hoja de papel oficio en mi rodilla.
—¡Qué rara y enmarañada manera de expresar su significado! —dije.
—Por el contrario, lo ha hecho de una forma muy notable —dijo Holmes—. Cuando uno busca en una columna palabras para precisar un significado, difícilmente puedes hallar todas las que quisieras. Estás obligado a dejar algo para la inteligencia de tu correspondiente. El significado está perfectamente claro. Una maldad se está tramando en contra de un tal Douglas, que quien quiera que sea, es un rico caballero campestre. Está seguro, “confidencia” fue lo más cerca que pudo tener a “confidente”, que es apremiante. He allí nuestro resultado, y un trabajo muy bien elaborado en análisis terminó siendo.
Holmes tenía la alegría imprecisa de un verdadero artista en su mejor trabajo, incluso mientras se lamentaba oscuramente cuando caía debajo del gran nivel al que él aspiraba. Aún se reía muy discretamente cuando Billy abrió la puerta y el inspector MacDonald de Scotland Yard fue conducido al cuarto.
Esos eran los primeros días a finales de los 80’s cuando Alec MacDonald estaba lejos de haber alcanzado la fama nacional que ahora ha alcanzado. Era un joven, pero confiable, miembro del departamento de detectives, que se había distinguido en varios casos que se le habían encomendado. Su alta y huesuda figura daba rasgos de excepcional fuerza física, que su gran cráneo y profundos, lustrosos ojos hablaban no menos de su filosa inteligencia que chispeaba de sus frondosas cejas. Era un callado y preciso hombre con un temperamento serio y un fuerte acento de Aberdeen.
Dos veces en su carrera le ayudó Holmes en alcanzar el éxito, siendo su única recompensa el disfrute intelectual en los problemas. Por esta razón, la inclinación y el respeto del escocés hacia su colega amateur eran profundos, y los demostraba con la franqueza con la que consultaba a Holmes en cada dificultad. La mediocridad no conoce nada más allá de ella, pero el talento instantáneamente reconoce a los genios, y MacDonald tenía talento suficiente para su profesión para permitirle percibir que no había humillación en buscar la asistencia de alguien que ya se erguía entre toda Europa, tanto en sus dones como en su experiencia. Holmes no estaba predispuesto a la amistad, pero era tolerante con el gran escocés, y sonrió al aparecer su figura.
—Usted es un pájaro madrugador, Mr. Mac —dijo él—, le deseo suerte con su gusano. Me temo que esto significa que hay alguna diablura en marcha.
—Si dijera “espero” en lugar de “me temo”, estaría más cerca de la verdad. Estoy pensando, Mr. Holmes —el inspector respondió con una sonrisa—. Bien, tal vez un pequeño trago disipará el frío de la cruda mañana. No, no fumaré, gracias. Deberé esforzarme mucho, pues las horas más tempranas de un caso son las más preciosas, como no sabe otro hombre mejor que usted. Pero..., pero...
El inspector se había detenido de repente, y miraba fijamente con absoluto asombro un papel que había sobre la mesa. Era la hoja sobre la que yo había garabateado el enigmático mensaje.
—¡Douglas! —balbuceó —¡Birlstone! ¿Qué es esto, Mr. Holmes? ¡Hombre, eso es una brujería! ¿Dónde, en nombre de todos los dioses, consiguió estos nombres?
—Es un código que el Dr. Watson y yo tuvimos oportunidad de resolver. ¿Pero por qué, qué hay de extraño con esos nombres?
El inspector nos miraba al uno y al otro con sorpresa confundida.
—Sólo esto —dijo—, que Mr. Douglas de Birlstone Manor House fue horriblemente asesinado anoche.
2. Sherlock Holmes hace un discurso
Era uno de esos dramáticos momentos por los que mi amigo existía. Hubiera sido una exageración decir que estaba alterado o incluso excitado por el increíble aviso. Sin tener una pizca de crueldad en su singular composición, era indiscutiblemente duro a partir de una larga sobreestimulación. Aún así, si sus emociones eran opacas, sus percepciones intelectuales eran excesivamente activas. No había ni rastro del horror que yo sí había sentido con esa cruda declaración, pero su rostro mostró, en su lugar, la quieta e interesada postura del químico que ve los cristales cayendo de su posición inicial por la solución sobresaturada.
—¡Extraordinario! —dijo— ¡Extraordinario!
—No se ve muy sorprendido.
—Interesado, Mr. Mac, pero apenas sorprendido. ¿Por qué debería estarlo? Recibo un mensaje anónimo de un origen que sé que es importante, advirtiéndome que un peligro amenaza a cierta persona. En una hora me entero que este peligro ya se ha materializado y que la persona está muerta. Estoy interesado; pero, como observa, no estoy sorprendido.
En pocas cortas oraciones explicó al inspector los hechos acerca de la carta y el cifrado. MacDonald se sentó con su mentón en sus manos y sus grandes y rojizas cejas juntadas en un embrollo amarillo.
—Me iba a dirigir a Birlstone esta mañana —dijo—. Vine a preguntarle si le interesaba venir conmigo, usted y su amigo aquí. Pero por lo que dice podríamos quizá hacer un mejor trabajo en Londres.
—Más bien pienso que no —señaló Holmes.
—¡Mire bien esto, Mr. Holmes! —exclamó el inspector—. Los periódicos estarán llenos del misterio de Birlstone en un día o dos; ¿pero dónde está el misterio si hay un hombre en Londres que profetizó el crimen antes de que ocurriera? Solamente debemos echar el guante a ese hombre, y el resto vendrá por sí solo.
—Sin duda, Mr. Mac. ¿Pero cómo se propone echar el guante al tal Porlock?
MacDonald volteó la carta que Holmes le había alcanzado.
—Echada en Camberwell... eso no nos ayuda mucho. El nombre, usted dice, es falso. No hay mucho para avanzar, de verdad. ¿No dijo que le había enviado dinero?
—Dos veces.
—¿Y cómo?
—En cheques a la oficina de correos de Camberwell.
—¿Alguna vez se molestó en ir a ver quién los cobraba?
—No.
El inspector se vio estupefacto y un poco sacudido.
—¿Por qué no?
—Porque siempre mantengo la fe. Le prometí cuando escribió por primera vez que no intentaría rastrearlo.
—¿Piensa que hay alguien tras él?
—Sé que lo hay.
—¿El profesor que lo oí mencionar?
—¡Exactamente!
El