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Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan DoyleЧитать онлайн книгу.

Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle


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      Las memorias de Sherlock Holmes. Segunda serie que agrupa otros 12 relatos publicados entre 1892 y 1893.La edición americana no incluye La aventura de la caja de cartón

       Estrella de plata

       La aventura de la caja de cartón*

       El rostro amarillo

       El oficinista del corredor de bolsa

       La corbeta "Gloria Scott

       El ritual de los Musgrave

       Los hacendados de Reigate

       La aventura del jorobado

       El paciente interno

       El intérprete griego

       El tratado naval

       El problema final

      El regreso de Sherlock Holmes. Conan Doyle se vio casi obligado a escribir esta tercera serie de historias ya que sus lectores se quejaban de que el protagonista, Sherlock Holmes, hubiera muerto en las cataratas de Reichembach (Suiza) cuando luchaba con el profesor Moriarty en la historia titulada "El problema final" de la colección Las Memorias de Sherlock Holmes. Consta de 13 relatos publicados entre 1903 y 1904

       La casa deshabitada (La casa vacía)

       El constructor de Norwood

       Los bailarines

       El ciclista solitario

       El colegio Priory

       La aventura del negro Peter (Peter el negro)

       Charles Augustus Milverton

       Los seis napoleones (El busto de Napoleón)

       Los tres estudiantes

       Las gafas de oro (Los quevedos de oro)

       El tres cuartos desaparecido

       La granja Abbey

       La segunda mancha

      Su última reverencia. Cabe mencionar que aunque posteriormente se publicó la colección El Archivo de Sherlock Holmes, las historias de esta serie son en el orden cronológico de la vida de Holmes los últimos: aquí se explica, entre otras cosas, su retiro al campo y su dedicación a la filosofía, la horticultura y eventualmente la apicultura. Son 7 relatos publicados en 1917.La edición americana consta de 8 relatos al incluir La aventura de la caja de cartón.

       El pabellón Wisteria (La aventura de Wisteria Lodge)

       La aventura de la caja de cartón *

       El círculo rojo

       Los planos del Bruce-Partington

       El detective moribundo

       La desaparición de lady Frances Carfax

       El pie del diablo

       Su último saludo en el escenario

      El archivo de Sherlock Holmes. Última serie que consta de 12 relatos publicados en 1927. Los títulos marcados con *** también se pueden encontrar en una recopilación bajoel nombre de Sherlock Holmes sigue en pie.

       La piedra de Mazarino ***

       El problema del puente de Thor

       El hombre que trepaba

       El vampiro de Sussex ***

       Los tres Garrideb ***

       El cliente ilustre ***

       Los tres gabletes ***

       El soldado de la piel decolorada ***

       La melena de león

       El fabricante de colores retirado

       La inquilina del velo

       Shoscombe Old Place

Estudio en escarlata
Primera parte (Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad)

      1. Mr. Sherlock Holmes

      En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis estudios, fui puntualmente destinado en el 5º de Fusileros de Northumberland en calidad de médico ayudante. El regimiento se hallaba por entonces estacionado en la India, y antes de que pudiera unirme a él, estalló la segunda guerra de Afganistán. Al desembarcar en Bombay me llegó la noticia de que las tropas a las que estaba agregado habían traspuesto la línea montañosa, muy dentro ya de territorio enemigo. Seguí, sin embargo, camino con muchos otros oficiales en parecida situación a la mía, hasta Candahar, donde sano y salvo, y en compañía por fin del regimiento, me incorporé sin más dilación a mi nuevo servicio.

      La campaña trajo a muchos honores, pero a mí sólo desgracias y calamidades. Fui separado de mi brigada e incorporado a las tropas de Berkshire, con las que estuve de servicio durante el desastre de Maiwand. En la susodicha batalla una bala de Jezail me hirió el hombro, haciéndose añicos el hueso y sufriendo algún daño la arteria subclavia. Hubiera caído en manos de los despiadados ghazis a no ser por el valor y lealtad de Murray, mi asistente, quien, tras ponerme de través sobre una caballería, logró alcanzar felizmente las líneas británicas.

      Agotado por el dolor, y en un estado de gran debilidad a causa de las muchas fatigas sufridas, fui trasladado, junto a un nutrido convoy de maltrechos compañeros de infortunio, al hospital de la base de Peshawar. Allí me rehice, y estaba ya lo bastante sano para dar alguna que otra vuelta por las salas, y orearme de tiempo en tiempo en la terraza, cuando caí víctima del tifus, el azote de nuestras posesiones indias. Durante meses no se dio un ardite por mi vida, y una vez vuelto al conocimiento de las cosas, e iniciada la convalecencia, me sentí tan extenuado, y con tan pocas fuerzas, que el consejo médico determinó sin más mi inmediato retorno a Inglaterra. Despachado en el transporte militar Orontes, al mes de travesía toqué tierra en Portsmouth, con la salud malparada para siempre y nueve meses de plazo, sufragados por un gobierno paternal, para probar a remediarla.

      No tenía en Inglaterra parientes ni amigos, y era, por tanto, libre como una alondra —es decir, todo lo libre que cabe ser con un ingreso diario de once chelines y medio—. Hallándome en semejante coyuntura gravité naturalmente hacia Londres, sumidero enorme donde van a dar de manera fatal cuantos desocupados y haraganes contiene el imperio. Permanecí durante algún tiempo en un hotel del Strand, viviendo antes mal que bien, sin ningún proyecto a la vista, y gastando lo poco que tenía, con mayor liberalidad, desde luego, de la que mi posición recomendaba. Tan alarmante se hizo el estado de mis finanzas que pronto caí en la cuenta de que no me quedaban otras alternativas que decir adiós a la metrópoli y emboscarme en el campo, o imprimir un radical cambio a mi modo de vida. Elegido el segundo camino, principié por hacerme a la idea de dejar el hotel, y sentar mis reales en un lugar menos caro y pretencioso.

      No había pasado un día desde semejante decisión, cuando, hallándome en el Criterion Bar, alguien me puso la mano en el hombro, mano que al dar media vuelta reconocí como perteneciente al joven Stamford, el antiguo practicante a mis órdenes en el Barts. La vista de una cara amiga en la jungla londinense resulta en verdad de gran consuelo al hombre solitario. En los viejos tiempos no habíamos sido Stamford y yo lo que se dice uña y carne, pero ahora lo acogí con entusiasmo, y él, por su parte, pareció contento de verme. En ese arrebato de alegría lo invité a que almorzara conmigo en el Holborn, y juntos subimos a un coche de caballos.

      —Pero ¿qué ha sido de usted, Watson? —me preguntó


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