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Por qué nos encantan los sociópatas. Adam KotskoЧитать онлайн книгу.

Por qué nos encantan los sociópatas - Adam Kotsko


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completo de la viveza de Daniel el travieso. Además, casi siempre le falta el coraje de la convicción en lo que respecta a sus actividades alborotadoras, pues a menudo se arrepiente de sus trastadas o incluso intenta atajar los planes maléficos que ha puesto en marcha.

      Mal que les pese a las camisetas que proclaman a los cuatro vientos su orgullo de ser un mal estudiante, lo cierto es que, a tenor de las tramas de los episodios, Bart no deja de ser un chico bastante normal, por no decir mediocre. Bien es verdad que la serie tiene algún mérito si buscamos un retrato honesto de la infancia y los primeros capítulos que se centraban en los problemas de su hermana Lisa, más sensible y con una mayor curiosidad intelectual, a día de hoy siguen contándose entre los favoritos de los fans. Sin embargo, hacer gala de una inquebrantable honestidad no parece el camino más expedito para convertirse en la serie estadounidense más veterana en horario de máxima audiencia, galardón que Los Simpson cosechó en 2009. (El resultado más probable para un programa caracterizado por la honestidad, como es el caso de My So-Called Life —serie dramática ambientada en un instituto de secundaria—, es un éxito mundial de crítica, seguidores de culto entregados a la causa, cancelación de la serie después de una o dos temporadas, y ventas estables en dvd gracias a recomendaciones boca a boca de la «joya infravalorada».)

      En este sentido, una presentación más o menos directa y sincera de cualquier cosa no le pega nada a unos dibujos animados. Como otros muchos niños, recuerdo perfectamente que prefería las series de dibujos y que me aburría con la mayoría de programas con actores de carne y hueso por la simple razón de que en los dibujos animados puede ocurrir lo más inesperado. ¡Un coche viejo y soso puede transformarse en un robot! ¡Enormes tortugas antropomorfas pueden aprender artes marciales y luchar contra el crimen! ¡Los conejos pueden devolverles el golpe a sus cazadores (muchas veces vestidos de mujer)! A menudo las series con actores de carne y hueso presentan elementos fantasiosos similares, pero la principal potestad de la animación es precisamente esa, ya que, a diferencia de las imágenes reales, puede reproducir directamente el milagro de la televisión y el cine: el milagro de una imagen que cobra vida. Los predecesores de Los Simpson en el género de la sitcom de dibujos animados, Los Picapiedra y Los Jetson, tenían el elemento fantasioso incorporado y su gracia se debía en gran medida al intento de reproducir la cotidianidad moderna en un contexto completamente diverso, como ilustra el uso de dinosaurios como electrodomésticos o la sensible criada robótica. Podemos ver a un niño de nuestros días metiéndose en problemas y quizá aprendiendo de ello una lección moral, pero usar dibujos animados para presentar un producto familiar de esta naturaleza sería una lástima.

      Con el tiempo, los guionistas de Los Simpson parecieron darse cuenta de las limitaciones de situar a Bart como protagonista central de la historia y, en lo que se convertiría en un momento crucial en la historia de la animación para adultos, desplazaron paulatinamente el foco de interés hacia el padre de Bart, Homer Simpson. Hombre egoísta, ignorante y vago, muy dado a la bebida y también al maltrato infantil (el icónico «Pero serás...», seguido de la estrangulación), no parecía que la carrera de Homer como protagonista fuera a tener un largo recorrido. Y ello no solamente porque carezca de atractivo o por su aparente incompetencia para realizar correctamente cualquier actividad que no sea largarse al bar y defraudar todos los días a su mujer y a sus hijos. En principio, Homer debería ser tan aburrido como Bart, pero la vuelta de tuerca que los guionistas le dieron a la historia fue convertir al padre en un personaje émulo de Daniel el travieso, quien compensa su incompetencia mediante el poder adquirido por el hecho de ser un adulto; por ejemplo, tener dinero, poder conducir y hacerse acreedor de algún respeto y deferencia, aunque solo sea simbólico, por parte de los demás adultos.

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