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Matar. Dave GrossmanЧитать онлайн книгу.

Matar - Dave Grossman


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Estímulo-respuesta, estímulo-respuesta, estímulo-respuesta. En las crisis, cuando la gente pierde la razón, ellos actúan de la manera adecuada y salvan vidas.

      Esto se hace con cualquiera que pueda encontrarse en una situación de emergencia, desde los niños que realizan un simulacro de incendio en el colegio hasta los pilotos en un simulador. Lo hacemos porque, cuando la gente se asusta, funciona. No les decimos a los escolares lo que deberían hacer en caso de incendio; los condicionamos y, cuando se asustan, hacen lo correcto. A través de los medios también estamos condicionando a los niños para que maten; y, cuando están asustados o enfadados, el condicionante se activa.

      Es como si hubiera dos filtros que tenemos que pasar para matar. El primer filtro es el cerebro anterior. Cientos de cosas pueden convencer a tu cerebro anterior para que empuñes un arma y llegues hasta cierto punto: pobreza, drogas, pandillas, líderes, política, y el aprendizaje social de la violencia en los medios, que se ve magnificado cuando provienes de una familia desestructurada y estás buscando un modelo a imitar. Pero tradicionalmente todas estas cosas se topaban con la resistencia que encuentra un ser humano asustado en el cerebro medio. Y con la salvedad de los sociópatas (quienes carecen por definición de esta resistencia), la inmensa mayoría de circunstancias no es suficiente para vencer esta red de seguridad del cerebro medio. Pero si estás condicionado para vencer la inhibición del cerebro medio, entonces eres una bomba de relojería andante, un pseudosociópata que aguarda a los factores aleatorios de la interacción social y la racionalización del cerebro anterior para colocarte en el lugar equivocado en el momento erróneo.

      Otra manera de verlo es establecer una analogía con el sida. El sida no mata a la gente; simplemente destruye el sistema inmunológico y vuelve a la víctima vulnerable a la muerte por otros factores.

      El «sistema inmunológico a la violencia» existe en el cerebro medio, y el condicionamiento de los medios crea una «deficiencia adquirida» en este sistema inmunológico. Con este sistema inmunológico debilitado, la víctima se vuelve más vulnerable a los factores que posibilitan la violencia, tales como la pobreza, la discriminación, la adicción a las drogas (que puede ofrecer motivos poderosos para cometer un crimen a fin de colmar necesidades reales o percibidas), o las armas y las pandillas (que pueden suministrar los medios y la «estructura de apoyo» para cometer actos violentos).

      De ahí que Estados Unidos haya visto una generación de ciudadanos inmunodeficientes que nos ha dado lo acaecido en la escuela de Jonesboro, en la escuela secundaria de Columbine y en la universidad Virginia Tech.

      Por más que lo hayan intentado, los gobiernos de todo el mundo no han sido capaces de proteger a sus ciudadanos inmunodeficientes. Y, ciertamente, nunca serán capaces de controlar el crimen violento hasta que dejen de infectar a sus niños.

      «Solo tienes que apagarlo» o «¡Que coman brioche!»

      Una respuesta común ante cualquier preocupación sobre la violencia en los medios es: «Tenemos un control adecuado. Se llama el botón de apagado. Si no te gusta, apágalo».

      Desgraciadamente, se trata de la típica respuesta inadecuada al problema. En la sociedad actual, la estructura familiar está hecha jirones, e incluso en familias intactas existe una enorme presión económica y social para que las madres trabajen. Madres solteras, hogares rotos, niños solos en casa y la dejadez parental son cada vez más la norma. Mediante un esfuerzo descomunal, los padres puede que sean capaces de proteger a sus propios hijos en el mundo actual, pero eso no sirve para mucho si el niño que vive al lado es un asesino.

      Lo peor de la solución «apágalo» estriba en que es descarada y profundamente racista en su efecto, si no en la intención, pues la comunidad negra en Estados Unidos es la «cultura» o la «nación» que se ha llevado la peor parte de la habilitación de la violencia por parte de los medios electrónicos. En este caso, pobreza, drogas, pandillas, discriminación y el acceso a las armas de fuego, todo ello predispone a la violencia a más negros que blancos. Estos factores se llevan por delante el primer filtro; luego, la ausencia del segundo filtro, el del cerebro medio, hace el resto.

      Bronson James, un locutor de radio negro de Texas en cuyo programa participé, señaló que esto es idéntico al procedimiento genocida mediante el cual el hombre blanco empleó el alcohol durante siglos en una política sistemática para destruir la cultura de los indios americanos. Debido a una variedad de razones culturales y genéticas, los indios tenían una predisposición al alcoholismo y se lo servimos a raudales como parte crucial de un proceso que, al cabo, destruyó su civilización.

      El suministro de violencia mediática en los guetos hoy en día es igualmente genocida. Esta violencia mediática es el equivalente moral de gritar «¡Fuego!» en un teatro abarrotado. El resultado es que el homicidio es la primera causa de fallecimiento entre los adolescentes negros, y el 25 por ciento de todos los varones negros en la veintena está en la cárcel, en libertad condicional o bajo fianza. Si esto no es un genocidio, se le parece.

      Lo que hace que la solución de «apágalo» sea tan racista es que, si estos homicidios y encarcelaciones les estuvieran sucediendo a los hijos de estadounidenses de las clases altas y medias, sin duda ya habríamos visto alguna solución drástica. Desde esta óptica, creo que la mayoría de las personas estaría de acuerdo en que probablemente la solución «apágalo» está a la misma altura que «¡Que coman brioche!» y «solo obedecía órdenes» en el ranking de expresiones más ofensivas de todos los tiempos.

      En la psicología del desarrollo hay un consenso generalizado en que el individuo tiene que tomar el control sobre las áreas gemelas de la sexualidad y la agresividad (el Eros y Tánatos de Freud) para poder tener una vida como adulto verdaderamente lograda. De la misma forma, la maduración de la raza humana necesita un control colectivo de ambas áreas. En años recientes hemos progresado significativamente en el campo de la sexología, y este libro tiene por intención crear y explorar el campo equivalente de una «ciencia de matar» («killology»).

      Tras un ataque con armas de destrucción masiva por parte de un grupo o país terrorista, la siguiente amenaza significativa para nuestra existencia son los habilitadores de la violencia en los medios electrónicos. Este libro parece estar dando sus frutos en su objetivo de marcar una diferencia en la desesperada batalla mundial contra el virus de la violencia.

      Ojalá sea así, y ojalá encuentres lo que buscas, lector, en estas páginas.

      1 Officer Candidate School, escuela militar donde se obtiene el grado de oficial.

      Introducción

      Esta es la época del año cuando la gente solía matar; antaño, cuando la gente lo hacía. Rollie y Eunice Hochstetter, creo, fueron los últimos en el lago Wobegon. Tenían cerdos y los sacrificaban en el otoño, cuando llegaba el frío y la carne podía preservarse. Una vez, cuando era niño, fui a ver cómo hacían la matanza, junto con mi primo y mi tío, que iba a echarle una mano a Rollie.

      Hoy en día, si vas a sacrificar a un animal por la carne, lo envías a un matadero y pagas a unos tipos para que lo hagan. Cuando matas cerdos, se te quitan las ganas de comer tocino durante un tiempo. Porque los cerdos te dan a entender que no están interesados. No tienen ningún interés en que los agarren y los arrastren hasta el sitio adonde fueron otros cerdos y de donde nunca regresaron.

      Para un chico, ver aquello era algo fuera de lo habitual. Ver la carne viva y las entrañas vivas de otra criatura. Pensaba que me disgustaría, pero no ocurrió. Me sentí fascinado e intenté acercarme todo lo que pude.

      Y recuerdo que mi primo y yo nos dejamos llevar por el entusiasmo de todo aquello y fuimos a los chiqueros y empezamos a arrojar guijarros a los cerdos mientras los veíamos saltar, gruñir y correr. Y, de repente, sentí una mano en la espalda, y que me volteaban, y el rostro de mi tío estaba a tres pulgadas del mío. Dijo: «Si te vuelvo a ver haciendo eso, te daré una paliza que no te podrás poner de pie. ¿Me has oído?». Le habíamos oído.

      Supe entonces que su enfado tenía que ver con la matanza, que era un ritual, y que se hacía como un ritual. Se hacía rápido y sin tonterías.


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