Pertinencia y convergencia de la integración latinoamericana en un contexto de cambios mundiales. José Briceño RuizЧитать онлайн книгу.
impulsado por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), en lo que se conoce como modelo cepalino de los años cincuenta, como mecanismo para el logro de desarrollo económico y de crecimiento industrial en la relación centro-periferia, en el cual más que crecer por las exportaciones, se dio mayor importancia a crecer desde adentro mediante la industrialización y la elevación del progreso técnico faltante en la productividad manufacturera de los países latinoamericanos.
Con el modelo cepalino se modificaban unos términos de intercambio desfavorables, al sustituirse las importaciones provenientes de fuera de América Latina por importaciones desde los países latinoamericanos y al abrirse las exportaciones a los mercados de la región con la integración. El desarrollo de acuerdos de integración y complementación industrial entre industrias sustitutivas de importaciones desplazaría a proveedores extrarregionales que serían reemplazados por productores regionales, con el consiguiente desarrollo de actividades industriales en países de la región y al incrementarse la competencia intralatinoamericana con la integración, se dispondría de exportaciones manufactureras más competitivas.
Se dejó de lado la consideración del pensamiento clásico del comercio internacional de especialización productiva de los países, según sus ventajas comparativas, que ubicaba a la región como proveedora de materias primas de la periferia, para pasar a procurar exportar bienes de mayor complejidad técnica. Pero, el hecho de haber desarrollado el modelo cepalino de manera cerrada y proteccionista, llevó al mismo Prebisch a criticar estructuras de costos que dificultaban la exportación de manufacturas al mundo (Prebisch 1963; 1949, en Mallorquín y Casas, 2012; Sunkel, 1991; Vieira Posada, 2008; De Lombaerde y Garay, 2008; Moncayo, 2009; Correa en Briceño, 2012; Mellado, en Mellado y Fernández, 2013).
La Cepal lo planteó en 1959 en estos términos, al referirse a un mercado común latinoamericano:
[...] el objeto fundamental del mercado común, además de mejorar el intercambio tradicional de productos primarios, es asegurar la industrialización racional de los países latinoamericanos. Es esencial para ello que la política de sustitución de importaciones no siga cumpliéndose dentro de compartimentos estancos, sino que las importaciones que antes provenían del resto del mundo puedan adquirirse en otros países latinoamericanos a favor de un amplio esfuerzo de especialización y reciprocidad industrial. (Cepal, 1959, p. 16)
Lo anterior se realizaba en un entorno en el cual al Estado se le asignaba una responsabilidad ineludible de planificación orientadora de la economía. Eran los tiempos del estructuralismo latinoamericano o escuela estructuralista del desarrollo, cuando el Secretario Ejecutivo de la Cepal, el economista argentino Raúl Prebisch y un equipo de pensadores (Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Aníbal Pinto, Helio Jaguaribe, Aldo Ferrer, Fernando Fajnzylber, entre otros), contribuían al desarrollo económico y a la industrialización de América Latina, gracias a una herramienta como la integración que ampliaba los mercados de un capitalismo periférico. Según Andrés Rivarola, Raúl Prebisch
[…] logró magistralmente canalizar las propuestas sobre industrialización con modernos planteos de dirigismo estatal (la “programación indicativa”), e incorporar todo en una perspectiva sistémica (centro y periferia) desde la cual surge una explicación racional, tanto para el subdesarrollo como para las alternativas. (Rivarola, en Briceño, 2012, p. 92)9
Se originaron interpretaciones diferentes al estructuralismo sostenido por la Cepal en la teoría de la dependencia, que tuvo distintas líneas de pensamiento para enfrentar el desarrollo del subdesarrollo en unas periferias marginadas y atrasadas. En el pensamiento marxista de soluciones revolucionarias (Ruy Mauro Marini, Theotonio dos Santos, Aníbal Quijano o Gunder Frank), a la corriente dependentista, encabezada por Fernando Henrique Cardozo y Enzo Faletto, quienes aceptaban la convivencia entre dependencia y desarrollo capitalista, como también la coexistencia entre situaciones de dependencia y desarrollo10.
Una interpretación adicional fue la del pensamiento autonomista, defendido por autores del Cono Sur, como el argentino Juan Carlos Puig, el brasileño Helio Jaguaribe y el uruguayo Alberto Methol Ferré, para quienes la autonomía constituía un elemento fundamental de capacidad de decisión propia, no solo para el desarrollo, sino también para las relaciones externas apoyadas en una integración solidaria con otros países, siempre y cuando se contara con una élite comprometida con un proceso de autonomización (Briceño, 2012, p. 43).
Se debe reconocer que el modelo cepalino permitió cierto grado de desarrollo industrial y de capacidad exportadora, que le hizo posible a América Latina, con la llegada de la apertura económica a partir de los años noventa, contar con alguna oferta exportable adicional a los tradicionales commodities, sin desconocer que la política de desarrollo industrial, mediante sustitución de importaciones, se orientó demasiado hacia el mercado interno y descuidó apoyos a las exportaciones industriales, como fue reconocido por el propio Prebisch en los años sesenta, que lo llevó a considerar como una solución parcial al problema, un mercado común latinoamericano (Prebisch, 1961, en Mallorquín, 2012, p. 184).
El hecho es que una América Latina que manejaba unos términos de intercambio desfavorable, como proveedor periférico de materias primas para los centros del mundo desarrollado, logró con los primeros intentos de integración comenzar a generar unos vínculos gubernamentales y empresariales traducidos en unas corrientes de comercio entre países latinoamericanos que, hasta entonces, se desconocían entre sí.
En los años noventa, la llegada del regionalismo abierto, estimulada por la generalización del proceso globalizador, se tradujo en un impulso económico-comercial a la integración latinoamericana, pero limitó su alcance, puesto que se reorientó hacia la fase de libre comercio, en consecuencia, dejó en un segundo plano fases de integración más avanzadas de armonización de políticas económicas y sociales o de aspectos políticos de la integración (De Lombaerde y Garay, 2008; Moncayo, 2009).
Los distintos procesos existentes se reactivaron: el Grupo Andino (actual Comunidad Andina, can) acordó un “Diseño estratégico para la década de los noventa”, en el cual se reasumían los diferentes compromisos de integración; el Mercado Común Centroamericano se amplió a otras variables con la creación del Sistema de la Integración Centroamericana (sica); por su parte, la Comunidad del Caribe (Caricom) profundizó sus mandatos de mercado común regional y en un contexto de apertura se creó el Mercado Común del Sur (Mercosur), adaptándose, desde el principio, a las nuevas condiciones de regionalismo abierto, orientado a la promoción del comercio y de las inversiones (Vieira Posada, 2008; Briceño, 2012).
La Cepal debió brindar una interpretación al nuevo entorno existente para la integración y lo hizo en su documento de 1994: El regionalismo abierto en América Latina y el Caribe. La Integración económica al servicio de la transformación productiva con equidad, tomado de las experiencias favorables de países del Asia Pacífico. El acomodo al regionalismo abierto lo hizo conceptualmente la Cepal en el esfuerzo de vincular la integración al proceso de transformación productiva con equidad, conservando un hilo conductor con las propuestas en el contexto anterior de Raúl Prebisch sobre transformación productiva (Briceño y Bustamente, 2002).
Se pasó a un nuevo objetivo en los acuerdos regionales de integración de América Latina, en el cual, además de la conformación de espacios de libre comercio, se buscaba la inserción internacional en una economía mundial de apertura económica, con el riesgo de desdibujar la atención a los procesos subregionales para priorizar otras regiones y negociaciones adicionales a las latinoamericanas11. Se generalizó, entonces, la negociación de acuerdos de libre comercio con diferentes lugares del mundo desarrollado, como el Tlcan o Nafta de México con Estados Unidos y Canadá, que produjo el alejamiento mexicano del entorno de integración latinoamericano, ya que pasó a priorizar su relacionamiento con América del Norte; y de otros acuerdos comerciales con los Estados Unidos, la Unión Europea y países asiáticos. Esto puso en lugar secundario los propósitos de una integración más avanzada de conformar mercados comunes subregionales y la pretensión de llegar a un Mercado Común Latinoamericano.
El regionalismo abierto implicó un freno en los intentos de tener una integración latinoamericana con instituciones supranacionales, como en el caso de la Comunidad Andina y sus decisiones obligatorias