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Obras Completas de Platón - Plato


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de formarte una opinión sobre la naturaleza y caracteres de la sabiduría; ¿no lo crees así?

      CÁRMIDES. —Así lo creo.

      SÓCRATES. —Y lo que piensas, sabiendo el griego, ¿puedes expresarlo tal como está en tu espíritu?

      CÁRMIDES. —Quizá.

      SÓCRATES. —Para que sepamos si la sabiduría reside en ti o no, dinos: ¿qué es la sabiduría en tu opinión?

      Al pronto Cármides dudó, y estuvo indeciso si responder o no. Sin embargo, concluyó por decir, que la sabiduría le parecía consistir en hacer todas las cosas con moderación y medida; en andar, hablar, obrar en todo de esta manera; en una palabra, añadió, la sabiduría es, a mi juicio, una cierta medida.

      SÓCRATES. —¿Eso es cierto? Se dice comúnmente, querido Cármides, que los que proceden con medida son sabios; ¿pero hay razón para decirlo? Examinémoslo. Dime, la sabiduría, ¿se la cuenta entre las cosas bellas?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y qué es más bello para un maestro de escuela, escribir ligero o con medida?

      CÁRMIDES. —Escribir ligero.

      SÓCRATES. —¿Leer ligero o con lentitud?

      CÁRMIDES. —Ligero.

      SÓCRATES. —Y tocar la lira con soltura y luchar con agilidad ¿no es más bello que hacer todas estas cosas con mesura y lentitud?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y qué? En el pugilato y en los combates de todos géneros, ¿no sucede lo mismo?

      CÁRMIDES. —Absolutamente.

      SÓCRATES. —El salto, la carrera y todos los ejercicios del cuerpo, ¿no son bellos cuando se ejecutan con agilidad y ligereza, y feos cuando se ejecutan con pesadez, embarazo y mesura?

      CÁRMIDES. —Así parece.

      SÓCRATES. —Resulta, pues, que, por lo menos en lo relativo al cuerpo, no es la mesura, sino la velocidad y agilidad, las que son bellas; ¿no es así?

      CÁRMIDES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —¿Pero la sabiduría es bella?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —Luego, por lo menos, en lo que concierne al cuerpo, no es la mesura o medida, sino la velocidad la que constituye la sabiduría, puesto que la sabiduría es una cosa bella.

      CÁRMIDES. —Eso es muy probable.

      SÓCRATES. —¿Pero qué? ¿Cuál es más bello, la facilidad o la dificultad en aprender?

      CÁRMIDES. —La facilidad.

      SÓCRATES. —¿Pero la facilidad en aprender consiste en aprender pronto, y la dificultad en aprender con mesura y lentitud?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y no es más bello, y en alto grado, instruir a uno con prontitud, que con mesura y lentitud?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —En la reminiscencia y en el recuerdo, la mesura y la lentitud ¿son más bellas, o bien lo son la fuerza y la rapidez?

      CÁRMIDES. —Son la fuerza y la rapidez.

      SÓCRATES. —¿Una comprensión fácil no consiste en un ejercicio rápido del alma y no en la mesura?

      CÁRMIDES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Por consiguiente, cuando se trata de comprender las lecciones de un maestro, sea de lenguas, sea de música, sea de cualquier otra cosa, no es la gran mesura, sino la gran velocidad, la que es verdaderamente bella.

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —Luego, mi querido Cármides, en todo lo que concierne al alma, la agilidad y la velocidad, ¿parecen más bellas que la lentitud y la mesura?

      CÁRMIDES. —Es muy probable.

      SÓCRATES. —De donde se sigue, razonando como hasta aquí, que la sabiduría no es la mesura, ni una vida mesurada es una vida sabia, siendo la sabiduría inseparable de la belleza. Porque no hay medio de negarlo; las acciones mesuradas nunca, o salvas bien pocas excepciones, nos parecen, en el curso de la vida, más bellas que las que se realizan con energía y rapidez. Y aun cuando, querido mío, las acciones más bellas por la mesura que por la fuerza y la rapidez fuesen más numerosas que las otras, no por esto se tendría derecho a decir, que la sabiduría consiste más bien en obrar con mesura, que con fuerza y rapidez, ya sea andando, ya leyendo, ya haciendo cualquier otra cosa; ni que una vida mesurada es más sabia que una vida sin mesura, porque al cabo hemos reconocido, que la sabiduría se refiere a la belleza, y hemos reconocido también que la rapidez no es menos bella que la mesura.

      CÁRMIDES. —Lo que dices, Sócrates, me parece de hecho justo.

      SÓCRATES. —Pues bien, mi querido Cármides, fíjate atentamente en ti mismo; considera en lo que te has convertido bajo el imperio de la sabiduría; y cuál debe ser ésta, para haberte hecho sabio; y, condensando en seguida tus ideas, di claramente y como hombre de corazón lo que es la sabiduría en tu opinión.

      Él, después de haber reflexionado y examinado resueltamente la cosa en sí mismo, dijo:

      CÁRMIDES. —Me parece, que lo propio de la sabiduría es producir el rubor, hacer al hombre modesto y vergonzoso; la sabiduría es, pues, el pudor.

      SÓCRATES. —Sea; ¿no confesaste antes que la sabiduría era una cosa bella?

      CÁRMIDES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —¿Y los hombres sabios son buenos igualmente?

      CÁRMIDES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Es buena una cosa que no produce lo bueno?

      CÁRMIDES. —No, ciertamente.

      SÓCRATES. —La sabiduría no es solo una cosa bella, sino una cosa buena.

      CÁRMIDES. —Así me parece.

      SÓCRATES. —Pero qué, ¿no crees que Homero ha tenido razón en decir: el pudor no es bueno al indigente?[6]

      CÁRMIDES. —Verdaderamente sí.

      SÓCRATES. —Pero entonces el pudor ¿es bueno y no es bueno a la vez?

      CÁRMIDES. —Así parece.

      SÓCRATES. —Pero la sabiduría es buena, puesto que hace buenos a los que la poseen, sin hacerlos jamás malos.

      CÁRMIDES. —A mi parecer, es como dices.

      SÓCRATES. —Luego la sabiduría no es pudor, puesto que es esencialmente buena, y que el pudor tan pronto es bueno, tan pronto malo.

      CÁRMIDES. —Bien dicho, Sócrates, a mi parecer. Pero veamos, si te place, esta otra definición de la sabiduría. Me acordé hace un momento haber oído decir que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio. Examina, pues, si el autor de estas palabras te parece que ha hablado bien.

      SÓCRATES. —¡Picaruelo! ¿Es Critias o algún otro filósofo el que te ha sugerido esa idea?

      CRITIAS. —Algún otro, ciertamente, porque a mí no lo ha oído.

      CÁRMIDES. —¡Ah!, ¿qué importa, Sócrates, de quién lo he oído?

      SÓCRATES. —De ninguna manera importa, porque, por regla general, no hay que examinar quién ha dicho esto o aquello, sino si está bien dicho.

      CÁRMIDES. —Perfectamente.

      SÓCRATES. —Pero ¡por Zeus!, si descubrimos lo que esto significa, no me sorprenderé poco; es un verdadero enigma.

      CÁRMIDES. —¿Por qué?

      SÓCRATES.


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