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Obras Completas de Platón - Plato


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porque si la ignoramos ¿seremos capaces de dar consejos sobre los medios de adquirirla?

      LAQUES: —De ninguna manera, Sócrates.

      SÓCRATES. —¿Supondremos, Laques, que sabemos lo que es?

      LAQUES: —Lo suponemos.

      SÓCRATES. —Pero cuando sabemos lo que es una cosa, ¿no podemos decirla?

      LAQUES: —¿Cómo no hemos de poder?

      SÓCRATES. —Pero, Laques, no examinemos ahora lo que es la virtud en general, porque sería una discusión demasiado larga; contentémonos con examinar si tenemos todos los datos para conocer bien algunas de sus partes; el examen será más fácil y más corto.

      LAQUES: —Así lo quiero yo, Sócrates, puesto que es esa tu opinión.

      SÓCRATES. —¿Pero qué parte de la virtud escogeremos? Sin duda la que parece ser el único objeto de la esgrima, porque el común de las gentes cree que este arte conduce directamente al valor.

      LAQUES: —Así lo cree en efecto.

      SÓCRATES. —Tratemos por lo pronto, Laques, de definir con exactitud lo que es el valor; después examinaremos los medios de comunicarle a estos jóvenes, en cuanto sea posible, ya sea por el hábito, ya por el estudio. Di, pues, qué es el valor.

      LAQUES: —En verdad, Sócrates, me preguntas una cosa que no ofrece dificultad. El hombre que guarda su puesto en una batalla, que no huye, que rechaza al enemigo; he aquí un hombre valiente.

      SÓCRATES. —Muy bien, Laques, pero quizá por haberme explicado mal, has respondido a una cosa distinta de la que yo te pregunté.

      LAQUES: —¿Cómo, Sócrates?

      SÓCRATES. —Voy a decírtelo, si puedo. Un hombre valiente es, en tu opinión, el que guarda bien su puesto en el ejército y combate al enemigo.

      LAQUES: —Es lo mismo que yo digo.

      SÓCRATES. —También lo digo yo, pero ¿el que combate al enemigo huyendo, y no guardando su puesto…?

      LAQUES: —¿Cómo huyendo?

      SÓCRATES. —Sí, huyendo como los escitas, por ejemplo, que no combaten menos huyendo que atacando; y como Homero lo dice, en cierto pasaje, de los caballos de Eneas, que se dirigían a uno y otro lado, hábiles en huir y atacar.[4]

      ¡Ah! ¿No supone en Eneas mismo esta ciencia de apelar a la fuga con intención, puesto que le llama sabio en huir?

      LAQUES: —Eso es muy bueno, Sócrates, porque Homero habla de los carros de guerra en este pasaje; y en cuanto a lo que dices de los escitas, se trata de tropas de caballería que se baten de esa manera, pero nuestra infantería griega combate como yo digo.

      SÓCRATES. —Exceptuarás quizá a los lacedemonios, porque he oído decir que en la batalla de Platea, cuando atacaron a los persas, que formaban un muro con sus broqueles, creyeron que no les convenía mantenerse firmes en su puesto, y emprendieron la fuga; y cuando las filas de los persas se rompieron por perseguir a los lacedemonios, volvieron éstos la cara como la caballería, y por medio de esta maniobra estratégica consiguieron la victoria.

      LAQUES: —Es cierto.

      SÓCRATES. —He aquí por qué te decía antes que había sido yo causa de que no hubieses respondido bien, porque yo te había interrogado mal, puesto que quería saber de ti lo que es un hombre valiente, no solo en la infantería, sino también en la caballería y demás especies de armas; y no solo un hombre valiente en todo lo relativo a la guerra, sino también en los peligros de la mar, en las enfermedades, en la pobreza y en el manejo de los negocios públicos; y lo mismo un hombre valiente en medio de los disgustos, las tristezas, los temores, los deseos y los placeres; un hombre valiente, que sepa combatir sus pasiones, sea resistiéndolas a pie firme, sea huyendo de ellas, porque el valor, Laques, se extiende a todas estas cosas.

      LAQUES: —Eso es cierto, Sócrates.

      SÓCRATES. —Todos estos hombres son valientes. Los unos prueban su valor contra los placeres, los otros contra las tristezas, estos contra los deseos, aquellos contra los temores, y en todos estos accidentes pueden otros, por el contrario, dar pruebas de cobarde.

      LAQUES: —Sin contradicción.

      SÓCRATES. —Te supliqué que me explicaras cada una de estas dos cosas contrarias, el valor y la cobardía. Comencemos por el valor. Trata de decirme lo que es esta cualidad, que siempre es la misma en todas estas ocasiones tan diferentes. ¿No entiendes aún lo que digo?

      LAQUES: —Aún no lo entiendo bien.

      SÓCRATES. —He aquí lo que quiero decir. Si, por ejemplo, te preguntase yo lo que es la actividad que se refiere a correr, tocar instrumentos, hablar, aprender, y a otras mil cosas a que aplicamos esta actividad mediante las manos, la lengua, el espíritu, que son las principales; ¿me comprenderías?

      LAQUES: —Sí.

      SÓCRATES. —Si alguno me preguntase: Sócrates, ¿qué es esa actividad que se extiende a todas estas cosas?, le respondería que la actividad es una facultad que hace mucho en poco tiempo; definición que conviene a la carrera, a la palabra, y a todos los demás ejercicios.

      LAQUES: —Tienes razón, Sócrates; está bien definida.

      SÓCRATES. —Pues defíneme lo mismo el valor; dime cuál es esta facultad, que es siempre la misma en el placer, en la tristeza y en todas las demás cosas de que hemos hablado, y que no muda jamás, ni de naturaleza, ni de nombre.

      LAQUES: —Me parece que es una disposición del alma a manifestar constancia en todo, puesto que es preciso dar una definición que comprenda todas las diferentes especies de valor.

      SÓCRATES. —Así es preciso hacerlo para responder exactamente a la cuestión; pero me parece que no tienes por valor toda constancia del alma, y lo infiero de que pones el valor en el número de las cosas bellas.

      LAQUES: —Sí, sin duda, y de las más bellas.

      SÓCRATES. —Sí, esta constancia, cuando va unida a la razón, es buena y bella.

      LAQUES: —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Y cuando se tropieza con la insensatez, ¿no es todo lo contrario?, ¿no es mala y perniciosa?

      LAQUES: —Sin contradicción.

      SÓCRATES. —¿Llamas bello a lo que es malo y pernicioso?

      LAQUES: —No lo permita dios, Sócrates.

      SÓCRATES. —¿Luego a esta especie de constancia no le das el nombre de valor, puesto que no es bella, y que el valor es algo bello?

      LAQUES: —Dices verdad.

      SÓCRATES. —La paciencia o constancia, unida a la razón, ¿es en tu opinión el verdadero valor?

      LAQUES: —Así lo creo.

      SÓCRATES. —Veamos. ¿Es la que va unida a la razón en ciertos casos, o la que está unida en todos, en las cosas pequeñas como en las grandes? Por ejemplo, un hombre gasta constante y prudentemente sus bienes, con una entera certeza de que sus gastos le producirán un día grandes riquezas; ¿llamarás a este hombre valiente?

      LAQUES: —No, ¡por Zeus!, Sócrates.

      SÓCRATES. —Pero un médico, por ejemplo, tiene a su hijo único o a cualquier otra persona enferma de una inflamación del pulmón; este hijo le persigue y le pide de comer y beber; el médico, lejos de dejarse llevar, sufre con paciencia sus lamentos: ¿le daremos el nombre de valiente?

      LAQUES: —Tampoco es ese valor, a mi parecer.

      SÓCRATES. —En la guerra, he aquí un hombre que está en esta disposición de alma de que hablamos; quiere mantenerse firme, y sosteniendo su valor con su prudencia, le hace ver esta que será bien pronto socorrido; que sus enemigos son mucho más débiles,


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