La cruel pedagogía del virus. Boaventura de Sousa SantosЧитать онлайн книгу.
a China. Las malas condiciones higiénicas en los mercados chinos y sus extraños hábitos alimentarios (primitivismo insinuado) eran el origen del mal. Subliminalmente, el público del planeta fue alertado sobre el peligro de que China, que hoy es la segunda economía mundial, domine el mundo. Si China era incapaz de prevenir semejante daño a la salud mundial y, además, de superarlo de manera efectiva, ¿cómo podríamos confiar en la tecnología del futuro propuesta por China? ¿Pero el virus se originó en China? La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, su origen aún no se ha determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en los Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus chino», especialmente porque sólo en países con buenos sistemas de salud pública (Estados Unidos no es uno de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se dieron en los últimos meses. Lo que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, existe una guerra comercial entre China y Estados Unidos, una guerra sin cuartel que, como todo parece indicar, acabará con un vencedor y un vencido. Desde el punto de vista de los Estados Unidos, existe una necesidad urgente de neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles eléctricos y las energías renovables.
La sociología de las ausencias. Una pandemia de tales dimensiones causa conmoción en todo el mundo. Aunque dramatizar esté justificado, es bueno tener en cuenta las sombras que crea la visibilidad. Por ejemplo, Médicos sin Fronteras advierte de la extrema vulnerabilidad al virus de los miles de refugiados e inmigrantes detenidos en centros de internamiento en Grecia. En uno de ellos (campo de Moria), hay un grifo de agua para 1300 personas y no hay jabón. Los refugiados viven hacinados. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos de tres metros cuadrados. Esto también es parte de Europa, es la Europa invisible. Como estas condiciones también prevalecen en la frontera sur de los Estados Unidos, hay también allí una América invisible. Y las zonas de invisibilidad podrán multiplicarse en muchas otras regiones del mundo, tal vez incluso aquí, muy cerca de cada uno de nosotros. Quizá baste con abrir la ventana.
La trágica transparencia del virus
Los debates culturales, políticos e ideológicos de nuestro tiempo tienen una extraña opacidad, que se deriva de su distancia de la vida cotidiana de la gran mayoría de la población, los ciudadanos comunes, «la gente de a pie». En particular, la política, que debía mediar entre las ideologías y las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos, ha renunciado a esta función. El único rastro de esa mediación se observa en las necesidades y aspiraciones del mercado, ese megaciudadano formidable y monstruoso que nadie jamás vio, tocó ni olió, un ciudadano extraño que sólo tiene derechos y ningún deber. Es como si la luz que proyecta nos cegase. De repente, irrumpe la pandemia, la luz de los mercados se desvanece y, de la oscuridad con la que siempre nos amenazan si no les rendimos pleitesía, surge una nueva claridad. La claridad pandémica y las apariciones en las que se materializa. Lo que nos permite ver y cómo se interpreta y evalúa determinarán el futuro de la civilización en la que vivimos. Estas apariciones, a diferencia de otras, son reales y llegaron para quedarse.
La pandemia es una alegoría. El significado literal de la pandemia del coronavirus es el miedo caótico generalizado y la muerte sin fronteras causados por un enemigo invisible. Pero lo que expresa es mucho más que eso. Estos son algunos de los significados que surgen de ella. El todopoderoso invisible puede ser infinitamente grande (el dios de las religiones escritas en los libros) o infinitamente pequeño (el virus). En los últimos tiempos, ha surgido otro ser todopoderoso invisible, ni grande ni pequeño, pero deformado: los mercados. Al igual que el virus, es insidioso e impredecible en sus mutaciones y, como dios (Santísima Trinidad, encarnaciones), es uno y muchos. Se expresa en plural, pero es singular. A diferencia de dios, los mercados son omnipresentes en este mundo y no en el más allá. Y, a diferencia del virus, son una bendición para los poderosos y una maldición para todos los demás (la gran mayoría de los humanos y la totalidad de la vida no humana). A pesar de ser omnipresentes, todos estos seres invisibles tienen espacios de recepción específicos: el virus, en los cuerpos; dios, en los templos; los mercados, en las bolsas de valores. Fuera de estos espacios, el ser humano es un ser sin hogar trascendental.
Sujeto a tantos seres impredecibles y todopoderosos, el ser humano y toda la vida no humana de la que depende son inminentemente frágiles. Si todos estos seres invisibles permanecen activos, la vida humana pronto será (o ya es) una especie en peligro de extinción. Está sujeta a un orden escatológico y se acerca al fin. La intensa teología que se teje alrededor de esta escatología contempla varios niveles de invisibilidad e imprevisibilidad. El dios, el virus y los mercados son las formulaciones del último reino, el más invisible e impredecible, el reino de la gloria celestial o la perdición infernal. Sólo ascienden a él aquellos que se salvan, los más fuertes (los más santos, los más jóvenes, los más ricos). Debajo de ese reino está el reino de las causas. Es el reino de las mediaciones entre lo humano y lo no humano. En este reino, la invisibilidad es menos rara, pero es producida por luces intensas que proyectan sombras densas sobre él. Este reino está compuesto por tres unicornios. Sobre el unicornio, Leonardo da Vinci escribió: «El unicornio, por su intemperancia e incapacidad para dominarse a sí mismo, y debido al deleite que le brindan las doncellas, olvida su ferocidad y salvajismo. Deja de lado la desconfianza, se acerca a la doncella sentada y se duerme en su regazo. De esa manera, los cazadores logran cazarlo». En otras palabras, el unicornio es un todopoderoso feroz y salvaje que, sin embargo, tiene un punto débil, sucumbe a la astucia de todo el que logre identificarlo.
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