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Psicología del vestido. John Carl FlügelЧитать онлайн книгу.

Psicología del vestido - John Carl Flügel


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href="#ulink_b54c1f1c-4c95-5fca-b59b-f17a20cbe199">10. Amabe Williams-Ellis, The Tragedy of John Ruskin, p. 232.

      11. Havelock Ellis, Erotic Symbolism, p. 26.

      12. Que el polizón simbolizaba realmente y servía para llamar la atención hacia las nalgas era, por supuesto, claramente evidente para todos los que dedicaran alguna consideración a las modas del momento. Cf. la divertida rima en boga entonces:

      Die letzte Kleidermode war

      Noch immer nur so so;

      Jetzt erst sind wir ganz und gar

      Ein wandelnder P...

      [La última moda del vestido

      Todavía se podía tolerar;

      Es ahora cuando de verdad

      Somos un trasero andante.]

      13. Cf. Schurtz, 86, p. 50.

      5. La protección

      Aún más, ahora mismo, ahora que para ti ha concluido, o se ha modificado, el reinado de la locura y no empleas el Vestido para el triunfo sino para la defensa, ¿lo has llevado siempre por obligación y a consecuencia de la Caída del Hombre? ¿Nunca has disfrutado de él como de una cálida Casa portátil, un Cuerpo alrededor de tu Cuerpo, donde ese extraño «tú» tuyo se refugia cómodamente desafiando todas las variaciones del Clima?

      Rodeado de gruesa carisea doble, semienterrado en chales y sombreros de ala ancha, y sobretodos, y botas de agua, con los dedos enfundados en mitones y gamuzas, te has subido «al caballo que monto» y, aunque estuviésemos en plano invierno, te has precipitado a recorrer el mundo, regocijándote en él como si fueses su dueño. ... La Naturaleza es buena, pero no es perfecta: ahí radica la verdadera victoria del Arte sobre la Naturaleza.

      Sartor Resartus, cap. ix

      Carlyle

      La función protectora del vestido puede parecer a primera vista bastante simple. Sin embargo, al examinarla demuestra ser mucho más diversa y compleja que lo que nos pueden llevar a esperar nuestros poco rigurosos y algo sesgados hábitos de pensamiento sobre este asunto.

      La forma más obvia de protección lograda por medio del vestido es contra el frío.

      Sin duda, en un clima frío se corre un riesgo considerable de que sea considerada la única forma de protección. Parece indudable que, por lo menos en los últimos desarrollos del vestido, ha desempeñado una parte más importante que cualquier otra función protectora. Es probable que muchos de los más altos logros de la sastrería (como los comprendidos en el cambio de un atuendo suelto «gravitacional» a uno «anatómico», más ajustado y entallado), no hubieran ocurrido nunca en un clima cálido, y que deban su existencia a la migración de ciertos sectores de la raza humana desde regiones meridionales a regiones más septentrionales. Sin embargo, es posible, como hemos visto, que los seres humanos existan en un estado prácticamente de desnudez incluso en una de las regiones más inclementes del mundo habitado; y esto nos previene del peligro de exagerar la importancia del motivo de la protección en comparación con los motivos de adorno y pudor. Sobre todo en virtud de que el motivo de protección aparece en cierto modo como más «racional», más adaptado a la realidad que los otros motivos, y de que el hombre se inclina siempre a la «racionalización» de sus motivaciones. Existe una resistencia a admitir la fuerza plena de las tendencias hacia el adorno y el pudor y, en consecuencia, el hombre ha exagerado probablemente su necesidad de cubrirse para protegerse del frío. Sea como fuere, la mayoría de las autoridades médicas está de acuerdo en que, desde el punto de vista de la higiene, los europeos usan más bien demasiada ropa (aunque se ha producido una gran reducción en la ropa femenina en los últimos años).1 Y lo mismo se aplica a fortiori a los vestidos de los últimos siglos que, excepción hecha de breves períodos, eran en general más abundantes que en el presente.

      Pero la vestimenta puede proteger no sólo contra la temperatura desagradablemente baja sino también contra el calor, en la medida en que éste depende directamente de los rayos solares. En todo caso, pocos europeos pudieron vivir en países tropicales sin protegerse la cabeza del sol mediante sombreros y muchos de nosotros hemos tenido ocasión de lamentar, durante un verano caluroso, tener que prescindir durante mucho tiempo de la protección que nos proporciona nuestra ropa contra los rayos solares sobre ciertas partes del cuerpo ya que, como muchos han comprobado, los baños de sol, tomados de repente y sin el debido hábito, tienen consecuencias muy dolorosas.

      La ropa también puede protegernos contra los enemigos, tanto humanos como animales. El deseo de protección contra enemigos humanos ha conducido al desarrollo de una especie muy particular de vestimenta, conocida como armadura. En los países occidentales, la armadura ha sido por lo general de metal; en esta forma tuvo un enorme desarrollo en la Edad Media, y como vestimenta profesional típica del caballero, llegó a simbolizar íntimamente todo el espíritu marcial de ese momento. La desaparición gradual de la armadura se debió indudablemente a los progresos de las armas de fuego que, finalmente, la inutilizaron para su propósito real. Pero, como prenda ceremonial, han permanecido ciertos vestigios de ella hasta el presente; por ejemplo, el peto de acero que forma parte del uniforme de los guardias, el más suntuoso de todos los trajes militares. Y, lo que es bastante curioso, la guerra moderna, aunque ha hecho anticuada en otros aspectos la armadura, ha llevado sin embargo al resurgimiento de un casco de acero de apariencia muy medieval, así como a ciertos rasgos enteramente nuevos de la ropa protectora, como por ejemplo la máscara de gas.2 En algunos lugares, sin embargo, se han usado materiales de otra clase para las armaduras, como en el caso de algunas tribus africanas, que emplean almohadillas de lana que cubren todo el cuerpo.3

      Aparte de la guerra convencional, la armadura u otras formas especiales de ropa protectora pueden, por supuesto, proteger contra ataques súbitos o aislados de seres humanos. Hubo un tiempo en que muchas personas que tenían razón para suponer que su vida corría peligro llevaban una túnica metálica debajo de sus ropas ordinarias, y si lo que se dice es verdad, un buen número de ellas lograba prolongar su vida de esta manera. Incluso la ropa común, si es suficientemente gruesa o voluminosa, puede servir a veces para este propósito; muy recientemente el Observer, bajo el título de «Pasión y enaguas», dio cuenta de un caso semejante: un celoso amante disparó con un revólver sobre una muchacha de una aldea eslovaca pero, afortunadamente, ella tenía puesto el traje campesino tradicional de la región y, estando en consecuencia «acorazada» con diez almidonadas enaguas, el proyectil le dañó sólo levemente la cadera.

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