Diario de Nantes. José Emilio BurucúaЧитать онлайн книгу.
de la cultura europea del siglo XVI, escritas por Cornelio Agrippa o Paracelso. Por otra parte, nuestro sabio realizó la primera descripción rigurosa de los síntomas del cólera y, asimismo, de las prácticas y los remedios de la medicina Ayurveda. Ya célebre en su tiempo, el sultán de Ahmednagar, un estado del Decán, invitó a Orta a instalarse en sus territorios. El portugués declinó la oferta pero mantuvo una larga correspondencia con el sultán, el Nizam Bahadur Shah, hombre erudito, muy conocedor de la obra de Avicena. Don Garcia y el sultán compartieron entonces, de acuerdo con la perspectiva de Fernando, gran cantidad de materiales metafísicos, ligados a la antigua tradición neoplatónica y alejandrina. Rosa Ribeiro ha indagado también los vínculos posibles entre el horizonte filosófico de Orta, la civilización egipcia tardoantigua y la cultura de los khoisan (poblaciones del sur de África, arrinconadas hoy en el desierto de Kalahari por la expansión bantú, que Martin Bernal cree fueron las inspiradoras de varias divinidades helénicas, sobre todo Atenea, a comienzos del primer milenio antes de nuestra era). El colega no ha desdeñado traer a colación la obra de Ioan Couliano, The Tree of Gnosis, de donde rescata dos aspectos: 1) la idea de un núcleo común de las herejías cristianas e islámicas en el saber hermético; 2) las historias de tricksters que se han extendido a prácticamente todas las civilizaciones del planeta (fue un shock el enterarnos de que Couliano, tal vez por saber demasiado sobre el régimen rumano de Ceaușescu, fue asesinado en un baño del campus de la Universidad de Chicago en 1991). Fernando nos puso al tanto de sus fuentes para el estudio de la magia: Marcel Mauss, Evans-Pritchard, Lévi-Strauss, desde ya, y... ¡oh sorpresa!, Ernesto de Martino, para quien reservó los elogios más grandes. La exposición estalló en ese momento, pues Rosa Ribeiro convocó a Michael Taussig y su libro Mimesis and Alterity [Mímesis y alteridad], de 1993; a Gregory Bateson y su Pasos hacia una ecología de la mente, de 1972; al físico John Archibald Wheeler y su principio antrópico; al biomatemático D’Arcy Wentworth Thompson y su libro Sobre el crecimiento y la forma, de 1917, un texto acerca de las configuraciones geométricas de los seres vivos. Confieso no haber captado bien por qué Garcia de Orta requeriría esta convergencia de puntos de vista y cuestiones tan dispares.
Las preguntas y comentarios fueron polémicos. Gad Freudenthal atacó por el lado de Avicena y rechazó la importancia de su presunta filiación neoplatónica. Insistió en que el Avicena conocido durante el Renacimiento era el de las obras médicas, no el de la metafísica. Margret Frenz enfatizó que las aproximaciones de Fernando necesitaban mayores evidencias empíricas, por ejemplo, pruebas sobre el círculo de lectores, reales y potenciales, de los Coloquios. Marc Chopplet y Babacar Fall pidieron saber más acerca de las categorías y las especies botánicas que Orta usó y describió. Fernando dijo entonces que una de las opiniones más reiteradas del propio Orta apuntaba a la variedad extraordinaria de plantas que había conseguido abarcar el saber natural de su tiempo. Carmen Nocentelli, esposa de Sam Truett y especialista en literatura del Renacimiento, apuntó que la Iglesia había concedido el imprimatur a los Coloquios. Sería evidente, entonces, que la herejía no se encontraba en los temas ni en las afirmaciones del libro. ¿Estaría acaso en sus formas? En cuanto a las intervenciones de los esclavos, ¿aparecían en estilo directo o indirecto? ¿Cómo hizo Fernando para distinguir entre observaciones empíricas y topoi retóricos? Jubé interrogó al orador acerca de las posiciones políticas de Garcia de Orta. Fernando citó la negativa del sabio a administrar datura a los esclavos, para evitarles el adormecimiento y el daño psíquico que esa planta producía. Dmitrii preguntó sobre el interés del personaje por la astronomía. Houben distinguió entre dos polos, aún vigentes, para atacar el tema de la magia: 1) el de la visión de la magia como una falsa ciencia; 2) el que busca un núcleo fuerte de verdad en ella. Nyanchoga declaró preferir las explicaciones culturales basadas en una conexión nilótico-sahariana y no en un lazo con la civilización antigua de los khoisan. Mor estuvo genial: nos trajo a la memoria varios horizontes del saber botánico, el de los portugueses del siglo XVI, donde descollaron Diego Gomes y mi querido João de Barros; el de los geógrafos y viajeros árabes entre los siglos XI y XVI, Al-Bakri, Ibn Fadlallahom al-Omari y Al-Wazzan, llamado León el Africano en la corte de León X, autor de una Descripción del África publicada en 1550 en Venecia, que hizo conocer en Europa la ciudad santa de Tombuctú. Metí algún bocadillo referido a la posibilidad de que Orta estuviese más cerca de las ediciones renacentistas de Dioscórides que de Paracelso. Sugerí a Fernando que analizase una posible escritura-lectura entre líneas de los Coloquios, según los criterios de Wootton. Alabé hasta las estrellas la obra de De Martino.
Por la noche, Sudhir organiza la proyección de un film de Kumar Shahani, a elección, en el salón de los fellows. Decidimos ver Khayal Gatha (La saga del khayal), de 1989, una película experimental en la que un estudiante de música hilvana las leyendas e historias sobre los orígenes, el desarrollo y los usos espirituales del género khayal de lírica amorosa en la India. Me dolía muchísimo la cabeza, pero igual pude captar la belleza de las imágenes puras, de un palacio del siglo XVII, de una casa del XX, de una locomotora que invadía la pantalla, de una naturaleza siempre fluida y cambiante, comparable a la del cine de Tarkovski. Hubo, sin embargo, algo que me desconcertó y fui incapaz de incorporar coherentemente al resto de las escenas: un gordo bastante gordo, sentado junto a uno de los amantes que ejecutaba la vina, empezó a hacer mudras, sin que yo lograra desentrañar el porqué. Para peor, semejante a un Ganesha, el personaje empezó a bailar con agilidad y dale que dale con los mudras a la par que se sostenía por largos segundos en la punta de un pie, ora el derecho, ora el izquierdo. Un verdadero as, el Fulano. Pero el misterio crecía para mí. Cuando terminó la proyección, Rimli y Sudhir nos dieron las explicaciones del caso sobre el khayal, que implica una sucesión de poemas y cantos que “van brotando como agua del manantial”, hasta componer una suerte de “guirlanda”, de “encajes cosidos uno tras otro” (fueron palabras de Rimli). Se los recita y se los canta, sobre la base de la improvisación musical del sistema râga del que me habló Kumar mismo hace días. Al proclamar mi extrañeza frente a la danza del Ganesha con cabeza humana, Sudhir exultó: “This is a very important question!”. Dije que la escena vista en ocasión de la primera conferencia de la cátedra Raza, en la que otro bailarín, delgado y grácil, danza en un bosque, no me había provocado ningún estupor, tal vez porque la había observado fuera de cualquier contexto. Me da la impresión de que ni siquiera Sudhir puede explicar la irrupción del gordo shivaico en la Gatha. Veremos.
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24 de noviembre
Leo el editorial de La Nación sobre los juicios a los criminales de la tiranía militar, me indigno y retiro el artículo sobre el debate local en torno a la declaración de los fellows, que ofrecí a Raquel San Martín y ella aceptó con gusto. Me disculpo ante Raquel, por supuesto, y ella me responde con gentileza. Me cuenta (cosa que yo daba por sentada) que estuvo entre quienes criticaron públicamente la conducta del periódico. Apreciamos mutuamente nuestros gestos y permanecemos en contacto. Pero no puedo, no puedo publicar el texto en ese diario después de semejante estupidez oportunista, mal redactada, encima. El recuerdo de mi hermano, la persistencia cada día más intensamente sentida de mi amor hacia él, valen mil veces la satisfacción del orgullo que implicaría ver una página mía en el suplemento Ideas del domingo. El artículo “La torre de marfil y los vientos de la guerra” sintetiza la discusión habida en el Instituto y termina del siguiente modo:
Me atrevo a proponer dos conclusiones provisorias. El límite cultural entre países desarrollados y países en desarrollo subsiste, claro que ahora la situación se habría invertido. Quienes antes clamaban por un núcleo humanista de valores –libertad, igualdad, fraternidad– ahora consideran impertinente recordárselo a sus inventores y defienden las medidas de vigilancia extrema; quienes antes toleraban los regímenes despóticos y hasta totalitarios en aras del desarrollo económico hoy se sienten amenazados por la crisis del Estado de derecho, construido sobre el respeto primordial de las garantías y libertades de los individuos. Es un dato importante el que uno de nosotros se haya sentido amenazado en las calles de la ciudad por lo que el color de su piel despertó en ciertos magines de número nada desdeñable. La segunda conclusión se refiere a una contradicción esencial, profunda, en los materiales que los pensadores más altos de la humanidad tienen para ofrecernos respecto de la guerra y de la paz. En el Enrique V, Shakespeare puso en boca del personaje principal lo que sigue: “En tiempo de paz, nada conviene al hombre tanto como