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Nadie es ilegal. Mike DavisЧитать онлайн книгу.

Nadie es ilegal - Mike  Davis


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cabecillas identificados, una fuerza armada de varios cientos de vigilantes, algunos de ellos obviamente secundados por sus empleadores, mantuvieron un régimen de terror sin precedentes durante más de tres meses. Un contingente actuaba como patrulla fronteriza temporal, acampando en la frontera del condado San Onofre para interceptar a wobblies del sur; otra banda trabajaba con el brutal jefe de policía Wilson aterrorizando a los prisioneros, llevándolos en ocasiones al Desierto Imperial donde eran golpeados y abandonados a los cactus y las serpientes de cascabel4.

      Un miembro de IWW, pateado despiadadamente en los testículos por los carceleros, murió debido a las lesiones, y los dolientes en la procesión del funeral fueron apaleados también. Muchos otros luchadores por la libertad de expresión fueron mutilados y otros salvajemente golpeados. Al Tucker, un mordaz miembro proveniente de Victorville, envió al secretario del tesoro de IWW, Vincent St. John, una narración del tratamiento de rutina aplicado por el comité de recepción de los vigilantes:

      Eran cerca de la 1 a. m. El tren disminuyó la velocidad y nos vimos entre dos filas de casi 400 hombres armados hasta los dientes con rifles, pistolas y garrotes de todo tipo. La luna brillaba débilmente a través de las nubes y pude ver picos, hachas, rallos de ruedas de vagón y todo tipo de artefactos balanceándose en las muñecas de todos ellos mientras nos apuntaban con los rifles… nos ordenaron descender y nos negamos. Entonces rodearon el carro donde estábamos y comenzaron a aporrearnos y a arrastrarnos por los calcañales, de modo que en menos de media hora nos bajaron del tren y magullados y ensangrentados fuimos puestos en fila y marchamos hacia el corral de ganado… entonces seleccionaron a un hombre que ellos suponían que era el líder y le dieron una paliza extra. Varios hombres fueron llevados inconscientes y pensé que había algunos muertos; luego hubo algunos de ellos de los cuales no oí hablar más. Todos los vigilantes llevaban puestas insignias y pañuelos blancos en el brazo derecho. Todos estaban bebidos y estuvieron gritando y maldiciendo toda la noche. En la mañana nos tomaron en grupos de cuatro o cinco y nos llevaron hasta el límite del condado… donde fuimos obligados a besar la bandera y luego un grupo de 106 hombres nos golpearon tan fuerte como pudieron. Le quebraron la pierna a uno y todos quedamos apaleados y sangrando por las heridas5.

      Kevin Starr escribió que “las batallas de San Diego por la libertad de expresión suscitaron la peor reacción posible en la amenazada clase media y baja de California”. Él explica que los vigilantes fueron reclutados por una burguesía ansiosa y mezquina, “insegura de lo que había obtenido o soñaba con obtener al venir a California”. Como en la Alemania de Weimar, “la oligarquía, es decir, las clases medias y altas, abominaban y temían al IWW; pero los oligarcas no tomaban las calles como los vigilantes. Ellos, más bien, alentaban a las clases medias y bajas para que hicieran ese trabajo”6.

      Pero según testigos que presenciaron los hechos, Starr está equivocado: la “oligarquía” instigó y participó físicamente en el festival de violencia vigilante de San Diego. Abram Sauer fue el editor de un pequeño semanario llamado el Herald que apoyaba el movimiento por la libertad de expresión. Fue secuestrado, amenazado con ser linchado y luego se le dijo que abandonara la ciudad (posteriormente fue dañada su prensa). Sauer, sin embargo, valientemente se negó a huir y publicó un artículo sobre su secuestro que identificaba a los vigilantes como prominentes banqueros y comerciantes así como “miembros de la Iglesia y cantineros, de la cámara de comercio y del cuerpo real del Estado… así como miembros del jurado de acusación”7. Aunque la teoría de Starr sobre el vigilantismo puede aplicarse a otra situación histórica, los antirradicales de San Diego (además de los taberneros) parecen haber tenido mayor categoría que “los tenderos, los corredores de bienes de menor escala, los dependientes de alto nivel y los capataces de primer nivel” a los cuales identifica como el centro del estrato social8. La clase media común, sin embargo, se vio sujeta a considerables presiones para escoger de qué lado iba a estar.

      Anticipándose a la cacería de brujas que vendría luego, la prensa de Spreckels engatusó a los habitantes de San Diego para velar por la “lealtad” entre ellos mismos. Así, “los vecinos sabrán dónde están parados en esta cuestión de vital importancia para San Diego”; el Union recomendaba a los ciudadanos leales a llevar puestas banderas norteamericanas en las solapas, con la siniestra sugerencia de que aquellos que se negaban a exhibir su patriotismo o hacer consideraciones indebidas sobre la ley de derechos debían ir pensando en un reacomodo9.

      Un famoso linchamiento fue publicado a mediados de mayo cuando la anarquista más notoria de Norteamérica, Emma Goldman, llegó a San Diego al parecer para dar una conferencia sobre Ibsen, aunque era evidente que quería mostrar su desafío a las leyes de los vigilantes. Los nervios de acero de Emma eran notorios y no tuvo miedo a enfrentar la plebe sedienta de sangre que se congregó afuera del hotel que gritaba: “Dennos a esa anarquista; la desnudaremos; le sacaremos las tripas”. Pero su amante y gerente, Ben Reitman (pionero de la educación sexual y autor de Boxcar Bertha), fue secuestrado y luego torturado de tal manera que dejó traslucir el considerable disfrute por la perversión sexual de sus raptores. Los secuestradores (¿“miembros de la Iglesia y taberneros”?) lo llevaron a una remota altiplanicie donde orinaron sobre él, lo desnudaron y lo patearon. Entonces “con un cigarro encendido”, contó posteriormente Reitman a los reporteros en Los Ángeles, “quemaron mis glúteos grabando las letras IWW… vertieron una lata de brea sobre mi cabeza y, a falta de plumas, restregaron artemisa sobre mi cuerpo. Uno de ellos intentó meterme un bastón en mi recto. Otro torció mis testículos. Me obligaron a besar la bandera y a cantar el himno norteamericano10.

      A pesar de tal sadismo, los wobblies, increíblemente, continuaron su lucha, apoyados por socialistas y eventualmente por indignados sindicalistas de AFL y algunos liberales. Pero la cantidad de víctimas del terror era aplastante. Incluso los abogados que trataron de representar a IWW fueron encarcelados, y cuando los juristas protestaron al gobernador Hiram Johnson, el campeón de los liberales, éste replicó que “la anarquía y la brutalidad del IWW es peor que la de los vigilantes”. Cuando Goldman y Reitman trataron de volver un año después, otra vez fueron casi linchados y tuvieron que escapar a Los Ángeles. Aunque el ayuntamiento, con el tiempo, revocó el estatuto contra las manifestaciones públicas y la libre expresión retornó a las calles del centro de San Diego, fue sólo una victoria pírrica para IWW. Como señala Philip Foner, algunas de los principales miembros IWW comenzaron a objetar el enorme costo humano y organizativo de tales experiencias, aunque muchos miembros de las filas apoyaron de corazón al maltratado Al Tucker quien juró que si volvía a tomar parte en otra batalla por la libertad de expresión “sería con ametralladoras y bombas”11.

      Al final, sin embargo, IWW continuó su desafío pero mediante campañas no violentas organizando a vagabundos de las cosechas, trabajadores textiles, personal de la construcción, marineros y desempleados. Los wobblies probablemente sufrieron la mayor amenaza en Central Valley, donde cada intento de destruir su liderazgo –como la trampa tendida a “Blackie” Ford y Herman Suhr después del llamado Disturbio de Wheatland en 1914, cuando delegados vigilantes dispararon contra una manifestación– fueron contrariados por la emergencia de un nuevo cuadro de “delegados” y organizadores itinerantes. Aunque IWW fracasó en el intento de construir locales duraderos, su núcleo agrícola permaneció intacto, amenazando con aprovechar cualquier chispa de descontento para convertirla en huelga. Los agricultores estuvieron de acuerdo con el General Otis y otros líderes de la open-shop en que la represión selectiva de los líderes de IWW era inefectiva y que la organización sólo podía ser derrotada aplicando, a nivel estatal, los métodos de San Diego.

      La Primera Guerra Mundial fue el pretexto para esa cruzada. Nacionalmente, la Liga Protectora Americana (APL), que con el tiempo llegó a tener 350.000 miembros, se convirtió en “una agencia casi vigilante y casi gubernamental fuera de control que estableció una red de espionaje masivo en todo el país”, con la aprobación del Departamento de Justicia. En California y en todas partes, APL se focalizó en los wobblies y socialistas “desleales”, mientras redactaba las páginas editoriales de todos los periódicos de California. Las pandillas saquearon las oficinas de IWW en Oakland y Los Ángeles en agosto de 1917, y en septiembre, la Guardia Nacional fue enviada para aplastar una huelga de los fabricantes


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