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Un Beso Perverso. Dawn BrowerЧитать онлайн книгу.

Un Beso Perverso - Dawn Brower


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con indiferencia. “A su madre no le importó abrirme sus piernas. Dudo que mi hija sea muy diferente. Irá a su cama voluntariamente”. Su padre era tan malvado como el conde. Natalia había dejado de buscar algo redimible en él. Puede que la haya cuidado, pero claramente, nunca la había amado. Ella merecía mucho más de lo que él le había brindado. Era hora de tomar el control de su vida y abandonar la casa de su padre.

      “¿Está tan seguro de eso?”, el conde parecía inseguro. “Cuando un hombre se las lleva, entonces algunas mujeres no lo consideran...agradable”.

      “Entonces puede ser que esté haciendo algo mal”. Su padre tomó una copa y bebió. “Este es un buen brandy que me ha traído. Mientras me siga abasteciendo, no me importa lo que haga con ella. Oficialmente ella será su problema después de la boda”.

      Natalia ya había escuchado suficiente. Su padre podría pudrirse en el infierno y el conde podría unirse a él. No quería tener nada que ver con ninguno de ellos. Una lágrima cayó por su mejilla. Se la limpió y corrió a su habitación. Al menos su habitación no estaba lejos. Estaba cerca de las habitaciones de los sirvientes. Dado que era ilegítima, no merecía estar con la familia en la parte superior de la casa. Tenía una habitación pequeña con una cama angosta y un armario pequeño. Le había entregado un lindo vestido para cuando exigía su presencia en las cenas, junto con un vestido de día y un vestido de uso diario. Los dos vestidos eran bastante fáciles de meter en su maleta, junto con sus limitados artículos personales. Su dinero para gastos lo había cosido al bolsillo de su vestido de día, que llevaba al momento.

      Se apresuró a llegar a su habitación, tomó su maleta y se dirigió a la salida trasera. Natalia tomó su capa del gancho donde estaba colgada y se la puso al salir. Su padre no la buscaría de inmediato. Se encontraba demasiado ocupado bebiendo y retozando con el francés en su estudio. El vizconde ni siquiera tenía lealtad hacia su propio país. Tan solo cuidaba de él mismo. Natalia estaba completa y totalmente disgustada con él. Deseó haber podido reclamar otro hombre como su padre.

      La nieve seguía cayendo y el viento se había levantado. A ella no le importaba. Mientras llegara a tiempo a la aldea de Faversham para alcanzar al coche de correo antes de que saliera, todo estaría bien finalmente. De lo contrario, su escape tardaría aún más para lograrlo. El frío se filtró al interior, pero no dejaría que eso la detuviera. Natalia siguió moviéndose tan rápido, como sus pies la llevaban. Después de un cuarto de hora, finalmente llegó a las afueras de la ciudad. El coche de correos estaba siendo cargado frente a la posada. No podía permitir que se fuera sin ella. Natalia abrazó su maleta contra su pecho y salió corriendo. Cuando alcanzó al coche, su respiración era irregular.

      “Espere”, dijo entre respiraciones. “Por favor...espere”.

      “¿Desea comprar un pasaje?”, preguntó el cochero. Tenía su cabello tan blanco como la nieve que caía del cielo, pero había algo de gris en las sienes. Su cara estaba roja por los vientos del invierno y sus mejillas y nariz estaban aún más coloradas que el resto.

      “¿Lo hago?”, asintió furiosamente. “¿Hacia dónde se dirige?”. Natalia no había pensado en averiguar cuál era la trayectoria común del coche de correos. No había tenido tiempo real para planificar su partida. Aunque una parte de ella creía que de alguna manera debió saber que su padre la traicionaría de la peor forma posible. Nunca había sido realmente bueno con ella y solo le proporcionaba lo necesario para su supervivencia. Inclusive sus regalos no habían sido más que artículos que anteriormente habían pertenecido a su madre. No estaba dispuesta a seguir dedicándole tiempo pensando en él. Natalia hizo todo lo posible para concentrarse en el conductor del coche de correos. Su respuesta era esencial para que ella planeara el resto de su viaje.

      “Tenemos varias paradas”. El cochero asintió hacia la carretera. “Pasaremos por Canterbury con una última parada en Dover”.

      Eso servía. Podría intentar encontrar a alguien que la llevara a Francia desde allí. Tal vez un contrabandista... un barco militar nunca llevaría a una mujer a Francia. Especialmente con la guerra... “Gracias”, contestó ella. “Me gustaría comprar un pasaje”.

      Pagó la tarifa y abordó el coche. En el interior no había mucho espacio, pero había sido la única que había comprado un pasaje. Si hubiera tenido otra opción, no estaría viajando con ese clima tan inclemente. Natalia apoyó la cabeza contra el coche y cerró sus ojos. Tal vez si tomaba una siesta, el viaje sería más rápido y olvidaría el frío que se extendía por todo su cuerpo.

      Natalia despertó sobresaltada. El coche sacudió y se agitó fuertemente. La nieve caía con más fuerza de lo que había estado cuando había subido al coche, algunos copos habían encontrado su paso a través de una ventana. Su falda estaba empapada y ya no sentía sus pies. Quizá quedarse dormida no había sido la mejor decisión que podía haber tomado. Miró a su alrededor y no podía distinguir algo cercano. Estaban en medio de una tormenta de nieve a todo lo que daba.

      Asomó la cabeza por la ventana y miró al cochero. Él zigzagueaba de atrás hacia adelante por arriba del coche. Natalia no podía saber si tenía o no el control. No se veía...bien. El pánico la atrapó mientras temía por su seguridad. Si el cochero no podía llevarlos al menos hasta la siguiente aldea, ¿qué le ocurriría a ella?

      “Señor”, gritó ella por la ventana, pero parecía inútil. No respondía en absoluto. El viento la había atrapado y apenas podía oírse gritar, pero tenía que intentarlo de nuevo. “Señor, ¿está bien?”.

      El cochero tomó un látigo y golpeó a los caballos alentándolos a ir más rápido. ¿Había perdido la cabeza? Al menos estaba alerta… si los caballos iban más rápido, podría perder el control y chocar. Tenía que encontrar una manera de prepararse para un posible impacto. La manera como caía la nieve era firme. “Señor”, gritó ella, su corazón se aceleraba en su pecho. Natalia se agarró por un costado de la ventana rezando para sobrevivir a ese condenado viaje. “Despacio...”. Su garganta estaba ronca por gritar contra el viento furioso.

      Los caballos corrían por el estímulo del cochero. Se formó un nudo en su garganta que no podía despejar. La nieve volaba con el viento y más entraba por la ventana, picando sus mejillas. El coche se balanceaba de nuevo y avanzaba por el camino. El brillante cielo azul de más temprano, se había oscurecido al arreciar la tormenta.

      Un crujido resonó en el viento y su corazón dio un vuelco. Natalia se agarró de un costado del coche, mientras este giraba hacia adelante y luego rodaba por un lado deslizándose por un extremo de la carretera. Perdió el control y cayó hacia atrás, golpeándose por un lado con un ruido sordo. Su cabeza había dado contra un costado y el dolor rebotó a través de ella. Ya no sintió el frío, la agonía se convirtió en su nueva constante. La nieve caía a su alrededor a través de la ventana abierta y pronto cubrió su rostro dejándola completamente empapada. De alguna manera, tendría que salir del coche y encontrar el camino a la aldea más cercana. Necesitaba calor, refugio y quitarse la ropa mojada. Si no hacía todo lo posible por moverse, moriría el cochero y el escape de su padre habría sido en vano. Moriría a un lado del camino, a la mitad de la nada. Nadie la encontraría, al menos no hasta que fuera demasiado tarde. Dependía de ella salvarse. Algo de lo que había estado acostumbrada con los años. Natalia no quería morir... el dolor en su cabeza empezó a latir más fuerte y pronto ya no pudo luchar más. Sus ojos giraron hacia atrás mientras luchaba por mantenerse consciente, y perdió.

      CAPÍTULO DOS

      La tormenta que golpeaba el carruaje había cobrado vida propia. Lucas, el conde de Darcy, miraba la nieve que caía por la ventana del coche, casi atónito por su presencia.

      Realmente no había considerado la posibilidad de una tormenta de nieve cuando acordó acompañar a su amigo, Edward Kendall, duque de Weston a su casa en Dover. Debió haberlo hecho,


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