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Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. BilderbackЧитать онлайн книгу.

Soy Tu Hombre Del Saco - T. M. Bilderback


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señaló la parte de los intestinos.

      –Aquí es donde el intestino se desconectó del estómago.

      Apuntó a la parte del intestino que estaba junto a la primera parte.

      –Y esta es la parte que se separó del intestino—miró al forense.

      –¿Tengo razón?

      El forense asintió.

      –Entonces, no hubo ningún desgarro. No hay ninguna separación ni tampoco hay torsión.

      Billy estaba confundido.

      –¿Entonces?

      Alan lo miró.

      –Significa que quien hizo esto sacó los intestinos paso a paso y dibujó el corazón a medida que avanzaban. Los intestinos no se enredaron ni se rasgaron o cortaron. Esto requirió una gran concentración o suerte, además de tiempo.  Incluso las dos mitades del corazón son idénticas, lo que debe haber sido bastante difícil de realizar.

      –¿Qué piensas del patrón de los órganos?

      Alan los había estudiado durante cierto tiempo.

      Movió la cabeza.

      –No tengo ni idea, Billy.

      –Bien, ¿quién demonios decidió no llamarme en un maldito caso de asesinato? —gritó una voz desde la puerta.

      Tanto Billy como Alan se voltearon para quien acababa de llegar.

      Era Godfrey Malcolm, el jefe de policía de Perry.

      –¡Alto ahí, idiota!  ¡Si te vas a acercar ponte un cobertor de papel en las botas!

      –¿Para qué carajo? —gritó Malcolm.

      –¡Para que no contamines la escena del crimen! ¿Cómo conseguiste este trabajo? ¿Chupándosela a los miembros del Consejo Municipal?

      Malcolm miró al comisario, pero no dijo nada. Sus ojos estaban muy enrojecidos y su nariz era de un rojo brillante por beber alcohol tan a menudo.

      Malcolm se apoyó borracho en el marco de la puerta y apenas mantenía el equilibrio para colocarse los cobertores de papel, pero, finalmente cuando lo consiguió, entró al lugar.

      Cuando el jefe de policía vio la escena del crimen vomitó todo el suelo.

      Capítulo 3

      —¿Crees que después de esto el Consejo Municipal lo despida?

      Alan se sentó en la oficina de Billy mientras le hacía la pregunta.

      –¡Por dios, seguro que sí, eso espero!

      Luego de que Malcolm vomitara en la escena del crimen, Billy lo arrestó por el cargo de ebriedad en público, de modo que lo hizo pasar por todo el procedimiento de arresto. Inclusive lo hizo pasar por el registro de cavidad corporal… en caso de que Malcolm estuviera involucrado en algún contrabando de drogas, por supuesto.

      El hombre, por su parte, estaba arrepentido, ya que sabía que había arruinado la escena del crimen… Bueno, lo estaba hasta que llegó el momento de registro de cavidad.

      –¡Nadie me va a meter una cosa en el culo! – gritó Malcolm.

      Varios ayudantes sostuvieron al enfadado Jefe de Policía y el encargado pudo llevar a cabo el examen con gran entusiasmo.

      Posteriormente, el comisario ordenó que lo encerraran en una celda privada.

      Billy le dijo: —¡Más vale que te alegres de que te ponga en una celda privada en vez de en una llena de gente!  ¡Ahora, cállate y acuéstate en el catre!

      Un Godfrey Malcolm manso y sumiso se sentó en el catre de la celda.

      –¿Cuánto tiempo planeas dejarlo ahí, Billy?

      Alan estaba sonriendo.

      –¡Diez años!

      Billy estaba furioso.

      Alan se reía a carcajadas.

      Billy miró a su viejo amigo y también empezó a reírse.

      –Ay, mierda, probablemente solo veinticuatro horas, pero sí o sí presentaré cargos. Su nivel de alcohol en la sangre era de 0, 12 y eso en cualquier ciudad significa estar borracho.

      —KATIE, QUIERO QUE TÚ y yo intentemos contactar con algunas… otras inteligencias.  Necesitamos saber si se trata de un asesino sobrenatural o humano.

      Margo Sardis estaba sentada en la mesa de la cocina de Kate. Su bastón con punta de plata estaba apoyado firmemente entre sus piernas anchas y sus manos arrugadas reposaban encima de este.

      Mientras Katie colocaba un pastel de fresa en el horno, observó a su tía.

      Margo Sardis era la tía abuela de Katie Ballantine Blake y la hermana de Margo había sido la tatarabuela de Katie. Esto convertía a Katie en una Sardis… y, por ende, en una bruja, al igual que su hija Carol Grace. La mujer había descubierto este hecho recientemente y la anciana estaba encantada de compartir por fin su conocimiento con los miembros de la familia que le darían un buen uso a la magia.

      –Las brujas no son ni buenas ni malas—le había dicho Margo una vez.

      –Conozco a Dios y también a su némesis. Soy sencillamente… una bruja. Ni más ni menos. Las brujas se basan en sus personalidades… como todos los demás.

      Cuando Margo dijo que necesitaban contactar con otras "inteligencias", Katie no estaba segura si se refería a buenas… o malas.

      –¿Qué otras inteligencias, tía?

      La boca de Margo se convirtió en una línea sombría.

      –Ambas, buenas y malas.

      Katie se volteó para mirar a Margo.

      –Está segura?

      Margó asintió con la cabeza.

      –Y puede que tengamos que preguntarles… a ellas.

      Katie parecía sorprendida.

      –¿Está segura de que deberíamos?

      –Solo si es estrictamente necesario. No quiero despertar a esa cosa particular a menos que debamos hacerlo, así que sigue siendo una posibilidad, Katie.

      Margo movió su cabeza con un gesto de desagrado.

      –Si tan solo no le hubiera dado a Ricky Jackson lo que había pedido… Si tan solo le hubiera dado lo que yo sabía que quería en realidad. De ese modo, la puerta al infierno nunca se hubiera abierto.

      Katie se aproximó a la mesa y se sentó. Colocó una taza de café en frente de cada uno de ellos.

      –No me dijiste que las cosas del infierno a menudo se dirigen a nuestro plano de existencia?  ¿No hubieran llegado acá de todas maneras?

      Margo sacudió la cabeza.

      –Sí, querida sobrina, lo hacen, pero no en tal cantidad.  ¡Todavía no puedo creer que deje que el orgullo me cegara tanto!

      Katie le dio una palmadita a la mano de la anciana.

      –Tía, ya es agua bajo el puente. No hay nada que podamos hacer ahora.

      Margo tenía una expresión de enojo y desagrado.

      –Eso supongo.

      Las dos mujeres se sentaron en silencio por un momento mientras bebían su café.

      Con una ligera y ansiosa voz, Katie preguntó: —¿Tía, ¿qué necesito para que el hechizo llame a otras inteligencias?

      Margó sonrió y le explicó.

      PHOEBE YA LLEVABA TRABAJANDO una hora en su turno


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