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Sin segundo nombre. Lee ChildЧитать онлайн книгу.

Sin segundo nombre - Lee Child


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seguro de que usted me lo va a decir.

      —Tres personas en el mundo pueden testificar que el bolso estuvo siempre vacío. El chico y la chica, porque lo tuvieron que llevar, así que sabían que era liviano como una pluma, y entonces después yo, porque voló por el aire a un metro de mi cara, y pude ver que no había nada adentro. Era obvio.

      —¿De qué manera es usted distinto?

      —Él controla al chico y a la chica. Pero no me controla a mí. Soy una variable imprevista dando vueltas por ahí en público diciendo que el bolso estaba vacío. Eso es lo que él escuchó. En la cinta. A eso es a lo que reaccionó. No me podía dejar decir eso. Se suponía que nadie más supiera que el bolso estaba vacío. Podía arruinar todo. Así que borró la cinta y después trató de borrarme a mí.

      —Se está anticipando a los hechos.

      —Por eso preguntó cómo se contactaba conmigo la gente. Se dio cuenta de que me podía tirar a la fosa común y nunca se iba a enterar nadie.

      —Está especulando.

      —Estas cosas funcionan de una sola manera. Delaney se robó los treinta mil. Sabía que venían. Es de la DEA. Pensó que se podía salir con la suya si armaba un accidente extraño. Digo, a veces hay accidentes, ¿no? Como si a usted se le incendiara la casa y tuviera todo el dinero debajo del sillón. Es una pérdida operativa. Es un error de redondeo. Es el costo de hacer negocios con estos tipos. No confían en sus propias madres, pero saben que a veces estas cosas pasan. Una vez leí en el diario que un tipo perdió cerca de un millón de dólares, todo comido por los ratones en el sótano. Así que Delaney supuso que se podía salir con la suya. Sin que le rompieran las piernas. Lo único que tenía que hacer era poner cara seria y no salirse de su libreto.

      —Espere –dijo Aaron–. Nada de eso tiene sentido.

      —A no ser que.

      —Eso es ridículo.

      —Dígalo en voz alta. Vea cuán ridículo suena.

      —Nada de eso tiene sentido, porque OK, Delaney podía saber que estaban viniendo treinta mil dólares, pero ¿cómo tiene acceso a ese dinero? ¿Cómo decide quién lleva qué en el bolso? ¿Y cuándo y dónde y por qué ruta?

      —A no ser que –volvió a decir Reacher.

      —Esto es una locura.

      —Dígalo.

      —A no ser que Delaney esté caminando por la vereda de la sombra.

      —No se esconda en un lenguaje florido. Dígalo en voz alta.

      —A no ser que Delaney sea él mismo un eslabón en la cadena.

      —Todavía un poco florido.

      —A no ser que Delaney sea en secreto dealer y también agente de la DEA.

      —Treinta mil deben ser más o menos lo que necesita para la clase de cuota de franquicia que tiene que pagar. Para la clase de dealer que es. Que no es grande. Pero tampoco chico. Probablemente mediano, con una clientela relativamente civilizada. El trabajo es fácil. Está bien ubicado como para ayudarse a sí mismo con problemas legales. Con eso obtiene un ingreso decente. Mejor de lo que va a ser su jubilación. Todo iba bien. Pero incluso así se empezó a poner codicioso. Esta vez quiso quedarse con todo el dinero. Sólo hizo de cuenta que iba a entregar la parte de su jefe. El bolso estaba vacío desde el vamos. Pero nadie lo sabría. En el informe policial estaría asentado que se perdieron treinta mil dólares. Cualquier comentario sobre lo que vieron los testigos presenciales haría que sonara exactamente como un robo raro. Su jefe lo podría dar por perdido como algo genuino. Quizás Delaney planeaba hacerlo una vez al año. Más o menos al azar. Como un pequeño margen extra.

      —Sigue sin tener sentido –dijo Aaron–. ¿Por qué el bolso iba a estar vacío? Habría puesto unos fajos de papel de diario cortado.

      —No lo creo –dijo Reacher–. ¿Y si el chico lo echaba a perder? ¿Si no lograba arrebatar el bolso? O si al final no se animaba a hacerlo. La chica habría hecho todo el recorrido. El bolso le habría llegado a la gente de verdad. El papel de diario sería difícil de explicar. Es el tipo de cosa que puede arruinar una relación. Mientras que de un bolso vacío se puede decir que era un reconocimiento. Una prueba, buscando vigilancia. Un exceso de precaución. Los malos no se podrían quejar de eso. Quizás incluso lo esperaban. Como las competencias de empleado del mes.

      Aaron no dijo nada.

      —Lo vuelvo a llamar pronto –dijo Reacher, y colgó el teléfono.

      Esta vez se movió. Salió del diner por la puerta de atrás, y cruzó una esquina expuesta, y se metió en un callejón junto a lo que alguna vez podía haber sido un local de muebles elegantes. Buscó un teléfono en la pared de atrás de la franquicia de una gomería. Quizás de donde llamabas al taxi si el negocio no tenía los neumáticos correctos.

      Se metió en la entrada a un edificio y esperó. La estación de policía estaba ahora a dos cuadras de distancia. Todavía podía oír autos que entraban y salían. Velocidad y urgencia. Le dio treinta minutos más. Después caminó hacia la gomería. Hacia el teléfono en la pared. Pero antes de llegar salió un tipo de atrás del edificio. De donde los clientes esperaban sus autos, en sillas de distintos tipos, con una máquina de café. El tipo tenía el pelo rapado y una chaqueta azul deportiva, y abajo un pantalón chino beige.

      El tipo tenía una Glock en la mano.

      De su sobaquera.

      Delaney.

      Que apuntó con el arma y dijo:

      —Deténgase.

      Reacher se detuvo.

      —No es tan inteligente como usted cree –dijo Delaney.

      Reacher no dijo nada.

      —Estuvo en la comisaría –dijo Delaney–. Vio que era básica. Apostó a que no podrían rastrear en tiempo real la ubicación de un teléfono público. Así que habló tanto como quiso.

      —¿Tenía razón?

      —El condado no puede hacerlo. Pero el estado puede. Yo sabía dónde estaba. Desde el principio. Cometió un error.

      —Eso es siempre teóricamente una posibilidad.

      —Cometió un error detrás de otro.

      —¿Sí? Porque piénselo un minuto. Desde mi perspectiva. Primero le dije dónde estaba, y después le di tiempo para que llegara hasta ahí. Tuve que esperar muchas horas. Pero no importa. Porque acá está. Al fin. Quizás soy exactamente tan inteligente como creo.

      —¿Quería que yo viniera acá?

      —Siempre es mejor cara a cara.

      —Sabe que le voy a disparar.

      —Pero no todavía. Primero necesita saber qué fue lo que le dije a Aaron. Porque aposté de nuevo. Supuse que usted sabría dónde estaba el teléfono, pero supuse que usted no podía marcar y escuchar. No de inmediato y al azar en cualquier parte del estado. No sin garantías y órdenes judiciales. No tiene ese tipo de poder. No todavía. Así que usted supo de la llamada pero no escuchó la conversación. Ahora necesita saber cuánto más control de daños va a ser necesario. Espera que ninguno. Porque deshacerse de Aaron va a ser mucho más difícil que deshacerse de mí. Preferiría no hacerlo. Pero necesita saber.

      —¿Y?

      —Hablemos de la tecnología de la policía del condado –dijo Reacher–. Sólo un minuto. Mientras hablara no me podía pasar nada. Es básica, pero no es exactamente la Edad de Piedra. Al menos pueden obtener el número cuando se termina la llamada. Con seguridad. Pueden averiguar a quién le pertenece. Quizás hasta pueden reconocerlo. Sé que de vez en cuando llaman a ese diner.

      —¿Entonces?

      —Entonces lo que yo creo es que Aaron


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