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Antonio Machado: Poesías Completas - Antonio Machado


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agua transparente,

      tú, al verme, no llevas

      a los negros bucles

      de tu cabellera,

      distraídamente,

      la mano morena,

      ni, luego, en el limpio

      cristal te contemplas...

      Tú miras al aire

      de la tarde bella,

      mientras de agua clara

      el cántaro llenas.

      ji

      (1907, edición final en 1919)

      7

      XX

      Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero

      poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

      Acordaré las notas del órgano severo

      al suspirar fragante del pífano de abril.

      Madurarán su aroma las pomas otoñales,

      la mirra y el incienso salmodiarán su olor;

      exhalarán su fresco perfume los rosales,

      bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

      Al grave acorde lento de música y aroma,

      la sola y vieja y noble razón de mi rezar

      levantará su vuelo suave de paloma,

      y la palabra blanca se elevará al altar.

      XXI

      golpes de azada en tierra...

      ...¡Mi hora! —grité—. ... El silencio

      me respondió: —No temas;

      tú no verás caer la última gota

      que en la clepsidra tiembla.

      Dormirás muchas horas todavía

      sobre la orilla vieja,

      y encontrarás una mañana pura

      amarrada tu barca a otra ribera.

      XXII

      caminos tiene el sueño

      laberínticos, sendas tortuosas,

      parques en flor y en sombra y en silencio

      criptas hondas, escalas sobre estrellas;

      retablos de esperanzas y recuerdos.

      Figurillas que pasan y sonríen

      —juguetes melancólicos de viejo—;

      imágenes amigas,

      a la vuelta florida del sendero,

      y quimeras rosadas

      que hacen camino ... lejos...

      XXIII

      la hora florida brota,

      espino solitario,

      del valle humilde en la revuelta umbrosa.

      El salmo verdadero

      de tenue voz hoy torna

      al corazón, y al labio,

      la palabra quebrada y temblorosa.

      Mis viejos mares duermen; se apagaron

      sus espumas sonoras

      sobre la playa estéril. La tormenta

      camina lejos en la nube torva.

      Vuelve la paz al cielo;

      la brisa tutelar esparce aromas

      otra vez sobre el campo, y aparece,

      en la bendita soledad, tu sombra.

      XXIV

      la luna es un disco morado.

      Una blanca paloma se posa

      en el alto ciprés centenario.

      Los cuadros de mirtos parecen

      de marchito velludo empolvado.

      ¡El jardín y la tarde tranquila!...

      Suena el agua en la fuente de mármol.

      XXV

      sobre la infértil tierra!...

      ¡Y lágrimas sonoras

      de las campanas viejas!

      Las ascuas mortecinas

      del horizonte humean ...

      Blancos fantasmas lares

      van encendiendo estrellas.

      —Abre el balcón. La hora

      de una ilusión se acerca...

      La tarde se ha dormido,

      y las campanas sueñan.

      XXVI

      cada día y lejanas:

      mendigos harapientos

      sobre marmóreas gradas;

      miserables ungidos

      de eternidades santas,

      manos que surgen de los mantos viejos

      y de las rotas capas!

      ¿Pasó por vuestro lado

      una ilusión velada,

      de la mañana luminosa y fría

      en las horas más plácidas? ...

      Sobre la negra túnica, su mano

      era una rosa blanca...

      XXVII

      dará incienso de oro a tu plegaria,

      y quizás el cenit de un nuevo día

      amenguará tu sombra solitaria.

      Mas no es tu fiesta el ultramar lejano,

      sino la ermita junto al manso río;

      no tu sandalia el soñoliento llano

      pisará, ni la arena del hastío.

      Muy cerca está, romero,

      la tierra verde y santa y florecida

      de tus sueños;


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