Una novia indómita. Stephanie LaurensЧитать онлайн книгу.
personalmente por el propio gobernador.
Detrás de Hastings, la pared blanca de yeso estaba rota por dos ventanas con marcos de teca, sombreadas por el amplio balcón, aunque con las persianas bajadas para proteger el interior del tórrido calor. Entre las dos ventanas, sobre la pared, colgaba un retrato del rey, pintado cuando aún era el príncipe Florizel, el novio de Europa, que contemplaba el puesto avanzado símbolo de la riqueza e influencia de Inglaterra. La habitación estaba ampliamente dotada de mesas de palisandro y armarios de teca, muchos con elaborados labrados y marquetería, reluciendo bajo la luz que se filtraba a través de las persianas y que arrancaba una miríada de destellos de los herrajes de metal.
Espacioso, inmaculadamente limpio, exóticamente decorado, el despacho poseía una serenidad intemporal bajo su función utilitaria, a imagen del propio subcontinente, una amplia extensión sobre la cual gobernaba Hastings, que continuaba con sus pesados movimientos.
—No podemos permitir que continúen los saqueos a nuestras caravanas, cada día que pasa, con cada ataque sin contestación, perdemos prestigio.
—Entiendo… —la voz cansina de Del era la personificación de la calma inalterada, en contraste con el tenso tono de Hastings— que las actividades de la Cobra Negra han experimentado una escalada desde hace un tiempo.
—¡Sí, maldita sea! Y el puesto de Bombay no lo consideró digno de mencionar, mucho menos de ejercer alguna acción, hasta hace unos meses, y ahora se quejan de que la situación se ha complicado —Hastings hizo una pausa y rebuscó con exasperación entre una pila de documentos, eligiendo unos cuantos, que deslizó por la pulida superficie del escritorio—. Estos son algunos de los informes más recientes, para que sean conscientes de la anarquía hacia la que se dirigen.
Los cuatro hombres sentados a la derecha de Del, lo miraron. Ante su asentimiento, cada uno tomó un documento y se reclinó en el asiento para leer detenidamente la información.
—Tengo entendido —continuó Del, reclamando la atención de Hastings— que la secta de la Cobra Negra asomó la cabeza por primera vez en el año 1819. ¿Tiene alguna historia previa, o surgió en ese momento?
—Fue la primera noticia que tuvimos de ellos, y los lugareños de Bombay tampoco habían oído hablar de ellos antes. Lo cual no quiere decir que no hubiesen estado al acecho en algún lugar, solo Dios sabe que hay un montón de esas sectas nativas secretas, pero no existe ningún informe, ni siquiera de los maharajás más antiguos, de su existencia anterior a mediados de 1819.
—Una secta de novo, sugiere la aparición de un líder determinado.
—Así es, y es a él a quien tendrán que eliminar. O, por lo menos, provocar el suficiente daño a sus fuerzas —Hastings señaló los documentos que estaban leyendo los otros cuatro—, a la chusma que emplea para los asesinatos, violaciones y pillajes, para ayudarlo a esconderse bajo la piedra de la cual salió.
—Asesinato, violación y pillaje no hace justicia a la Cobra Negra —observó el mayor Gareth Hamilton, uno de los cuatro oficiales que servían a las órdenes de Del. Levantó la vista y clavó sus ojos marrones en Hastings—. Esto sugiere un acto deliberado para aterrorizar a los pueblos, un intento de subyugar. Para una secta es algo muy ambicioso, un intento de conseguir el poder que va más allá de la habitual sangría de dinero y suministros.
—Estableciendo un yugo de terror —el capitán Rafe Carstairs, sentado a tres sillas de Del, secundó a Gareth y arrojó sobre el escritorio el informe que acababa de leer. Los rasgos aristocráticos de Rafe reflejaban disgusto, incluso desprecio, lo que le indicó a Del que el contenido del informe que Rafe acababa de leer era realmente espantoso.
Los cinco que se sentaban ante el escritorio de Hastings habían sido testigos de masacres inimaginables para la mayoría. Como grupo habían servido en la campaña de la Península en la caballería bajo las órdenes de Paget, y luego habían participado en primera línea en Waterloo, tras lo cual habían sido designados a la Honorable Compañía de las Indias Orientales, para servir a las órdenes de Hastings como un grupo de oficiales de élite con el objetivo de tratar específicamente con las peores revueltas e inestabilidades que había visto el subcontinente en los últimos siete años.
Sentado entre Gareth y Rafe, el mayor Logan Monteith frunció los labios mientras con un movimiento de su bronceada muñeca lanzaba el informe, que se deslizó sobre el escritorio hasta unirse con los demás.
—Esta Cobra Negra hace que Kali y sus thugees parezcan unos seres civilizados.
Sentado junto a Rafe, el último y más joven de los cinco, el capitán James MacFarlane, que aún conservaba su cara aniñada a pesar de sus veintinueve años, se inclinó hacia delante y dejó delicadamente el documento que había estudiado junto con sus compañeros.
—¿Y en el puesto de Bombay no tienen la menor idea de quién puede estar detrás de esto? ¿Ninguna pista, ningún colaborador, ninguna idea de la zona donde puede encontrarse el cuartel general de la Cobra?
—Después de más de cinco meses de búsqueda activa, no tienen nada más que una sospecha de que algunos de los príncipes Maratha han pasado a la clandestinidad apoyando a la secta.
—Cualquier imbécil podría haber llegado a esa conclusión —Rafe soltó un bufido—. Desde que los aplastamos en el 18, han estado buscando pelea, cualquier pelea.
—Exactamente —el tono de Hastings era ácido, mordaz—. Como bien saben, Ensworth es ahora gobernador de Bombay. En todos los demás aspectos lo está haciendo muy bien, pero es diplomático, no militar, y reconoce que en lo que se refiere a la Cobra Negra, está perdido —Hastings los miró uno a uno, deteniéndose en Del—. Y ahí, caballeros, es donde entran ustedes.
—Doy por hecho —respondió Del—, que Ensworth no va a enfadarse cuando invadamos sus dominios.
—Al contrario, los recibirá con los brazos abiertos. Está como loco por asegurar el comercio a la vez que cuadra las cuentas para Londres, nada fácil cuando cada dos por tres una caravana es saqueada —Hastings hizo una pausa y, durante un momento, la tensión producida por dirigir el lejano imperio en que se había convertido India se reflejó en su rostro. Pero rápidamente encajó la mandíbula y los miró a los ojos—. No hace falta que explique la importancia de esta misión. La Cobra Negra tiene que ser neutralizada. Sus expolios y las atrocidades cometidas en su nombre han alcanzado un nivel que no solo amenaza a la Compañía sino a la mismísima Inglaterra, y no solo en cuestiones comerciales, sino al prestigio. Todos llevan aquí el tiempo suficiente como para saber lo esencial que es esto último para los intereses continuos de nuestra nación. Y por último —señaló los informes con la cabeza—, se trata de la India, y la gente de esos pueblos, quien necesita que desaparezca la Cobra.
—Sobre eso no hay discusión —Rafe deshizo su típica postura relajada y se levantó al mismo tiempo que Del y los demás.
Hastings volvió a mirarlos uno a uno mientras formaban, hombro con hombro, frente a su mesa, un sólido muro de uniformes rojos. Todos medían más de metro ochenta, todos eran antiguos soldados de la Guardia Real, todos estaban curtidos por años de batallas y mandos. La experiencia esculpía sus rasgos, incluso los de MacFarlane. Su conocimiento del mundo coloreaba las miradas.
Satisfecho con lo que vio, Hastings asintió.
—Su misión, caballeros, es identificar y capturar a la Cobra Negra, y llevarlo ante la justicia. Tienen total libertad de acción. Me da igual cómo lo hagan, mientras se haga justicia públicamente. Como de costumbre, pueden disponer de los fondos de la compañía, y también de los hombres que consideren necesarios.
Normalmente era Rafe el que daba voz al pensamiento colectivo del grupo.
—Ha mencionado la decapitación —el tono de voz era ligero, su habitual e inefable encanto desplegado, como si estuviese en alguna fiesta hablando sobre croquet—. Con las sectas suele ser el enfoque más efectivo. ¿Podemos suponer que prefiere que vayamos directamente a por el líder, o debemos mostrarnos cautelosos e intentar defender las caravanas cuando sea posible?
—Usted,