Cinco clásicos italianos. Mariano Fazio FernándezЧитать онлайн книгу.
en fin, de quien se dice que puede decir y hacer, haciéndola magnífica la grandeza suya y de su templo y su maravillosa abundancia de todas las cosas a la vida humana necesarias. Desde allí se fue a Asti, y llegó a tiempo que otro día marchaba el tercio a Flandes[4].
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Este libro se propone introducir al lector en algunos clásicos de la literatura italiana. Será una especie de viaggio in Italia literario. La pregunta obvia es: ¿por qué estos autores y no otros? Pregunta legítima, cuya respuesta espero que sea igualmente válida: elegí estos textos porque son mis clásicos, aquellos que me acompañaron en algún momento de mi vida, que me dejaron algo después de su lectura, y que considero que pueden ayudar vitalmente a lectores que todavía no han tenido la oportunidad de entrar en contacto con ellos.
Comenzamos este libro con el más grande poeta italiano, y uno de los clásicos más clásicos de la literatura universal: Dante Alighieri. Mi contacto con la Divina Comedia se remonta a los años de escuela secundaria. En el último curso se enseñaba rudimentos de lengua italiana. El profesor aprovechó el poco tiempo que tenía disponible para explicarnos la estructura y el mensaje último de esta obra imperecedera. Le estaré siempre muy agradecido al profesor Mario Cerri, que intentaba que nos portáramos bien en el aula aludiendo a que tenía problemas de corazón. Nos decía: Allievi, il mio cuore! Tenía un corazón enfermo, pero muy grande, para transmitirnos su amor por la obra de Dante.
El segundo texto que he elegido es Los novios, de Alessandro Manzoni, una de las novelas históricas más célebres del siglo XIX. La leí por primera vez al llegar a Italia, y forma parte del acervo cultural de todo italiano de mediana cultura. Es uno de los libros de cabecera del Papa Francisco.
Del mismo siglo, pero ya en la segunda mitad, nos encontramos con dos obras para niños, que leí en mi infancia y que me dejaron una honda impresión: Las aventuras de Pinocho, de Collodi, y Corazón, de De Amicis. Los dos libros han sido traducidos a todos los idiomas imaginables, y se siguen editando sin interrupción. Las versiones de cine y televisión (en el caso de Corazón, la historia de Marco, titulada De los Apeninos a los Andes, recorrió el mundo a través de dibujos animados japoneses) han acrecentado aún más su fama y su vigencia.
El último texto escogido es de mediados del siglo XX. Se trata del conjunto de breves narraciones, reunidas después en libros, con las historias de don Camilo y Pepón, de Guareschi. Son un ejemplo de la cultura del encuentro de la que hoy se habla tanto, basada en el diálogo respetuoso, lleno de misericordia y comprensión, sin perder la propia identidad, de un sacerdote católico y un alcalde comunista de un pueblo de la llanura del Po. Estos cuentos los fui leyendo a lo largo de los años en Argentina e Italia.
Estos son mis clásicos. Pero a la elección subjetiva se suma otra razón: los cinco textos nos dan una cierta visión de la historia de Italia. La Divina Comedia nos sitúa en los orígenes del italiano moderno, y con su lectura entramos en contacto con una Italia todavía dividida en facciones, que está saliendo del Medioevo para entrar en una temprana Modernidad, y que dará como su primer fruto a Petrarca; el autor de Los Novios, Manzoni, es un católico ferviente que se muestra partidario acérrimo de la unidad de Italia, y no teme dialogar y entablar amistad con personalidades del Risorgimento que poseían otras ideas y otra sensibilidad religiosa; Collodi y De Amicis pertenecen a la tradición liberal, prevalente en el Risorgimento, pero los mensajes que transmiten rezuman espíritu evangélico, quizá sin ellos saberlo; don Camilo y Pepón presentan una Italia que sale de la Segunda Guerra Mundial, en plena Guerra Fría, destruida materialmente pero con valores morales todavía fuertes.
Según lo que acabamos de reseñar, a los elementos clásico y cristiano de la identidad cultural italiana hay que sumarles, sobre todo a partir de la unidad estatal, las tradiciones liberal, socialista y comunista. Las obras de Manzoni, Collodi, de Amicis y Guareschi resaltan la posibilidad de diálogo, de comprensión y de convivencia entre personas de sensibilidades culturales distintas.
Me parece que lo que ha hecho posible dicho diálogo es el humus cristiano de la Italia profunda. Creo que tenía razón el filósofo Benedetto Croce, personalmente idealista y hegeliano, cuando afirmó que non possiamo non dirci “cristiani” (no podemos no llamarnos “cristianos”)[5]. Croce escribió un ensayo con ese título en 1942, cuando veía una lucha entre la cultura cristiana, que ponía en el centro de la visión del mundo a un Dios que es Espíritu y el valor de la conciencia interior y de la libertad, y una cultura neopagana que se centraba en el poder de la mera fuerza. Los europeos en general, y los italianos en particular —venía a decir el filósofo— se nutrían, aun sin ser muy conscientes, de las categorías que trajo consigo el anuncio evangélico. Vale la pena recordarlo, después de tantos debates sobre las raíces cristianas de Europa.
Sirvan estas páginas como agradecimiento a la tierra que me acoge tan generosamente, y de donde provienen cuatro de mis bisabuelos. Teniendo en cuenta mis raíces, el Estado italiano me reconoció la ciudadanía sin dalla nascita —desde mi nacimiento—. Un motivo más de gratitud, que llegó cuando escribía estas páginas.
Buenos Aires - Roma, diciembre de 2019
[1] PUBLIO TERENCIO AFRICANO, El enemigo de sí mismo, comedia del 165 a. de C.
[2] Cfr. RUBIO PLO, A. R., Vidas romanas. Treinta y tres personajes de la Roma eterna, Rialp, Madrid 2004.
[3] Cervantes se refiere a la embajada del Arcángel Gabriel a la Virgen María en la casa de Nazaret, que la tradición asegura que se encuentra en el santuario de Loreto.
[4] CERVANTES, M. de, Novelas ejemplares, Crítica, Barcelona 2005, pp. 353-356. Hemos modernizado algunos nombres de ciudades.
[5] CROCE, B., Perché non possiamo non dirci “cristiani”, en “La Critica. Rivista di Storia, Letteratura e Filosofia”, n. 40, pp. 289-297, Napoli 1942.
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