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E-Pack Jazmín B&B 1. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.

E-Pack Jazmín B&B 1 - Varias Autoras


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una locura rechazar al hijo de William Rush, fundador de la principal compañía aérea de Australia –le respondió en tono tranquilo.

      No era necesario dar más explicaciones, ni confirmarle que su jefe la había obligado a aceptarlo.

      Instintivamente, Yelena se llevó la mano al colgante, y Alex siguió el movimiento con la mirada.

      Ella se quedó inmóvil de repente. Alex conocía sus tics nerviosos y ya le había dicho años antes que se podía mentir con las palabras, pero no con el cuerpo. Con aquel tic, reflejaba su inseguridad. Que estaba perdida. Confundida.

      Él levantó la vista a su rostro y, de repente, Yelena recordó, sintió que se ruborizaba y notó calor en lugares recónditos de su cuerpo que llevaban ocho meses aletargados.

      –¿Has hablado de los detalles con Jonathon? –le preguntó, sacando su agenda.

      –No.

      –De acuerdo –abrió el cuaderno y apuntó un par de cosas, luego, levantó la vista–. Necesito un par de días para formar un equipo, y puedo volver a verte la semana que viene…

      –No –la interrumpió él, inclinándose hacia delante.

      A pesar de estar separados por el enorme escritorio, Yelena se sintió vulnerable, como si Alex fuese a darle la vuelta en cualquier momento para besarla.

      Se le aceleró el pulso. Era ridículo. Alex Rush estaba allí como cliente. Ella lo trataría con profesionalidad, conseguiría el ascenso y seguiría con su vida. Aquello ya no era algo personal.

      –¿No puedes venir la semana que viene? –le preguntó.

      –Tenemos que empezar ahora. Jonathon me aseguró que sería tu prioridad.

      Ella apretó la mandíbula y maldijo a su jefe en silencio.

      –Está bien. Empecemos.

      –Bien –dijo él, apoyando los codos en las rodillas, sin dejar de mirarla–. Como sabes, el apellido Rush ha recibido bastante publicidad negativa durante los últimos meses.

      «Menudo eufemismo», pensó Yelena.

      –Tengo entendido que te han interrogado y que fuiste sospechoso, pero que no se te acusó formalmente de la muerte de tu padre. Al final, se dictaminó que había sido accidental –le dijo.

      Él entrecerró los ojos.

      –Muchas personas, y algunos medios de comunicación, siguen pensando que lo asesiné yo.

      «Yo, no». Yelena estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo.

      –Lo siento, Alex.

      –¿No vas a preguntármelo? –inquirió él en tono cínico.

      –No me hace falta.

      –Ah, claro que no. Tú eras mi coartada. O al menos lo habrías sido si no te hubieses marchado repentinamente del país esa misma noche.

      –Alex… –respondió ella, notando que se le volvía a abrir la herida–. Intenté…

      –Por cierto, ¿qué tal las vacaciones? Te fuiste a Europa, ¿verdad? –le dijo él en tono educado, pero con cierto desdén.

      –¿Mis…?

      Alex no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? Al final, el padre de Yelena no había hecho el comunicado de prensa, aunque ella se lo había suplicado. Si alguien se interesaba por el tema, decían que Gabriela se había ido a hacer turismo por Asia, lejos de todo.

      Como siempre habían querido ellos.

      –¿Qué? –le preguntó él–. Supongo que alguna situación de importancia vital te hizo marcharte sin que te diese tiempo ni a hacer una llamada de teléfono.

      Ella contuvo su ira.

      –Estaba con Gabriela.

      –Ya veo. ¿Y qué tal está mi exnovia? Supongo que ya se ha buscado otro acompañante, porque no he tenido noticias suyas.

      Yelena decidió que tenía que poner fin a aquello y golpeó el escritorio con ambas manos.

      –No vayas por ahí, Alex –le advirtió–. Me has contratado para que haga un trabajo. Si quieres que así sea, tenemos que dejar nuestras vidas personales al margen, incluidos los problemas entre Carlos y tú.

      –¿Y qué problemas son esos? –inquirió él.

      –No tengo ni idea. Hace dos meses que no lo veo.

      ¿Sabía Alex lo que le dolía que su hermano Carlos no estuviese en su vida? A excepción de un par de comentarios que había oído, no sabía cuál era la relación de su hermano con Alex desde que este último había vuelto a Canberra. Tanto mejor. El año anterior, Yelena había madurado mucho. Había sido madre y se había independizado. También había conseguido librarse de la influencia de su hermano mayor. Y había evitado pensar en Alex, prefiriendo no saber qué hacía ni con quién salía.

      Mientras él la observaba con atención, fue como si la atmósfera se fuese desintegrando poco a poco. Era como… estar a la expectativa. Como si Alex quisiera hacerle un millón de preguntas pero algo lo contuviese. Aquel no era el Alex que ella conocía.

      –Tengo que hablar con tu familia –le dijo Yelena de repente.

      Y, así, sin más, se rompió la tensión.

      –Por supuesto –contestó él, y la expresión de su rostro se suavizó–. Tengo un vuelo reservado a las once –se miró el reloj–. A las diez pasará a recogerte un coche por tu casa.

      –¿Perdona? Pensé…

      –Tú y yo. Tenemos un vuelo a las once –le repitió él–. Tienes que reunirte con mi familia, tus clientes. Están en Diamond Bay.

      –¿El complejo turístico?

      –Eso es. No me hagas esperar.

      –¿Y…? –Yelena sacudió la cabeza, frunció el ceño–. ¿Y mi equipo?

      –Yo tengo que volver al complejo. Estamos recibiendo muchas llamadas, así que quiero la mayor discreción posible. En estos momentos, tú eres el equipo.

      Yelena se puso en pie de un salto.

      –¡No puedo hacerlo todo yo sola! Necesito un asistente, un organizador de eventos…

      –Ya te ayudará mi gente.

      Ella lo fulminó con la mirada.

      –Tengo una vida, una…

      –Pensé que tu trabajo era tu vida –la interrumpió Alex.

      Yelena se cruzó de brazos.

      –Ya no sabes nada de mí.

      –Eso es cierto.

      Dicho aquello, Alex se levantó, tomó su chaqueta y sacó de ella el teléfono móvil.

      –Haz la maleta para una semana –le dijo.

      Y luego se marchó sin más, dejando como única prueba de su paso por allí el masculino aroma de su aftershave.

      Yelena se quedó mirando la puerta, con el ceño fruncido.

      «Deja de fruncir el ceño, te van a salir arrugas», pensó.

      Aquella frase que tantas veces le había dicho su madre penetró en su mente y ella relajó la expresión al instante.

      ¿Cómo iba a olvidarse de su pasado y concentrarse en el trabajo?

      El año anterior había sido muy duro. Había perdido a su hermana y a Alex. Hasta Carlos se había alejado de ella y, últimamente, siempre que hablaban lo hacían para discutir. Había decepcionado a su familia, toda su vida se había desmoronado.

      Pero había conseguido recuperarse. Y se había convertido en madre.


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