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Soledades. Liliana KaufmannЧитать онлайн книгу.

Soledades - Liliana Kaufmann


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      El desmantelamiento significa la paralización de la vida mental, es una inhibición del pensamiento y de su cualidad significativa, que reduce las experiencias sensoriales al nivel de hechos neurofisiológicos o simples eventos desconectados entre sí y quitándoles significado.

      Por esta causa, es posible advertir que Meltzer atribuye un funcionamiento de la mente autista semejante al que describe Meyrink a través de la voz del personaje central de su novela. Reparemos en ello releyendo ciertas citas de la obra.

      Mi piel, mis músculos, mi cuerpo recordaron de pronto, sin que mi cerebro lo advirtiera. Comenzaron a hacer movimientos que yo no deseaba ni preveía, como si mis miembros hubieran dejado de pertenecerme (Meyrink, 2003: 30).

      Las ideas se perseguían en mi mente hasta el punto de que yo mismo apenas comprendía lo que decía mi boca: ideas fantásticas que se desintegraban apenas nacían (ibíd.: 82).

      Por otra parte, las ideas de Meltzer coinciden con las de Tustin (1994), quien también hace referencia a fenómenos defensivos para explicar el aislamiento del niño autista. En contraste con el desmantelamiento, la autora propone el concepto de encapsulamiento. Su punto de vista es que los niños recurren a reacciones de evitación3 y congelamiento psíquico, y así se aíslan a sí mismos en una cápsula autística para protegerse contra intercambios inadecuados con la madre. A ello se suma que “los niños autistas son ‘desafortunados niños’ que por esconder en su interior unas heridas permanentes e intensamente dolorosas y sensibles, se acorazan con una armadura casi infranqueable que les permite escudarse del intolerable, hostil e intrusivo mundo de los estímulos” (1993: 117).

      ¿No es este, acaso, el escenario que plantea Meyrink en su novela? Recordemos cómo, en El Golem, hace hablar a su protagonista:

      Es el terror que se engendra en sí mismo, el horror paralizante del no ser inasible que no tiene forma y roe las fronteras de nuestro pensamiento (Meyrink, 2003: 126).

      También, cuando Tustin se refiere a los niños “autistas encapsulados” o con “cascarón”, y repara en lo que los padres dicen de ellos señalando que están metidos como en un cascarón y que pareciera que no pueden escucharlos ni verlos, podemos reconocer las impresiones que causa el mitológico personaje Golem en los demás:

      Ya sabía cómo era el extraño [...] pero su imagen, la que yo había visto frente a mí, seguía sin poder representármela [...]. Es como un negativo, un molde hueco e invisible, cuyas líneas no puedo distinguir, en el que debo deslizarme si mi propio yo quiere tomar conciencia de su forma y de su expresión (Meyrink, 2003: 31).

      Como elementos de aislamiento la autora denomina figuras autistas a las sensaciones corporales que son exclusivamente táctiles (por ejemplo movimientos de la lengua), y objetos autistas a un cochecito duro, un retazo de tela, entre otros. Ambos elementos cumplen con mantener a los pequeños autistas en su encierro.

      Desde otro punto de vista, Bruno Bettelheim (1967), un psicoanalista influyente en el campo del autismo, describe los motivos del aislamiento autista, de su soledad. Plantea que el autismo infantil nace del convencimiento original de que el ser humano no puede hacer nada respecto de un mundo que ofrece ciertas satisfacciones, pero no las deseadas. Como consecuencia, se retira a la posición autista.

      En detalle, las razones por las que no se establece la comunicación con el exterior pueden ser varias. Enfatiza el hecho de que, cuando ciertos aspectos de la realidad son demasiado frustrantes, es posible que el sujeto no responda a ellos, o que le provoquen la creación de defensas o sustituciones más gratificantes a través de la imaginación. Pero, cuando la realidad se torna extremadamente destructora, el sujeto abandona sus intentos de probar. A partir de ese momento, el aparato mental solo se utiliza con el objetivo de proteger la vida, de un modo que excluye acciones respecto de la realidad exterior. Detrás de todo está la convicción de que no es posible evitar una respuesta que resultaría insoportable.

      Bettelheim describe la desconexión que caracteriza al autista como un muro que está rodeando un vacío –habla de fortaleza vacía y de defensa–, de manera que cuando alguien trata de quebrar ese muro se desencadena la defensa del aislamiento. Se trata, en rigor, del mismo aislamiento que propone Tustin a través del concepto de encapsulamiento, y Meltzer con la noción de desmantelamiento: en todos los casos, el niño autista se refugia de su angustia bloqueando la entrada y la salida de experiencias de intercambio.

      ¿Qué tenemos entonces? Una certeza: la reciprocidad es el atributo esencial en esta nueva mirada de la soledad del autista, aunque no es bidireccional. Ocurre que las acciones de la madre logran efectos en el niño, pero lo que no se profundiza es el otro componente de la relación, que son las consecuencias que ocasionan en la conducta de los padres las peculiaridades propias de un niño con conductas autistas.

      Por lo tanto, las contribuciones teóricas que dejan tras sí los primeros psicoanalistas que estudiaron el autismo parecen revelar que los padres no resultan invisibles a los ojos del hijo, hecho que el niño pone en evidencia cuando, al no encontrar las respuestas que necesita de sus padres, intenta por diferentes medios quedarse profundamente solo.

      Con la versión de Ángel Rivière (1997), una vez más se ve enriquecida la noción de soledad propuesta por Leo Kanner. El autor plantea los fundamentos de la soledad del niño autista a partir de una esclarecedora definición de autismo: “[se trata de] aquella persona que por algún accidente de la naturaleza (genético, metabólico, infeccioso, etc.) ha prohibido el acceso intersubjetivo4 al mundo interno de las otras personas [...], aquel para el cual los otros y probablemente el ‘sí mismo’ son puertas cerradas”.

      Por otra parte, los argumentos de Uta Frith proponen que “la soledad autista no tiene nada que ver con estar solo físicamente, sino con estarlo mentalmente” (1991: 35), dado que no pueden ingresar en el mundo interno de las personas.

      El resultado de estas afirmaciones proviene de considerar que las personas autistas presentan dificultades en desarrollar el siguiente esquema de razonamiento interpersonal: “¿Qué piensas tú sobre lo que yo pienso que tú piensas?”. En el marco de la psicología cognitiva, esta dificultad tiene una explicación a través de la hipótesis de que el organismo posee un subsistema cognitivo llamado teoría de la mente. En forma sintética, podemos decir que tal constructo teórico hace referencia al mecanismo que nos permite tener creencias sobre las creencias de los otros y distinguirlas de las propias; asimismo, nos da la posibilidad de hacer o predecir algo en función de esas creencias atribuidas y diferenciadas de las personales.

      En cuanto al enfoque de las neurociencias, los aportes de Rizzolatti y Craighero (2004) confieren a la teoría de la mente la siguiente explicación: la existencia de ciertos grupos de células especiales en el cerebro denominadas neuronas espejo permite comprender lo que los otros hacen y sienten, a partir de que la observación de la acción ajena causa la activación automática del mismo mecanismo neuronal iniciado por la ejecución de la acción. Sobre esta base afirman que sabemos cómo las personas se sienten porque, al recrear para nosotros los sucesos mentales y emocionales de los demás, experimentamos sus mismos sentimientos.5

       En suma, tenemos dos motivos importantes de la soledad del autista. Uno, el sujeto no puede ingresar en el mundo interno de las demás personas. El otro pone de relieve el alcance de las neuronas espejo y plantea una perspectiva alternativa de la soledad mental del autista, porque para poder anticipar las acciones, los sentimientos y los pensamientos de los otros hace falta encontrar un semejante que refleje los propios. Probablemente esta nueva alternativa contribuya a pensar que las raíces del autismo son intersubjetivas.

      Para finalizar, y enfatizando las huellas que dejan tras sí los avances producidos en distintos campos disciplinarios respecto del autismo, recurriremos a otra variante del universo metafórico. Es interesante, desde tal perspectiva, recordar las ideas centrales del prefacio de este libro. Volvamos para ello a lo que les sucede a los entrañables


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