No te alejes de mí - Innegable atracción. Melissa MccloneЧитать онлайн книгу.
que esa conversación estaba yendo mucho mejor de lo que había imaginado.
–Te traeré a escondidas comida de verdad, no te preocupes.
–Sé que debo comer, aunque no tenga ganas. Tengo trabajo pendiente en el instituto.
Sus palabras lo dejaron sin aliento y recordó entonces que Sarah era, por encima de todo, una científica. El estudio de los volcanes no era un trabajo para ella, sino una pasión. Le habría gustado que pusiera el mismo esfuerzo en sus relaciones personales. Y en él.
–No hace falta que vayas, otros pueden analizar los datos. Ahora tienes que recuperarte.
–Pero me necesitan. Y son mis sismómetros los que están allí arriba –protestó Sarah.
–¿Son tuyos?
–Bueno, no. Los compramos gracias a una donación, pero los datos… ¿Se ha dañado el equipo?
–Tucker me dijo que pudieron recuperarlo y están analizando los datos del ordenador portátil.
–¡Menos mal! ¿Cuándo podré salir de aquí? Creo que podemos utilizar los datos para averiguar lo que va a pasar en el volcán. Si podemos predecir una erupción con éxito, se podrá utilizar el mismo proceso con otros volcanes y salvar muchas vidas.
Le gustaba ver la pasión con la que hablaba de su trabajo. A él le pasaba lo mismo, pero tenía que decirle la verdad.
–La conmoción cerebral es una de tus muchas lesiones.
Sarah se miró a sí misma y se fijó en la escayola del brazo.
–Puedo subir al Baker con el brazo en cabestrillo –le aseguró Sarah.
–¿Y qué harías si te resbalaras? Ya es bastante difícil tu trabajo como para hacerlo con una sola mano. Y también has sufrido lesiones internas, como un pulmón colapsado, algunas costillas rotas y contusiones. Por no hablar de que has tenido que pasar por dos operaciones.
–¿Dos operaciones?
–Sí, te han tenido que poner un clavo en el brazo derecho y ya no tienes bazo.
Sarah abrió sorprendida la boca, pero no tardó en recuperarse.
–Bueno, pero el bazo no es necesario, ¿verdad?
Suspiró con frustración. Lamentaba que Sarah no fuera una de esas científicas que trabajaban en un laboratorio del que nunca salían.
–Sí, se puede sobrevivir sin él.
–¡Qué alivio! –exclamó Sarah–. ¿Cuándo podré volver al trabajo? ¿La semana que viene?
–Eso tendrás que preguntárselo a tu médico.
–Pero tú eres médico.
–Sí, pero no el tuyo.
–Pero seguro que tienes una idea aproximada.
Sarah tenía razón, pero estaba allí para apoyarla, aunque ya no formara parte de su vida. Le había sorprendido descubrir que era su único contacto en caso de emergencia. Recordó que alguna vez le había mencionado a sus padres. Al parecer, ya no formaban parte de su vida.
–Tardarás en recuperarte más de lo que crees –le dijo él finalmente.
–Bueno, supongo que será mejor que se lo pregunte a mi médico.
–Y cuando te lo diga… –comenzó él.
–Te irás –lo interrumpió Sarah.
–Sí, pero no hasta que te den el alta.
–Gracias por estar aquí –le dijo Sarah–. Supongo que he echado a perder tu agenda y tu trabajo.
–Eso no importa –le aseguró él muy conmovido por sus palabras.
Sarah lo miró a los ojos con una intensidad que conocía muy bien. Tenía un aspecto magullado y débil, pero la inteligencia y la fuerza brillaban en sus ojos como lo habían hecho siempre.
–Tu horario y tu agenda son muy importantes, siempre lo han sido –le respondió ella.
–Sí, pero no quiero que estés sola –le dijo con sinceridad–. Sigues siendo mi esposa.
–Por mi culpa, lo sé –susurró ella–. He estado tan ocupada en el instituto que nunca encontraba tiempo para rellenar los papeles del divorcio. Lo siento. Lo haré en cuanto pueda.
–No es necesario –le dijo Cullen.
–¿Qué quieres decir? –le preguntó Sarah.
Una parte de él quería vengarse de ella y hacerle tanto daño como le había hecho a él. Recordaba perfectamente sus palabras.
–Eres estupendo y serás un marido fantástico para alguna otra mujer, pero sabes que lo de casarnos fue algo impulsivo. Actué precipitadamente y no pensé en lo que sería mejor para ti. Yo no soy esa persona. Te mereces una esposa que pueda darte lo que quieres –le había dicho.
No conseguía olvidar esas palabras, había sido muy duro superarlo.
–Como estabas ocupada, empecé los trámites de nuevo cuando me establecí en Oregón.
–¡Ah! –repuso ella sin dejar de mirarlo–. De acuerdo. Está bien.
Él no sentía que estuviera bien, todo lo contrario. Tenía un nudo en la garganta. Había llegado a planear su futuro juntos. Una casa, mascotas, niños. Pero todo había cambiado.
–Voy a ver si encuentro a tu médico para que nos diga cuándo te pueden dar el alta.
–¿Puedo levantarme para ir al baño? –le preguntó Sarah antes de que saliera.
Cullen se detuvo, maldiciendo entre dientes. Tenía que ayudar a Sarah. Pero lo último que quería era tocarla. Respiró profundamente y la miró por encima del hombro.
–Sí, pero no puedes hacerlo sola. Avisaré a una enfermera para que venga a ayudarte.
Salió deprisa de la habitación. Necesitaba poner cierta distancia entre Sarah y él.
Pensaba que era que mejor que fuera una enfermera quien la ayudara y creía que lo mejor que podía hacer era mantener las distancias con Sarah hasta que le dieran el alta.
Sarah se lavó las manos en el lavabo. Natalie, una enfermera, no se había alejado de su lado.
–Después de una operación y con el uso de analgésicos, lo normal es que el cuerpo tarde un tiempo en regularse, pero lo estás haciendo muy bien, Sarah –le dijo animada la joven.
No pudo evitar sonrojarse. No estaba acostumbrada a que la felicitaran por ir al baño. Al menos Natalie le había dado un poco de intimidad y era mejor que tener que permitir que la ayudara Cullen, aunque sabía que estaba al otro lado de la puerta.
«No pienses en él», se dijo.
Se secó despacio las manos. Todo lo que hacía le costaba mucho esfuerzo y dolor.
–Gracias. No estoy acostumbrada a que mis visitas al baño sean todo un acontecimiento.
–No te avergüences. Esto no es nada comparado con un parto –respondió Natalie–. En esa situación se pierde toda la vergüenza.
Sarah no podía ni quería imaginarse en esa situación. No tenía intención de volver a casarse y dudaba que llegara a tener hijos. No era como Cullen, creía que él sí sería un buen padre…
Sintió de repente un dolor profundo en su vientre, le costaba respirar. Supuso que sería su incisión en el estómago o tal vez las costillas. Se apoyó en el lavabo.
–Siéntate en el inodoro –le dijo Natalie.
Sonó un golpe en la puerta.
–¿Necesitáis ayuda? –les preguntó Cullen
–No,