De la noche al día. Arlene JamesЧитать онлайн книгу.
te prometo que no te dejaré ganar.
Morgan Holt cruzó sus fuertes brazos morenos y torneados cubiertos de vello rubio a pesar de las ondas de color castaño de su pelo con las sienes un poco tiznadas de gris. Ella ya se había fijado antes y no había podido evitar pensar que aquellas canas resaltaban el azul de sus ojos. Aquello encendió otra vez los timbres de alarma y se apartó a un lado diciendo:
–Tengo que volver a mi casa.
–¿Para estar con quien? ¿Con tu gato?
La rabia la saltó. Maldito fuera. ¿Por qué no captaba las indirectas y la dejaba en paz?
Imitó su postura y su expresión y esbozó una sonrisa ácida.
–Mi gato puede ser mucho mejor compañía que nadie que conozca.
Él lanzó una carcajada.
–¿Pero sabe jugar al frontón?
De repente Denise sintió deseos de darle con la bola en la cara. Él no era nadie para ella. Podría dar rienda suelta a la competitividad por el placer de hacerlo. Él no tenía nada que ver con Chuck Dayton. Morgan era una decena de años menor y estaba en muchas mejores condiciones físicas. Podría no ganarle, peor, podría hacerle lo que le había hecho a Chuck: hacerle trabajar mucho más duro de lo que había esperado.
–Acabo de tener un partido agotador –dijo para darle un poco de confianza.
Él se encogió de hombros.
–Y yo acabo de talar ese viejo árbol de detrás de tu patio que te tenía tan preocupada y he cortado y almacenado la leña.
Denise enarcó una ceja. Tenía que reconocer que era buen casero. Mantenía el pequeño edificio de apartamentos en el que ella vivía con la misma prontitud y amoroso cuidado con que conservaba su casa victoriana, que era parte de la misma propiedad. Ella había tenido sus reservas acerca de vivir tan cerca de su casero, pero Jasper era un pueblo pequeño y a menos que quisiera hacerse todos los días los cuarenta y cinco kilómetros que la separaban de Fayetteville, las opciones eran muy limitadas. Había pensado que vivir tan cerca de la oficina compensaba con la desventaja de tener al casero tan cerca. Y en cuanto a los servicios, Morgan Holt había resultado más conveniente de lo que ella había anticipado. Pero personalmente el arreglo era de todo menos cómodo. Él había dejado claro casi desde el principio que la encontraba atractiva y ella había intentado dejar igual de claro que no estaba interesada, así que, ¿por qué estaba dudando entre aceptar su reto o no? Porque, se dijo a sí misma, la oportunidad de una competición honrada llegaba pocas veces a su vida. Y porque era una buena oportunidad de dejarlo en ridículo, lo que podía hacer decaer su interés. Sería una tonta si no jugaba con él. ¡Dios, podría no tener tal oportunidad nunca más!
–Aceptado.
Él sonrió con los ojos azules brillantes.
–Cancha tres. Diez minutos –todavía sonriendo con descaro se alejó con las zapatillas bamboleándose en su hombro por los cordones. Mostraba una cantidad indecente de piel con aquellos pantalones cortos desteñidos y la camiseta sin mangas rasgada por las axilas hasta casi la cintura. Sacudió la cabeza preguntándose qué otro hombre podría estar tan atractivo con un atuendo tan desastrado. La mayoría de los miembros de aquel club iban a la última moda. Entonces se le ocurrió algo. Morgan Holt no podía ser miembro del club. Era sólo para los empleados de Internacional de Mayoristas y para sus familias. Él había dicho que era soltero, así que debía ser el invitado de alguien. ¿Pero de quién?
Con curiosidad, dejó las zapatillas en el banco y se acercó al mostrador de reservas. Agarró el tablero y pasó la primera hoja para buscar la columna de las 6:15 antes de cruzarla con el número de la cancha. Allí, escrito con lapicero estaba su propio nombre. Se quedó con la boca abierta. ¡Qué oportunista! ¡Qué audaz! ¡Qué descarado! Oh, ahora no sólo iba a ponerlo en ridículo, sino que lo iba a matar, aniquilarlo y avergonzarlo. Y cuando hubiera acabado con él no volvería a asomar su descarada cara por allí. Oh, sí, iba a disfrutarlo. Iba a disfrutarlo mucho.
Él supo tres minutos más tarde de que entrara en la cancha que ella era invencible. Reconoció la determinación, la decisión implacable tras la fluidez de su salto y el peligroso brillo de sus ojos. El instinto le decía que Denise Jenkins sobrevivía al desafío. Lo necesitaba a algún nivel emocional que él todavía no había descubierto. Tampoco es que le hubiera dado mucha oportunidad ni era probable que lo hiciera a menos que él escarbara bajo aquella apariencia quisquillosa. Un hombre domesticado no era de su interés, así que tendría que buscar otras formas de despertar su interés. Tenía la sensación de que esa vez se había pasado. Al día siguiente las agujetas lo matarían. Botó la pelota y se preparó para un ejercicio extenuante.
Ella no le defraudó. No sólo mantenía un ritmo frenético, sino que el fuego fue casi brutal en el aspecto físico. Lo llevó contra la pared más veces de las que pudo contar y la raqueta de ella silbaba en su oído como si fuera a arder. Dejó una buena porción de piel en el suelo y lo que quedaba de su camiseta quedó rasgado en pedazos. Cuando llegó el final, se encontró boca abajo despatarrado en un vano intento por salvar el punto mientras que ella corría hacia atrás y se disponía a enterrar la bola en la pared o en su espalda. Suspiró cuando Denise la dejó pasar bajando la raqueta y aflojando el paso. Al reconocer sus pasos acercarse, se obligó a rodar de espaldas gimiendo del esfuerzo. Sólo le quedaban fuerzas para respirar. Intentó sentarse, pero alzar la cabeza unos centímetros estaba al límite de la cooperación de su cuerpo.
Denise Jenkins estaba a su lado de pie con la coleta suelta y los mechones oscuros enmarcándole la cara sofocada, la camiseta pegada a su firme cuerpo y el sudor cayéndole a gotas por el fino cuello. Tenía los nudillos blancos alrededor de la raqueta y los labios entreabiertos para recuperar la respiración. Morgan envidió la energía necesaria para arrodillarse sobre las pantorrillas y esbozar una sonrisa malévola. Estaba preciosa.
–¿No… odias… que te gane una mujer?
Él posó la raqueta sobre su pecho y consiguió pasarse las manos por debajo de la cabeza.
–No –dijo jadeante–. Yo no. Adoro a las mujeres que saben aguantar.
–¿Aguantar? –Denise soltó la raqueta en la que se estaba apoyando y se puso de pie–. Te he ganado… por si no estabas contando.
–Estaba contando –dijo él consiguiendo levantarse para apoyar las manos en el suelo–. La próxima vez me aseguraré de estar fresco.
–No habrá próxima vez. Has tenido tu oportunidad y será la única que consigas.
–¿Tienes miedo de que te gane si jugamos otra vez.
Ella sacudió la cabeza y se desprendió de la banda de la frente.
–No estás escuchando. No jugaremos más. Y si descubro que has vuelto a usar mi nombre para colarte en el gimnasio otra vez, te denunciaré.
Morgan lanzó una carcajada.
–Hazlo, pero eso es escapar de la pregunta, ¿verdad?
–¿Qué pregunta?
–¿Ha sido entrenamiento o pura suerte?
Ella le apuntó con un dedo firme.
–Te he ganado en justicia.
–De acuerdo, pero, ¿puedes conseguirlo de nuevo?
Ella se puso en cuclillas de nuevo balanceando su peso con facilidad.
–No lo entiendes, ¿verdad? Tú y yo no somos un par de amigos jugando una partidita. Somos casero e inquilina y nada más.
–Eso se puede corregir con facilidad. Te invito a cenar.
Denise puso una expresión completamente rígida antes de levantarse de nuevo.
–No gracias.
–Ah, vamos, Denise. ¿Qué tiene que hacer un chico para acercarse a ti?
Ella le dirigió