Playboy. Katy EvansЧитать онлайн книгу.
digo de repente—. Me pregunto si de verdad tienes tantas ganas de que te la chupe. ¿Qué tal si te doy un lametón y te dejo con los pantalones bajados?
—No podrás resistirte al sabor.
—Vaya, estás hecho todo un playboy.
—Hago honor a mi nombre.
—Bueno, pues a ver si ganas y te pruebo.
—No me importaría que ganases tú, así soy yo quien te prueba.
Me asalta una sensación súbita de sorpresa seguida de un calorcito cuando me doy cuenta de lo que eso significa.
Me muestra una sonrisa tan brillante como el ocaso. En sus ojos oscuros se refleja una promesa.
De repente, me vuelvo consciente de su presencia y de lo grande que es su cuerpo en comparación con el mío, y me siento cada vez más abrumada cuando me mira fijamente.
Se me remueve todo.
—¿Te vas a llevar el vestido que te pusiste anoche? —me pregunta.
—Sí.
—¿Y las botas?
—Sí, son mis favoritas.
—¿Y lo que te pusiste en las orejas, esas cosas largas de oro?
—Pues… —¿Es consciente de que acaba de enumerar todo lo que llevaba puesto? ¿Siempre se fija en esas cosas?
—Llévatelas también —añade, pues la sorpresa me ha dejado muda.
—¿Te apetece bailar, Wynn? —me pregunta Valentine, uno de los amigos de Rachel.
—Ella no baila —gruñe Cullen.
—Le encanta bailar —lo contradice Valentine.
—Ya no.
¿La temperatura ha bajado treinta grados de pronto? De repente hace frío y los pezones se me han puesto duros bajo el vestido sin tirantes.
Cullen me arrastra de vuelta a la mesa, y noto que Emmett me observa mientras reflexiono acerca de la situación. Cullen y yo nos hemos embarcado en un estúpido juego para valorar el trabajo del otro. Y lo que es más importante: él vuelve a estar en racha y yo he escapado de mi rutina. Y pienso en que voy a estar con un tío con el que no me quiero casar, lo cual es una novedad. Y pienso en que me voy a ir de la ciudad, y cada vez me gusta más la idea.
—Te recogeré a las ocho. Vas a venir a Las Vegas conmigo. ¿Lo has entendido? —dice Cullen.
—Pues claro que lo he entendido, y estoy totalmente de acuerdo. Pero solo puedo estar fuera el domingo y cuatro días entre semana. Luego volvemos y me ayudas con mi exposición. —Siento que he hecho una travesura de la que ni siquiera me arrepiento. Cuando Rachel y Saint me llevan a casa al cabo de unas horas, sonrío.
Hablan de la boda mientras yo miro por la ventanilla y me pellizco el labio inferior.
Ay, madre. Le he dicho guarradas al hermano del novio. Acabo de aceptar irme de viaje con él. Peor aún, ¿también le he exigido que me ayude con mi preciada exposición?
Me pregunto si mis hormonas femeninas habrán asaltado mi mente. Emmett me estaba observando. Nuestra ruptura todavía es muy reciente en mi cabeza, y duele demasiado pensar en ello. He trabajado sin parar, he intentado mantenerme ocupada y distraída para no pensar, para no sentir, y Cullen Carmichael es una distracción tan válida como cualquier otra.
Por no hablar de que estoy deseando ganar el premio. Emmett, pese a ser un chef al que le gusta probarlo todo, nunca bajó al pilón. Debería sentirme insultada. Bueno, y ahora un hombre parece disfrutar con la idea de hacerlo, lo que consigue que vuelva a sentirme deseada.
Me gusta.
Lo necesito.
Aunque decida que no quiero nada como premio.
4. El reto
Al día siguiente, me recoge en un deportivo Mercedes Benz negro. Me resisto a encontrarme con su mirada cuando salgo y él agarra mi equipaje y lo mete en el maletero. Dejo que me aguante la puerta y noto que me observa mientras subo al asiento del copiloto. Recorre con los ojos mi camisa larga rosa y mis sandalias.
Se pone al volante y su colonia se mezcla con el agradable olor que desprende el cuero del coche. Espiro y trato de expulsar su aroma de mi cuerpo. Pero no puedo vivir sin respirar, así que cuando vuelvo a tomar aire, me molesta sentir su aroma otra vez.
Me observa con el ceño fruncido mientras arranca. Lo miro a los ojos y me pregunto qué estará pensando cuando aparta la vista hacia la calle y nos ponemos en marcha.
—¿Le pasa algo a mi ropa? —pregunto.
—No.
—¿Solo no?
Me dirige una mirada de soslayo y me recorre de arriba abajo de nuevo.
—Claramente no.
Yo me ruborizo.
—Así que va en serio: nos vamos a Las Vegas —digo para romper el hielo.
—Eso parece.
Aprieto los labios y los frunzo para no decir nada más.
—Dime cómo te sientes realmente. ¿Qué piensas de mí?
Su pregunta me sorprende. No sé cómo me siento con respecto a él ni por qué su apariencia me cautiva y su mirada me corta la respiración.
La gente no sabe lo adictivo que es el amor hasta que se enamora. Una vez que eso ocurre, esa sensación se convierte en tu droga y te sientes perdido sin ella. Es un sentimiento que no tengo intención de volver a experimentar.
Pero esta distracción de ojos plateados es tentadora.
—Para ti no hay nada sagrado o intocable. Me apuesto a que te jugarías a tu madre si alguien la quisiera.
—¿Qué te apuestas?
Alzo las cejas por la sorpresa. Dios, no tiene remedio. Le pego en el brazo y casi me hago daño en los dedos.
—Deja de intentar que caiga en tu adicción —le pido entre risas—. Estás loco. ¿Por qué te gusta tanto?
Se encoge de hombros.
—Diría que es porque me pone… Casi siempre.
—¿Y cuando no ya se encargan las camareras de Las Vegas de hacer el trabajo?
Arqueo una ceja y Cullen me mira con suspicacia.
—¿Seguro que no has ido nunca?
—Lo sé todo de Las Vegas sin haber puesto un pie en la Ciudad del Pecado.
Nos dirigimos al aeropuerto y aparca el coche delante de un enorme avión blanco con una franja negra y plateada en el lateral. Cullen sale del vehículo mientras un piloto se acerca a buen paso al lado del pasajero y me abre la puerta.
Me quedo boquiabierta cuando contemplo el gigantesco avión. Me obligo a cerrarla cuando Cullen me toma de la mano y tira de mí. Es surrealista que una chica como yo siga a un tío peligroso, misterioso y tan atractivo y se suba a su avión. Ese que, junto con el hombre en cuestión, me alejará de todo.
Por una vez, quiero divertirme. Ser libre. Dejar de notar el dolor en el pecho. Llenar el vacío con lo que sea que me encuentre. No voy a pensar en quién ganará la apuesta. Me alegro de salir de la ciudad. Me alegro de dejar de comerme la cabeza y de darle un respiro a mi corazón.
—Después de ti. —Cullen hace un gesto hacia las escaleras mientras los pilotos llevan nuestras maletas a la parte trasera del avión.
Trago saliva porque, si soy sincera, nunca he estado en un avión de estas características. No puedo creer lo cómodo que es saltarse los engorrosos controles de seguridad del aeropuerto.
Subo