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Vidas soñadas. Liz FieldingЧитать онлайн книгу.

Vidas soñadas - Liz Fielding


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con tu pareja». «Explícale tus preocupaciones sobre vuestra relación».

      –¿Para qué? ¿Para qué va a casarse cuando ahora tiene todo lo que quiere? Debería haber sido como tú, Willow. Tú sabías lo que querías y lo has buscado. Tú siempre has sido más inteligente. Nunca te conformarías con menos de lo que quieres.

      Willow pensó que llevaba dos semanas deseando haber aceptado irse a vivir con Mike. Pero en el estado de Crysse, seguramente creería que no era verdad, que solo lo decía para consolarla.

      –Muy bien. Pues si no te gusta lo que tienes, es hora de que te preguntes qué es lo que quieres de verdad.

      Crysse se secó las lágrimas con la mano.

      –Yo creí que esto era lo que quería. Pero no es suficiente.

      –Entonces, deja a ese desagradecido. Has perdido demasiado tiempo lavando los calcetines de un hombre que cree que un compromiso es apoyar a los Melchester Rovers cuando juegan en casa. Haz lo que quieras con tu vida antes de que sea demasiado tarde.

      –Hace falta mucho valor para dejar atrás una relación de cinco años, Willow. Es como un divorcio. Sin papeleos, sin abogados, pero da igual. Hay que empezar otra vez, cinco años después y mucho menos fresca –dijo su prima, sonándose la nariz–. ¿Y tú? ¿Qué piensa Mike del trabajo que te han ofrecido?

      Crysse había cambiado de tema, dispuesta a no seguir hablando sobre su vida. No quería dejar a Sean, solo quería que él cambiase de forma de pensar.

      –Aún no se lo he dicho –contestó Willow–. No se lo he contado a nadie más que a ti.

      Crysse levantó las cejas.

      –¿Y no crees que deberías hacerlo?

      –Estaba esperando que mi prima favorita me ofreciera unas sabias palabras.

      –Estabas esperando que te dijera que puedes tenerlo todo.

      –¿Qué quieres decir?

      –Quiero decir que Mike vive aquí, en Melchester. Y espera que te dediques a él y a vuestra futura familia. Te recuerdo que vas a casarte el sábado. ¿O lo has olvidado? –preguntó Crysse, tomando su mano–. Eso es lo que quieres, ¿no es así, Willow?

      ¿Eso era lo que quería? Una casa, hijos… Amaba a Mike, pero la idea de escribir «ama de casa y madre» en la casilla de «ocupación» no estaba en su proyecto de futuro. Ni en sus sueños. Willow había soñado tener su propia columna en un periódico nacional antes de cumplir los treinta.

      La carta del Globe le ofrecía exactamente eso. Tardaría algún tiempo en tener su propia columna, pero allí podría hacerse un nombre.

      Mike lo entendería.

      Claro que sí.

      Mike levantó la cabeza cuando Willow se sentó frente a su escritorio.

      –¿Puedo invitarlo a comer, jefe? –preguntó, apoyando los codos sobre la mesa.

      –¿De verdad quieres comer? –sonrió él.

      –Tú eliges. Tengo una hora antes de tener que soportar una sesión infernal con mi peluquero, así que una de dos: un bocadillo en el bar o podemos cerrar la puerta, bajar las persianas…

      –No he visto la calle en una semana.

      –Entonces, ¿eliges el bocadillo?

      Mike se levantó y tomó su mano.

      –Llámame patético, pero hacer el amor sabiendo que los empleados están echando risitas al otro lado de la puerta no me apetece nada.

      –No eres nada divertido cuando te pones en plan jefe.

      –Lo sé, lo sé –murmuró él, mientras se dirigían al bar–. Pero el cargo no es oficial hasta que volvamos de Santa Lucía. Quizá debería dimitir hoy mismo.

      –De eso iba a hablarte precisamente –dijo entonces Willow–. He recibido una oferta de trabajo y si no empiezas a encargarme artículos interesantes, es posible que la acepte.

      Le había salido aquello de un tirón, casi sin pensar. Lo había dicho. No había sido tan difícil.

      –¿Qué trabajo?

      –Dos bocadillos de pollo, George. Y dos zumos de tomate –le dijo Willow al camarero. Después de pedir, pagó la consumición y se sentaron frente a una mesa cerca de la ventana.

      –¿Qué trabajo? –insistió Mike.

      Tenía que contestar. No había salida.

      –El Globe me ha ofrecido un trabajo.

      –¿Te refieres al Globe, en Londres?

      Willow asintió con la cabeza.

      –Es un periódico nacional, con una tirada diaria de millones de ejemplares –contestó Willow. Mike no dijo nada–. Creí que te quedarías impresionado.

      –Estoy impresionado –dijo él después de una pausa. Una breve pausa durante la cual el mundo se había puesto del revés–. ¿Lo habrías aceptado?

      «¿Habrías?». Mike ni siquiera pensaba que pudiera aceptar, ni siquiera había pensado discutir el asunto.

      –¿No crees que debo hacerlo?

      –No a menos que pienses mudarte a Londres y hacer vida de casada solo durante los fines de semana. ¿Es eso lo que quieres?

      –Podría ir y volver todos los días –dijo Willow. Mike permanecía hermético–. ¿No te parece? –preguntó. Él no movió un músculo–. Muy bien. Llamaré a Toby Townsend esta tarde.

      –¿Cuándo solicitaste ese trabajo?

      –Hace meses. Tuve una entrevista, pero no me dijeron nada. Hasta el lunes, cuando recibí la carta.

      En ese momento, George les llevó el almuerzo y empezó a lanzar una diatriba contra los problemas de aparcamiento que estaban cargándose su negocio. Después de aquello, el tema del nuevo trabajo no volvió a surgir.

      Más tarde, de vuelta en la oficina, Willow se dijo a sí misma que Mike tenía razón. Era una idea imposible. No podía hacerlo. Llamaría al Globe y les diría que no podía aceptar. No pasaba nada. Estaba enamorada de Mike e iba a casarse con él. Pero una vocecita le decía que si Mike no le hubiera pedido que se casara con él, podría haberlo tenido todo. Una carrera durante la semana, Mike los fines de semana. Una novia podía hacer eso, pero estar casada significaba un compromiso. Estar casada era un trabajo a tiempo completo.

      Antes de que pudiera cambiar de opinión, Willow marcó el número del periódico. Toby Townsend no estaba en su oficina, le dijeron. Debía llamar el lunes. Le escribiría, se dijo. Redactó la carta mentalmente mientras el peluquero la torturaba para colocarle la corona de flores. Y la pasó al ordenador en cuanto volvió a la oficina, guardándola en su bolso para echarla al correo. Después fue a buscar a Mike porque necesitaba que la abrazara y le asegurase que estaba haciendo lo que debía hacer.

      Pero Mike había salido de la oficina después de comer y su secretaria no sabía dónde estaba.

      Willow sacó el móvil del bolso y escribió un mensaje con el siguiente texto:

      ¿Dónde estás? ¿Podemos vernos?

      Solían enviarse mensajes cuando empezaron a salir. Sobre todo Mike, cuando ella tenía que cubrir alguna noticia fuera de la ciudad. Y ella solía contestar: Si me encuentras, puedes invitarme a cenar. Lo único que Mike tenía que hacer era llamar al departamento de personal para comprobar dónde estaba… y siempre aparecía a tiempo.

      Pero eso había sido siglos antes. O eso le parecía.

      Willow miró el móvil. No tenía ni idea de dónde estaba Mike.

      Y decidió borrar el mensaje.

      Mike abrió las puertas de su taller


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