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Educar mejor - Carles Capdevila Plandiura


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      CARME THIÓ

      © Ruth Marigot Murillo

      Carme Thió de Pol (Barcelona, 1943) es psicóloga especializada en educación infantil. Se ha dedicado tanto a la orientación y a la formación de maestros como a la asesoría familiar. Colabora con el Institut de Ciències de l’Educació de la Universitat Autònoma de Barcelona y es autora entre otros libros sobre la educación de los niños de Me gusta la familia que me ha tocado (2015).

       15 de julio de 2014. Hace diecisiete años que la conocí, cuando acabábamos de tener dos bebés y estábamos absolutamente desbordados. Fue mi primera psicóloga, y nunca le agradeceré lo suficiente la serenidad y el entusiasmo que nos transmitió a un grupo de padres. Vaya terapia colectiva, vaya hartón de reír que nos dimos hablando de nuestros complejos. Carme Thió sabe escuchar y su método no es ninguna receta, es mucho más transformador: nos ayudó a pensar y nos acompañó para que nosotros mismos decidiéramos cual era la vía más adecuada. Ella nos convenció de que cada problema es una oportunidad educadora, y nos lo creímos tanto que, entusiasmados, doblamos el número de hijos para tener el doble de oportunidades.

       Eres una experta en el trabajo con grupos de padres y madres angustiados.

      Sí, uno de los objetivos es tranquilizarlos. Los padres de hoy en día lo tienen difícil porque están cansados, sobre todo las madres, que están extenuadas; y cuando estamos extenuados no acostumbramos a funcionar bien. Uno de los objetivos de los encuentros de padres es que se relajen, se tranquilicen y no conviertan en tragedias lo que son anécdotas de la vida.

       ¿Cómo te educaron tus padres?

      Soy la última de ocho hijos y mis padres eran mayores. Diría que mi padre no era una persona de su época; de hecho él ejercía más de madre que ella, que se pasaba todo el día cosiendo, planchando y con las tareas de la casa. En cambio, mi padre era el que nos contaba cuentos, nos daba la comida y nos cuidaba cuando estábamos enfermos, y creo que eso nos convirtió en una familia un poco diferente.

       Debió ser excepcional.

      Mucho. Nos llevaba a pasear, a nosotros y a nuestros primos, juntaba a todos los críos para que nos lo pasáramos bien. En aquella época, en que predominaba el autoritarismo, él no lo era en absoluto; pero tenía una autoridad impresionante que expresaba así: «Yo confío en ti y sé que lo harás». Aquello te dejaba atado de pies y manos porque de ninguna manera querías decepcionarle. Nunca hubo ningún insulto ni ninguna bofetada; allí viví que se puede educar sin violencia y creo que, gracias a esa educación inicial, he podido dedicarme a lo que me he dedicado, porque lo he vivido.

       Dices que se puede educar sin castigar, por experiencia propia.

      Sí, lo he comprobado personalmente. Partía de un inicio que creo que me ha ayudado mucho y me siento privilegiada.

       Siendo la más pequeña de ocho, tus hermanos también debieron educarte.

      Me quejaba de que en vez de dos padres tenía ocho o diez. Ser la pequeña resultaba un poco pesado; pero al mismo tiempo era fantástico porque tenía donde elegir, cada uno tenía su propia personalidad y yo me sentía bien con todos.

       ¿Los pequeños son los mimados?

      En mi casa los mimados éramos unos cuantos, no solo yo. Por ejemplo, la hermana que me precede, que llegó después de tres chicos, era mucho más débil y se ponía enferma a menudo… ¡Estaba mucho más mimada!

       ¿Cómo llegaste a la psicología?

      Al principio fue una cuestión personal. Cuando era una adolescente creía que nadie me entendía y que podría dedicarme a entenderme a mí misma para después entender y ayudar a los adolescentes. Pronto pasé de los adolescentes a los niños porque tuve una veintena de sobrinos antes de tener a mis hijos y me enamoré de los críos pequeños, disfrutaba enormemente y una de mis diversiones favoritas era reunir a siete u ocho sobrinos y jugar con ellos. Me despertó el interés la manera en que iban aprendiendo y madurando, me parecía apasionante. Desde siempre, lo que más me ha interesado son las personas, y con las personas pequeñas aprendes constantemente.

       ¿Ser experta en educación te ha ayudado a educar a tus hijos o no tiene nada que ver?

      Si los tuviera ahora, lo haría mejor. Todavía estaba estudiando cuando tuve a mis hijos y no había empezado a ejercer; pero la experiencia con mis sobrinos y lo que había aprendido sin darme cuenta me ayudó muchísimo, más que lo que estaba estudiando. Ahora, cuando los padres me preguntan algunas cosas, pienso que hay mucho desconocimiento y recuerdo todo lo que sabía sin ser consciente de ello. Un día, los padres de un bebé me contaron que habían ido a urgencias porque su hijo había tenido convulsiones durante una semana, y cuando les pregunté en qué había quedado todo me dijeron que había sido hipo. El primer bebé que habían visto era el suyo y es evidente que el hipo en un niño recién nacido es bastante espectacular porque le sacude completamente, y si no lo has visto nunca puedes acabar en urgencias.

       Por eso son necesarios los grupos de padres.

      Sí. No me gusta llamarlos «escuelas de padres» porque parece como si tuvieran que superar asignaturas. Yo no enseño nada, sino que acompaño en la reflexión, en el conocimiento de ellos mismos y de sus hijos. Yo los llamo «grupos de reflexión compartida». Se trata de compartir experiencias, de no juzgar, de no decir nunca si algo está bien o mal si no te funciona y de apoyarnos los unos a los otros.

       ¿Quién debería ir más al psicólogo, los niños o los padres?

      Creo que a la mayoría de los padres les va bien una orientación. Los padres no necesitan la terapia de un psicólogo, sino que alguien les acompañe, porque en la actualidad no existe el tejido social que existía antaño. La mayoría de las veces, los problemas que observamos en los niños no son suyos, sino de los padres o de la escuela.

       Antes has dicho que los padres estamos cansados… ¿También estamos acomplejados?

      Mucho. Hace unos años se publicó una encuesta en la que una de las preguntas que se hacía a los padres era si creían que estaban educando bien a sus hijos, y más del 80% respondió que no. Esto es una tragedia, porque el sentimiento de culpa que hay detrás es enorme: «Yo ya sé lo que debería hacer, pero no lo hago». Esta situación tiene que cambiar y se ha de recuperar la autoestima del padre y de la madre, no es necesario ir a la universidad para ser padres. Hoy en día todo se ha especializado mucho y parece que también existan los padres especialistas. Lamento mucho cómo están funcionando las cosas porque los niños siempre están en manos de especialistas. Una vez, bromeando, dije que un día habría especialistas para enseñar a ir en bicicleta y un padre me respondió que ya existían y que, en el centro cívico de su barrio, los sábados, se ofrecen monitores para enseñar a ir en bicicleta. ¿Qué les queda a los padres? No demasiado; ni nadar ni ir en bicicleta, que son las cosas más divertidas que vinculaban a padres e hijos. Es triste porque se disfruta mucho menos de los hijos.

       Lo vivimos desde la culpa.

      La ansiedad es enorme, sobre todo en las madres, porque, si bien es cierto que el hombre participa cada vez más, la mayoría de las mujeres son las que cargan con el peso de la organización. Son las que llaman al padre para recordarle que le toca a él ir a buscar a los niños.

      Ahora es el momento en el que hay más supernannys, materiales, libros, psicólogos, expertos…

      A veces la cantidad tampoco ayuda. Para los padres resulta difícil porque no saben qué elegir y acaban adoptando


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