La visión teológica de Óscar Romero. Edgardo Antonio Colón EmericЧитать онлайн книгу.
el camino para buscar en la predicación y los cantos la teología de Romero?». 19
Con todo lo antedicho, sumamos en este instante un recurso que se aviene, como anillo al dedo, a lo que venimos discurriendo. Se trata de un folio que recientemente ha salido a la luz pública, gracias a una discreta ventana que se ha entreabierto en el acervo documental de Romero luego de concluido el proceso de canonización en Roma. Cabe aclarar que Colón-Emeric nunca tuvo a la vista el documento que se colocará a la vista, ni siquiera en los postreros momentos cuando daba los últimos retoques a su tratado. Por tanto, al presentarse a posteriori, esta verificación documental enaltece de manera contundente el enfoque visionario del teólogo investigador.
Véase a continuación la Ilustración 1 que exhibe el facsímil de una cuartilla de bloc rayada, en la cual se registra el mapa conceptual que, con caligrafía apresurada, Romero redactó para guiarse en la oratoria de su último sermón dominical. El documento nos regala la visión de una de las habilidades eruditas que el arzobispo logró pulir en su época de estudiante de teología en Roma. Ya topamos antes con el testimonio de un fraile que lo conoció y trabajó estrechamente con él durante varias décadas: “Su paso por la Gregoriana lo había marcado para el estudio y los esquemas lógicos”.20
ilustración 1. nótese el primer renglón del folio donde aparece el período litúrgico y la fecha: “5º domingo de cuaresma (23-iii-80).” véase el resto de los renglones donde romero bosquejó, de su puño y letra, el mapa conceptual que le sirvió de guía para la oratoria de su última homilía pública.
ilustración 2. nótese en este enfoque ampliado del literal (c) el avance execético del esquema pergeñado por el arzobispo Romero. Obsérvese que la idea central es la fuerza salvífica de Jesús transfigurado. Romero se propone enarbolar esta noción amalgamada en su pensamiento, justo en la homilía donde “firmó su sentencia de muerte”, dado su dramático llamado a las fuerzas dictatoriales a cesar la represión contra el pueblo indefenso.
Al enfocar con lupa uno de los literales que integran el mapa conceptual, puede ubicarse ipso facto un componente que resulta más que interesante, no tanto porque haya permanecido resguardado durante cuarenta años, si no, sobre todo, porque aporta información relevante que coadyuva a lo que aquí estamos avanzando:
La Ilustración 2 presenta subrayado el sintagma: «La Transfiguración». Es este un arbitrio de quien esto escribe a modo de abrirle la puerta a la glosa que en seguida se hará sobre el documento que se visualizó antes.
Para comenzar, póngase atención al período del calendario litúrgico en aquel momento: Cuaresma. Tal período, de hecho, no prescribe el central o explícito manejo de la expresión subrayada. Aun así, la alusión se inserta, como puede verse, en el mero corazón de la exégesis que Romero pretende exponer ese domingo. Debió existir una precisa razón que indujo al predicador a ubicar la referencia de modo tan destacado en el esquema guía de su peroración.
Ahora sabemos que Romero, entre las notas que alistó antes de subir al púlpito –como el mapa conceptual, por ejemplo– se hallaba entrometida la hoja con la lírica del “Himno al Divino Salvador” que había recibido dos días antes. El arzobispo la incluyó porque había decidido declamarla en algún momento de su predicación. Esta decisión no nace, en absoluto, de personales gustos poéticos o musicales (no había escuchado y no llegó a escuchar nunca la melodía del himno entonada con la letra). El asunto es que el susodicho himno le proporcionó el pretexto perfecto para relanzar su cara imagen exegética de «La Transfiguración»; una idea-fuerza que, al final, se ubica en el corazón de una refinada “teología” que emerge de Romero mismo, desde su mente, su memento y su momento. He ahí la clave que explica la campanada que lanzó el arzobispo aquel domingo frente a la multitud expectante:
«Una nota simpática también de nuestra vida diocesana: Que un compositor y poeta21 nos ha hecho un bonito himno para nuestro «Divino Salvador». Próximamente, lo iremos dando a conocer: «Vibran los cantos explosivos de alegría / Voy a reunirme con mi pueblo en Catedral / Miles de voces nos unimos este día / para cantar en nuestra fiesta patronal.» Y así siguen estrofas muy sentidas por el pueblo. ¡La última es muy bonita! «Pero los dioses del poder y del dinero / se oponen a que haya transfiguración / Por eso, ahora vos sos, Señor, el primero / en levantar el brazo contra la opresión»,22 Homilía del 23 de marzo de 1980. Óscar Romero. Homilías: Tomo VI. San Salvador: UCA Editores, 2009, p. 445.
Colocado Romero en el paso de una mortífera borrasca desatada contra sus agentes (laicos, monjas, curas); tolerando intimidaciones y amenazas contra su vida; hostigado por sus homólogos obispos y desde Roma; arreando a colaboradores que se “salían del huacal” … En medio de toda esa barahúnda, el pastor encontró la forma de proseguir, elevando, con nuevos bríos, el principio central de su “teología”.
«La Transfiguración» representó, en efecto, un concepto estratégico que comandó el pensamiento substancial de Romero, como sacerdote y como jerarca episcopal. La llevó siempre consigo, en su época de párroco en San Miguel, y en su última etapa como arzobispo. No en balde la enarboló en sus postremos días; la mantuvo hasta el último suspiro de su vida.
Repasemos las dos últimas alocuciones que profirió in extremis antes de su asesinato, para corroborar que eso fue así.
En la del domingo 23 de marzo de 1980 –su última homilía pública– una canción le abrió la puerta para darle lustre, por enésima vez, a su carísima imagen teologal, transida siempre de historia fundacional y de raigambre sociocultural salvadoreñas.
Para la siguiente jornada –la última de su existencia en esta tierra– cumpliendo con su agenda, se dispuso a oficiar una misa de aniversario en sufragio de una “querida difunta”. Pero para esa ceremonia, Romero decidió, en una chispa de espontaneidad, modificar algo para nada insustancial. Aquella tarde –con el sol consumiéndose en lontananza– el arzobispo decidió dar un giro a su predicación.
ilustración 3. Aviso que fue publicado en los rotativos más importantes. Allí se anuncia que el arzobispo oficiará la misa. Ante tal imprevisión (¿o premeditación?), colaboradores cercanos sugirieron a Romero que no se presentara, pues el anuncio lo había dejado claramente expuesto. ¡Y tuvieron razón! Esa misa se transformó en la ocasión perfecta para ejecutar la venganza de “los dioses del poder y del dinero” con quien “hablaba mucho”, al decir de ellos. Y en verdad, el día anterior, domingo 23 de marzo de 1980, había hablado demasiado.
Ahora se sabe que “Él cambió las lecturas; tocaban las lecturas de la mujer adúltera y de la casta Susana…”.23 Pero no sólo eso trocó. Además, se permitió introducir “esa página” (según sus propias palabras) “que he escogido para ella [la difunta] del Concilio Vaticano”.24 Así lo justificó ante los pocos orantes “en una misa de tono familiar”.
Su más aventajado biógrafo asevera que “la homilía en memoria de doña Sarita, como la llamaba Romero, no tuvo un contenido extraordinario”.25 ¡Pero quizá no fue así! Su último momento de predicación fue, por ventura, mucho más que una recordación afectuosa en la que “Romero alabó a la difunta” en la medida en que “habría recuperado ‘purificado’, ‘iluminado’ y ‘transfigurado’ todo el bien que había hecho en la tierra”.
¿Qué hace pensar de este modo? El hecho de que el concepto de marras (nuevamente subrayado por arbitrio de quien esto escribe) emana convenientemente de la lectura que el mismo predicador eligió por la libre. Allí el arzobispo estaba dedicándose a sí mismo el contenido de su elección, muy probablemente para darle fuerzas a su propia intimidad sobrecogida.