La distancia del presente. Daniel BernabéЧитать онлайн книгу.
La Encuesta de Población Activa –EPA– del primer trimestre de 2010 arrojó unos datos descorazonadores de desempleo, que superó el 20 por 100, dejando en esa parte del año a más de 600.000 personas en paro, mostrando unas cifras totales de 4.612.700 desempleados. El año ya ha comenzado con recortes y subidas de impuestos. En febrero, el Ibex pierde un 9 por 100. La crisis de 2008 se había dejado sentir en la sociedad española con fuerza, aunque el debate hasta abril era si ya se empezaba a vislumbrar la recuperación, algo que trascendía la mera propaganda política del Gobierno, que seguía resistiendo con su Plan E, un paquete de medidas del estímulo que pretendía, mediante el gasto público, reactivar la economía. Hasta mayo, un mes en el que todo cambió.
Zapatero sube a la tribuna del Congreso, la sesión ha empezado a las nueve de la mañana: «Cuando alcancemos a ver con perspectiva los acontecimientos que estamos viviendo, estoy seguro de que estas fechas se juzgarán decisivas para la unión monetaria, para el Gobierno económico europeo y para el futuro mismo de Europa como comunidad política»[1].
Unos días antes, el 4 de mayo, el presidente viaja a Bruselas para participar en una cumbre de alcaldes de toda la Unión motivada por el cambio climático –antes de Greta Thunberg el tema ya era materia de preocupación y debate–, que la fuerza de la actualidad convierte en un alegato en defensa de Grecia y de la propia idea europea: «Solo aquellos que pueden pensar de manera egoísta y con escasa perspectiva de futuro tienen dudas de la fortaleza del proyecto europeo»[2].
El país heleno sufría dos crisis, la internacional y una endémica derivada del descontrol de su deuda pública y su déficit, falseado por el asesoramiento de los mismos bancos de inversión que ahora estaban dejando caer a Grecia, al no comprar su deuda, rebajada por las agencias de calificación al nivel de bono basura. Standard & Poor’s ya había hecho lo propio con la española el 29 de abril[3], dejándola aún en un nivel de riesgo razonable. Las palabras de Zapatero iban precisamente destinadas a los especuladores que habían empezado a atacar a los países que la prensa inglesa denominó, en un repugnante juego de palabras, PIIGS, realizando un acrónimo con las iniciales de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, de una similitud obvia con pigs, cerdos en su traducción al castellano.
Mientras que Zapatero trataba de demostrar fortaleza en el corazón de Europa, ese mismo martes la prensa internacional salía al contraataque funcionando como el altavoz de los dueños del sistema económico. El New York Times concluía que «España corre el riesgo de caer en la misma trampa que Grecia a menos que tome medidas más contundentes. Podría verse incapaz de recaudar dinero en los mercados privados a tasas de interés aceptables»[4], «Los inversores están ahora más preocupados por Portugal y España, que deben realizar emisiones de deuda en los próximos meses, estos dos países no tienen plan de rescate»[5], analizaba el Financial Times, mientras que el Wall Street Journal sentenciaba que, aunque Grecia ya tuviera su rescate, «eso no ha valido para levantar la sensación de tristeza inminente sobre lo que le espera a Europa […] el euro será una moneda muerta en diez o quince años»[6]. Tres periódicos que concluían, analizaban y sentenciaban, o más bien que estaban construyendo una profecía autocumplida que valdría para poner de rodillas a España en cuestión de días.
El miércoles 5 de mayo Zapatero y Rajoy se reúnen en La Moncloa por primera vez después de las elecciones de 2008, un tiempo excesivamente largo para un presidente y un jefe de la oposición que habían visto ensombrecida su relación por la política de tierra quemada que Rajoy había impuesto en asuntos como Cataluña, más preocupado por mantenerse como primer mandatario del PP, frente a la batalla interna planteada por Esperanza Aguirre, que por la estabilidad futura del país.
En el encuentro, de dos horas y cuarto de duración, se trató la fusión de las cajas de ahorros. «Hemos acordado sumar los esfuerzos políticos e institucionales de tal manera que el 30 de junio podamos tener el mapa de reestructuración definitiva de las cajas de ahorros para garantizar y mantener la solvencia y la eficiencia de nuestro sistema financiero»[7], explicó el presidente. Ambos mandatarios deseaban, tenían la necesidad, de mandar un mensaje de tranquilidad a los inversores, en lo que parecía una escenificación de una relativa unidad en un escenario que ya se anticipaba tormentoso.
Sin embargo, Zapatero aún se resistía a dar su brazo a torcer y defendía su política de estímulos a la economía: «No es una buena opción acelerar la reducción del déficit. Quien está equivocado es el PP sobre este asunto. Si uno hace una drástica reducción del déficit puede comprometer la recuperación»[8]. Nuestra prensa económica de derechas –disculpen el oxímoron– se situaba en la misma trinchera de los especuladores que habían puesto sus ojos en el país, opinando que daba «la sensación de que el presidente sigue encastillado en su miope visión de la realidad, continúa siendo rehén de sus prejuicios ideológicos y de su subordinación a los sindicatos, y se reafirma en su convencimiento de que se puede superar la crisis sin adoptar decisiones impopulares porque tarde o temprano vendrá el maná de la recuperación internacional y nos sacará del hoyo sin mayores complicaciones»[9]. Los sacerdotes mayas ya estaban en la cúspide de la pirámide, cuchillo ceremonial en mano, esperando ansiosos la sangre de nuestros sacrificios.
El 6 de mayo la prima de riesgo, la diferencia frente al bono alemán considerado referencia estable, se situaba en 149 puntos. El Fondo Monetario Internacional advierte el día anterior a España, Irlanda y Portugal que apliquen rápidamente sus programas de ajuste. Jean-Claude Trichet, el presidente del Banco Central Europeo –BCE– intenta cavar un cortafuegos declarando, en la presentación de un informe sobre la reunión de la entidad en Lisboa, que «el caso griego no puede ser extensible a otros países […] todos los países tienen que hacer todo lo que se les ha pedido y seguir un rumbo que les pueda llevar a la estabilidad a medio plazo»[10]. Sin embargo, Trichet, ante las preguntas de los periodistas sobre si el BCE se dispone a comprar deuda soberana, responde hasta cuatro veces que no, «simplemente repetiré que no discutimos el asunto y no tengo nada más que decir»[11]. Estas declaraciones complican aún más la situación, ya que dejan a los pies de los caballos al sur de Europa sobre el que los especuladores han puesto sus garras.
El diario El País, haciendo un repaso de la semana clave del 3 al 9 de mayo, cita a un colaborador del presidente Zapatero, sin ponerle nombre, en unas líneas más que descriptivas:
Fue una semana negra que nos sorprendió a todos. Desde el lunes sufrimos los ataques consistentes de los mercados financieros, y el miércoles, Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, acabó de hundirnos con unas declaraciones contrarias a la compra de títulos de deuda pública que generó mucha inquietud. La Bolsa reaccionó muy mal. Nosotros teníamos previsto hacer un ajuste duro en 2011 con un presupuesto muy complicado para rebajar dos puntos del déficit. Pensábamos anunciarlo en junio con motivo de la aprobación del techo del gasto presupuestario, pero los acontecimientos nos atropellaron[12].
El atropello, a España y a toda la zona Euro, acaba de concretarse a finales de semana, el jueves 6 y el viernes 7, cuando los mercados financieros, a pesar de los elevados intereses que presentan los bonos, dejan de comprar deuda pública española. Al final el Gobierno se ve obligado a pedir ayuda a los bancos españoles para colocar algo más de dos mil millones de euros, en una prueba de fuego que demuestra que, aunque la rebaja de confianza