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V-2. La venganza de Hitler. José Manuel Ramírez GalvánЧитать онлайн книгу.

V-2. La venganza de Hitler - José Manuel Ramírez Galván


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en jefe del Ejército, visitó las instalaciones y Dornberger y von Braun se esforzaron al máximo para impresionarle, con las demostraciones estáticas de los diferentes motores que habían desarrollado en Kummersdorf, los planos de una nueva instalación más grande y eficiente y, sobre todo, sus sueños de construir un cohete más potente aún. En realidad, lo consiguieron porque al terminar la visita, von Fritsch le preguntó a Dornberger:

      —¿Cuánto quieren?

      —Millones —respondió el coronel.

      Para abril de 1936, la Luftwaffe ya tenía su motor cohete, pero pedía más. A Dornberger se le ocurrió la idea de que quizás ambas ramas de las fuerzas armadas podrían juntar sus esfuerzos en investigación sobre cohetes en unas instalaciones más grandes, conjuntas. Von Richtofen se mostró de acuerdo, pero había que convencer al general Albert Kesselring, al frente de todo lo referente a diseño y construcción de aviones. Después de que Dornberger y von Richtofen le presentaran toda clase de mapas y diagramas y le explicaran con todo detalle la idea, Kesselring dio su aprobación… y cinco millones de marcos. Al coronel Becker no le gustó mucho que la fuerza aérea pusiera esa cantidad de dinero sobre la mesa, porque eso hacía parecer que el Ejército no mostraba interés en los cohetes y que iban a asumir el simple papel de comparsas. Pensando en algo así como «hasta aquí podríamos llegar», inmediatamente ofreció seis millones del presupuesto del Ejército. Así, el Ejército sería el socio mayoritario de esa extraña asociación. ¡Los hombres de Kummersdorf se encontraron de la noche a la mañana con un presupuesto de once millones de marcos! Pero tan o más importante que el desarrollo de los cohetes era el escenario de las pruebas. Con tanto dinero a su disposición, von Braun recibió el encargo de Dornberger de buscar un lugar donde poder construir y probar en secreto, y con total impunidad, cohetes y motores. Pronto encontró el sitio ideal en la isla de Rügen. Pero el Frente del Trabajo del Partido Nacionalsocialista se les adelantó con la excusa de construir justamente allí una «colonia veraniega para el trabajador medio alemán». Desilusionado, el joven ingeniero marchó a casa de su madre, la baronesa Emmy von Quistorp, para pasar con ella las fiestas de Navidad. Y nuevamente en sólo diez años de la breve historia de la astronáutica, la familia tuvo que salir en ayuda del esforzado pionero de turno, proporcionando un lugar apto como campo de lanzamiento o, en este caso, la idea (primero fue Goddard, cuando en 1926 usó el patio de la granja de su tía Effie en Auburn, Massachusetts, y más tarde Rudolf Nebel recurrió a la granja de sus abuelos). Cuando la baronesa se enteró de los problemas que tenía su hijo para realizar las pruebas, le dijo: «Pues yo conozco un sitio ideal para ti y tus compañeros. Tu abuelo iba allí a cazar patos. Se llama Peenemünde».

      Ahora será mejor que dejemos aquí el tema de los aviones propulsados por cohete, pues sus ramificaciones nos llevarían a los experimentos con el Heinkel 112, que a su vez llevaron a los Heinkel 176 y 178, y de los que terminaría derivando el proyecto de interceptor de despegue vertical diseñado por von Braun. Sin olvidar la historia del único caza propulsado por cohetes que llegó a entrar en combate, el Messerschmitt Me-163 Komet, cuyas pruebas se realizaron en Peenemünde. Todo ello daría para un libro por sí solo, y aunque la mano del genial pionero de la cohetería está detrás de casi todos esos aviones, nos apartaría mucho del tema que estamos tratando.

      Peenemünde era entonces un bucólico pueblo de pescadores situado en una pequeña península en el extremo de la extraña isla de Usedom, en la desembocadura del río Oder en el golfo de Pomerania. En alemán, Peenemünde significa «boca del río Peene». En realidad, se trata de una península, pero al estar también atravesada en su extremo sur por la desembocadura de otro río, el Swine (actualmente en territorio polaco y rebautizado Swinoujscie), mucha gente suele considerarla una isla.

      Era una zona casi olvidada de todo el mundo, llena de dunas y marismas, en la que crecían fresnos y pinos, habitada sólo por los cisnes y algunos ciervos pomeranios que tanto atraían al abuelo de von Braun. El verano era un poco más cálido que en el resto de la costa báltica alemana, pero el invierno también era más crudo y duro. Hacia la isla de Usedom se dirigieron von Braun y Dornberger y, tras verificar sus carencias y sus ventajas (como la abrigada bahía de Greifswalder y su pequeño islote satélite llamado Oie), iniciaron las gestiones en los ministerios del Aire y del Ejército para su adquisición. Casi enseguida, bajo la falsa apariencia de la kdf o Kraft durch Freude (Fuerza a través de la Alegría, una organización propagandística nazi que pretendía exaltar las virtudes del partido, brindando toda clase de actividades de ocio y turismo) se trasladaron allí centenares de obreros y técnicos que iban a construir en la zona una «colonia veraniega para el trabajador medio alemán». En realidad, no se trataba más que de obreros, ingenieros, técnicos, investigadores, soldados de la Luftwaffe y del Ejército y tropas de las ss para hacerse cargo de la seguridad. El único miembro de la sociedad que no tenía acceso a la «colonia veraniega» era, precisamente, el trabajador medio alemán... Poco a poco fueron levantándose en la isla alojamientos, talleres, barracones, zonas de prueba, etc., imitando el estilo de construcción de los pueblos de la zona como medida de enmascaramiento y con el objetivo de poder alojar, en el momento de máxima actividad, a unas 2.000 personas. La instalación recibió la designación de Heers Veersuchstelle Peenemünde (Estación Experimental del Ejército Peenemünde, o de forma abreviada hvp). La península en que se encuentra Peenemünde quedó dividida en dos sectores, uno para el Ejército y otro para la Fuerza Aérea. Cada cuerpo se ocuparía de sus propios proyectos y pruebas, sin interferencias del otro, y con total libertad. O eso es lo que creían el uno y el otro, porque las envidias siempre presentes en el régimen nazi y los propios avatares del conflicto se encargaron una y otra vez de romper esta romántica concepción del trabajo científico en tiempos de guerra. Además, los objetivos de ambos eran totalmente opuestos, porque mientras los planes del Ejército se basaban en la investigación sobre grandes cohetes de combustible líquido, la Fuerza Aérea (temerosa de perder su rango de privilegio frente a los jerarcas nazis y en parte también por su desmesurada ambición de controlar todo lo que volase, como argumentó cierta vez el mariscal Göring), prefería centrarse en los aviones cohete y otros ingenios mucho más extravagantes. Fruto de los esfuerzos de la Luftwaffe surgió la bomba volante v-1, pero sus características de diseño y vuelo caen fuera de los propósitos de este trabajo. Así pues, nos ceñiremos exclusivamente a los trabajos del Ejército, que se llevaron a cabo en la zona boscosa al este del lago Koplin conocida como Peenemünde Este.

      Al sur había varias pequeñas poblaciones como Wolgast, Zinnowitz o Trassenheide. Pero si alguien buscaba más animación y mayor vida social tenía que recorrer unos 150 kilómetros para llegar a Rostock o Stettin o unos doscientos hasta la capital alemana. El noreste era la parte más boscosa y allí se construyeron las instalaciones del Entewickzungswerk («Trabajos Experimentales»), nombre con que se iban a enmascarar algunas de las investigaciones más secretas de la segunda guerra mundial, mientras que en el resto abundaban las playas y las dunas. Esa zona fue la elegida para las plataformas de pruebas de los cohetes. Al suroeste, cerca del pueblo, se instalaron un generador, capaz de suministrar 20.000 kilovatios, y una factoría del vital oxígeno líquido, mientras que el modesto puerto de pescadores fue dragado y ampliado para que pudiera servir como base naval de limitada capacidad. Finalmente, al sureste de la península y al norte de la ciudad de Karlshagen se construyó una nueva «urbanización» para los técnicos y sus familias, que se completó con toda clase de tiendas, colegios y un campo de deportes, convirtiendo el único y moderno hotel existente en el club social para toda clase de reuniones no laborales. Por tanto, Peenemünde era mucho más que un simple centro de investigación secreto; era todo un complejo de instalaciones que se expandían en varios kilómetros cuadrados y abarcaba a miles de personas. Ese es otro de los aspectos que convierten a Peenemünde en algo diferente al resto de instalaciones de la época. Los que allí trabajaban eran en su inmensa mayoría científicos, colegas que a veces habían estudiado juntos y que, por avatares del destino, algunos habían seguido una vida más militar que otros. Pero allí no existían los rangos. El trato se hacía atendiendo a la titulación académica de la persona, no al rango militar, y no resultaba extraño que un sargento diera órdenes a un teniente, por ejemplo. Además, al haber tenido que ser reclutados por todo el Tercer Reich, allí se agolpaban toda clase de personas, no sólo de colores de piel distinta, sino también de origen (nobles aristócratas o campesinos). En el centro se podían


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