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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.

Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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conocido a ninguna turista que no quisiera descubrir los más bellos lugares de Florencia en su compañía.

      El tren procedente de Pisa llegó a la hora que anunciaba el panel indicador. Carlo estiró el cuello buscando a Fabrizzio y a su acompañante. Levantó la mano en cuanto lo vio, haciéndole señales para que se dirigiera hacia donde estaba él. Fabrizzio le devolvió el saludo y deslizó el nudo que se había formado en su garganta. El momento que temía se acercaba. No es que tuviera un temor especial por la reacción que pudiera tener Fiona al conocer a Carlo. Pero se sentía algo incómodo recordando el inusitado interés de su amigo por ella. Sabía cómo era Carlo, y que intentaría seducirla por todos los medios. Lo que no sabía este era cómo las gastaba Fiona.

      Carlo desvió la mirada de Fabrizzio para centrarse en la mujer que lo acompañaba. No era muy alta, pero llamaba poderosamente la atención. No es que fuera muy guapa, pero sí resultona. Con aquel cuerpo que cortaba la respiración. Si aquella mujer era una comisaria de exposiciones, él era el Presidente de la República. Fiona lo escrutó de arriba abajo en cuanto estuvo a su altura. Carlo hizo lo mismo pero recorriendo su cuerpo sin poder dejar de imaginarla con otra ropa, o sin ella.

      –Llegáis en punto. Menos mal que decidí venir con un poco de antelación –le dijo sin apartar la atención de Fiona. Fabrizzio comenzó a sentirse algo molesto por la manera en que la miraba. Y más cuando se acercó a ella para rodearla por la cintura y darle dos besos.

      Fiona lo miró contrariada. De acuerdo que tuvieran que conocerse y saludarse, pero ¿tenía que sujetarla por la cintura de aquella manera tan descarada? Se apartó al momento dejándole claro que ella no era una mujer fácil. Carlo era apuesto, sí, pero nada que ver con el toque misterioso que tenía Fabrizzio. Fiona se había cubierto las espaldas al preguntarle por Carlo en el tren desde Pisa. Y entre lo que le contó y lo que ella pudo deducir, la imagen de Carlo era la viva estampa del típico seductor que se la comía con los ojos.

      –Te presento a Fiona, de la National Gallery de Edimburgo. Ya te he contado a qué viene –le recalcó dejando un ligero toque de advertencia en sus últimas palabras.

      –Sí, recuerdo perfectamente. Y he hecho mi trabajo. No vayas a pensar mal. Además, ¿qué imagen tendría la signorina Fiona de nosotros? –preguntó haciendo una reverencia hacia ella que provocó una sonrisa irónica en esta.

      –Este es Carlo, por cierto. De quien ya te he hablado.

      –Espero que haya sido para bien –lo interrumpió regalándole una sonrisa a Fiona.

      –Sí. Su descripción se ajusta –le correspondió ella moviendo las cejas y sonriendo divertida. Sin duda. Estaba convencida de que Carlo intentaría ligar con ella. Se le veía venir de lejos.

      –Será mejor que acompañemos a Fiona a su hotel –interrumpió Fabrizzio–. ¿Hablaste con David sobre el hotel?

      –Todo está arreglado. Una habitación en Nova Porta Rossa. Eso pidió David.

      –Sí, es el hotel con el que trabajamos. David lo conoce. Solemos alojar allí a las visitas por motivos de trabajo –le informó Fabrizzio mientras caminaban por el andén en dirección a la salida.

      –Si me permites… –le dijo Carlo tomando la maleta de Fiona, a lo que ella sonrió agradecida.

      Si quería comportarse como un perfecto caballero, adelante. Ella no iba a decirle que no. De este modo iría más ligera. Entornó la mirada hacia Fabrizzio, cuyo semblante parecía haber cambiado desde que se encontraron con Carlo. ¿Tendrían algo que ver sus continuas atenciones? ¿Sus miraditas? ¿Su forma de tomarla por la cintura para darle dos besos? Entrecerró los ojos mientras un absurdo pensamiento se deslizaba de manera sibilina en su mente. Y no pudo evitar una sonrisa de ¿sorpresa?

      Salieron por la puerta principal de la estación central de Florencia y de inmediato el ruido del tráfico inundó los sentidos de Fiona. ¡Por favor, aquello era un completo caos! En nada se parecía a la estación de Waverley en Edimburgo, y su salida a Princess Street.

      –Iremos caminando –le dijo Fabrizzio–. El hotel no queda lejos de aquí.

      –Vaya caos de circulación que tenéis aquí –dijo abriendo los ojos al máximo al ver los atascos producidos por infinidad de coches, autobuses y taxis. El ruido de las bocinas, de gente gritando, las motocicletas…

      –Te acostumbras enseguida. Por cierto, tendrás un coche a tu disposición para moverte por la ciudad o los alrededores –le informó Fabrizzio sin saber si ella conducía. En los días que había estado en Edimburgo ni siquiera se había planteado si tenía coche o no.

      –Gracias, pero preferiría una moto –le rebatió mirándolo con ese gesto risueño que a él lo desarmaba. Esa sonrisa llena de picardía perfilada en sus labios que ahora le gustaría probar.

      –¿Una moto? –preguntó Fabrizzio extrañado por aquella petición.

      –Se refiere a una Vespa, ¿verdad? –aclaró Carlo mirándola de manera intensa. Fiona no pudo evitar reírse de aquel cometario.

      –¿Vespa? ¿A eso llamáis moto? Es para críos –les dijo mirando a ambos como si se estuvieran burlando de ella–. ¿Tengo aspecto de conducir una motocicleta? –les preguntó a ambos de manera sarcástica, mientras a los dos se les secaba la boca al contemplarla en aquella pose tan sensual: con las manos sobre sus caderas, una pierna adelantada y esa sonrisa tan… endiablada.

      –Entonces… ¿qué moto deberíamos conseguirte? –le preguntó Fabrizzio entornando la mirada hacia ella y hablándole despacio, temiendo su reacción. Carlo no podía dejar de mirarla y darse perfecta cuenta de que su aspecto no era el de una chica de dieciséis años que condujera una Vespa. ¡Madre mía! Aquella mujer sabía lo que quería.

      –Algo parecido a mi Honda Black Shadow –les respondió con naturalidad, como si estuvieran hablando del tiempo.

      Los dos se quedaron en silencio mirándola sin poder dar crédito a su petición.

      –¿No irás a decirme que la Honda que había aparcada cerca del museo…? –Se quedó sin palabras cuando vio la sonrisa de Fiona y cómo asentía de manera lenta, mordiéndose el labio inferior de una manera sensual que lo volvió loco de deseo de besarla. De irse con ella hasta el hotel y arrancarle la ropa.

      Carlo no pudo evitar dejar escapar un silbido mientras intercambiaba una mirada con Fabrizzio.

      –¿En serio que aquella moto era tuya? –insistió mientras no podía dar crédito a sus palabras. La verdad, era una mujer que lo había sorprendido en varias ocasiones, pero aquello superaba cualquier expectativa–. No te hacía yo en una máquina como esa, la verdad –le confesó mirándola fijamente a los ojos, que ahora brillaban de emoción por haberlo dejado sin capacidad de reacción una vez más.

      –Tampoco me lo preguntaste –le comentó mirándolo con sorpresa por sus palabras.

      Carlo los miraba divertido. En verdad que aquella mujer era… ¡tremenda! También lo estaba, claro. Sin duda que esa semana iba a dar mucho que hablar. Sí señor. Se acababa de dar cuenta de que Fabrizzio estaba completamente descolocado descubriendo que la signorina montaba en moto. Y no una cualquiera de paseo. No señor. Una de verdad.

      –Bueno, si es mucha molestia… Puedo conformarme con… –comenzó diciendo Fiona con cara de ingenuidad y una sonrisa de niña buena, mientras en su interior disfrutaba viéndolo en aquella situación–. ¿Algo más modesto?

      Fabrizzio sopesó aquella petición. Sonrió sin poder dar crédito, pero accedió para su propia sorpresa. ¿Qué estaba haciendo por ella? Concederle sus deseos, sus caprichos. ¿Lo sería él también durante esa semana?

      –Tendrás tu moto –le dijo con toda certeza de que la conseguiría. La miró fijamente sintiendo que la sangre le hervía en su presencia. Que no podía controlarse, pero recordó dónde estaba. No era lugar para dar un espectáculo. Y menos con Carlo delante–. Ahora, será mejor que vayamos al hotel.

      Fiona


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