El guardián de la heredera - Las leyes de la atracción - Ocurrió en una isla. Margaret WayЧитать онлайн книгу.
que Amber estaba equivocada –contestó Damon diplomáticamente.
–¿Y eso te parece a ti una respuesta?
Entraron en el edificio Queen Victoria. Iban a pasar por una de las más famosas joyerías de la arcada cuando Damon la hizo volverse, como si estuvieran viendo el escaparate.
–No, Carol, es un hecho –respondió Damon con absoluta sinceridad–. Yo no le he dado tu número de teléfono a Amber. Jamás le daría a nadie tu número de teléfono sin tu permiso.
–Entonces, ¿quién ha sido?
–En este momento no lo sé. A Amber se le da de maravilla sonsacar a la gente. Se lo preguntaré.
Carol, avergonzada, bajó la cabeza.
–No, Damon, déjalo. Además, rechacé la invitación. Pero… le contaste que me habías invitado a cenar para celebrar mis buenas notas, ¿no? –decidió no contarle que Amber sabía dónde se había comprado el vestido que había llevado en el restaurante. Era muy importante para ella que Damon estuviera de su parte, y tenía miedo de haberle disgustado.
–¿En serio crees que yo haría eso?
–Lo siento, Damon, pero para mí es importante estar segura –contestó ella.
–Y para mí.
–Perdona, perdona. Damon, no sé por qué, pero creo que Amber quiere separarnos.
–Es posible –admitió Damon, consciente de los celos de Amber y de su tendencia a manipular–. Me aseguraré de que no vuelva a molestarte.
–No, Damon, déjalo, por favor –dijo Carol agitada–. En realidad, es culpa mía. Soy demasiado ingenua y la creí. Te pido disculpas.
–Y yo acepto tus disculpas.
Damon sabía que los celos eran la causa del problema: había visto a Amber en un par de fiestas y, en ambas ocasiones, le había acompañado una compañera de trabajo, Rennie Marston, una buena amiga seis años mayor que él y con la educación, el ingenio y la inteligencia de los que Amber carecía. Rennie no debía haber despertado los celos de Amber ya que, en opinión de esta, Rennie era casi anciana. Pero Carol Chancellor era sumamente joven y, a pesar de que él había creído que disimulaba muy bien su atracción por ella, Amber debía de haberlo notado.
A sus espaldas, alguien dijo en tono de superioridad:
–Cualquiera que os viera pensaría que sois una pareja a punto de comprar los anillos de boda.
Carol se dio media vuelta y se encontró delante de su primo.
–Ves demasiada televisión, Troy. Estamos hablando de trabajo.
–Sí, ya.
Troy bajó la cabeza con clara intención de dar un beso a Carol, pero ella, inmediatamente, volvió el rostro.
Sin embargo, Troy no se amedrentó.
–Papá me ha dicho que vas a venir a Beaumont a pasar las Navidades.
–El tío Maurice se ha vuelto muy sociable –comentó Carol en tono burlón.
–Esto se está poniendo muy interesante –declaró Troy–. Ya lo verás, vamos a pasarlo de maravilla.
A Damon no le gustó el comentario. Y tampoco que Carol no le hubiera dicho que tenía pensado pasar las Navidades en Beaumont. Por supuesto, no tenía por qué hacerlo, pero había pensado… No, había dado por supuestas demasiadas cosas.
–Invita a algún amigo si quieres, Troy –comentó Carol en tono de no darle importancia, pero sabía por qué lo decía–. Yo he invitado a una amiga y a Damon. Damon va a pasar unos días con nosotros, ¿verdad, Damon?
Carol le sonrió como sonreiría a un viejo amigo.
Durante un instante, Troy no pudo disimular su enojo… y su ira.
–A pesar de lo ocupado que está, Damon me ha prometido que vendrá –Carol clavó los ojos en él, consciente de que no se atrevería a contradecirle.
Damon disimuló su alegría y, poniendo cara neutral, declaró:
–Claro, no me lo perdería por nada del mundo. Y, ahora, Carol, deberíamos irnos ya.
–¿Adónde? –quiso saber Troy.
Troy odiaba a Damon Hunter y no se molestaba en ocultarlo. Y tampoco podía disimular lo celoso que estaba.
–Trabajo, trabajo, trabajo –repitió Carol.
–Dinero, dinero, dinero –le espetó Troy–. Un dinero que te ha caído del cielo.
–Un dinero que le dejó tu abuelo en herencia –interpuso Damon–. Y yo te aconsejaría que no hagas ese tipo de comentarios ni que te enfrentes a tu prima. Y, como abogado de Carol, ten cuidado también conmigo.
Troy se dio cuenta de que se estaba metiendo en un terreno peligroso y retrocedió.
–¿No te parece que es comprensible que estemos disgustados por lo que hizo el viejo? –se quejó Troy–. Mi madre tiene razón, lo hizo por venganza, es así de sencillo.
–La venganza nunca es sencilla –le advirtió Damon–. Sería una equivocación por vuestra parte buscar venganza.
–Troy, te aconsejo que aceptes la decisión de nuestro abuelo –interpuso Carol–. Sé que te has criado creyendo que te lo mereces todo en este mundo y, como sabes, nuestro abuelo nos ha dejado a todos una cantidad de dinero indecente. Yo pretendo hacer buen uso de lo que me corresponde por herencia.
–No era mi intención atacarte ni hacer que te disgustes, Carol –respondió Troy en tono de disculpa–. Me alegra volver a verte. Siempre fuiste muy lista. Eres muy, muy especial.
La mirada que Troy Chancellor dedicó a su prima fue innegablemente sexual.
Lo que era peligroso, pensó Damon. El instinto le decía que Troy podría causarles problemas.
Damon la llevó a David Jones, los grandes almacenes preferidos de Carol. Se había quedado sin maquillaje y lo necesitaba con urgencia.
–Siento lo que he dicho ahí, cuando estábamos hablando con mi primo –declaró Carol avergonzada–. Pero es que no soporto a Troy, está muy pegajoso conmigo, por eso le he dicho que ibas a venir a Beaumont a pasar unos días.
–Así que… ¿voy a ir a Beaumont para protegerte?
–Más o menos.
–Mmmmmm. Eh, ¿por qué no me dijiste que tenías pensado pasar la Navidad con tu tío y su familia? Aunque me cuesta creer que son familia tuya.
–Eso no puedo evitarlo –Carol se encogió de hombros–. Iba a decírtelo, pero luego se me pasó. De todos modos, me encantaría que vinieras, Damon, aunque es posible que tengas otros planes.
Así era. Pero, al menos, uno la había incluido a ella. ¡Y ahora Beaumont!
–Ningún plan que no pueda cancelar… o posponer –respondió él en tono ligero.
–Entonces, ¿vienes?
La alegría de ella era contagiosa.
–Sí, Carol, iré porque tú me lo pides. ¿Cuándo piensas ir y cuántos días quieres pasar allí?
–Tenía pensado ir el día de Nochebuena –contestó Carol sin ocultar su entusiasmo–. Quien me invitó fue el tío Maurice. Cuando habló conmigo, parecía sincero al decir que quería que pasáramos unos días juntos.
Los ojos de Damon brillaron.
–¿Y tú le has creído?
Carol parpadeó por la sequedad del tono de él.
–¿Cómo voy a creerlo? Mi tío me habló como si me hiciera un favor invitándome a mi propia casa.