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En Sicilia con amor. Catherine SpencerЧитать онлайн книгу.

En Sicilia con amor - Catherine Spencer


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posteriores a que ella les hubiera dejado y las había satisfecho con mujeres que no habían pedido nada más de él que no fuera una noche de mutuo placer. Pero aquellas mujeres jamás le habían llegado al corazón.

      Besar a Corinne no debía haber sido tan diferente. Lo ideal habría sido que ambos hubieran disfrutado el momento y que tal vez lo hubieran utilizado como paso para lograr mayor intimidad. Eran un matrimonio y él no tenía ninguna intención de ir a la cama de otra mujer. Pero ella no debería haber ocupado su corazón con su fragilidad y vulnerabilidad. Incluso si su cuerpo respondía con un entusiasmo desenfrenado, su mente no debía haberse empañado con emoción…

      Corinne le puso las manos en el pecho y lo separó de ella.

      –¿Qué ha sido eso? –preguntó, gritando. Las lágrimas le caían por la cara.

      –Ha sido un error… y asumo toda la culpa –contestó él–. No ha significado nada y no ha supuesto una traición a las personas con las que un día estuvimos casados. No tienes por qué sentirte culpable.

      Ella se quedó mirándolo con el dolor y la impresión reflejados en sus azules ojos.

      –Olvídalo, Corinne –rogó él, sacando un pañuelo del bolsillo de su camisa y secándole las lágrimas–. Actúa como si nunca hubiese ocurrido. Dijiste que te tenías que arreglar un poco antes de conocer a Elisabetta, ¿no es así?

      –Sí –respondió Corinne, mirando a su alrededor con los ojos empañados–. ¿Dónde puedo lavarme la cara?

      –Los cuartos de baño están por aquí –le indicó él, señalando la puerta que había al otro lado del pequeño vestíbulo–. El tuyo es el que está a la izquierda. ¿Por qué no te das un relajante baño y después duermes un poco? Tendrás mucho tiempo para vestirte para la cena. Normalmente tomamos un cóctel sobre las siete y media.

      –¿Y qué pasa con Matthew?

      –Ahora mismo Matthew está en buenas manos y pasándoselo demasiado bien como para echarte de menos –contestó Raffaello, guiándola hacia el dormitorio y abriendo la puerta para ella–. Has tenido unos días muy ajetreados, Corinne. Hazte un favor y permite que otra persona se encargue de tus responsabilidades durante un rato. Ya habrá tiempo para imponerles la rutina a los niños. Durante las próximas horas olvídate de todo y concéntrate en ti.

      Corinne no pensaba que fuera a ser posible. ¿Cómo podría concentrarse cualquier mujer cuando su mundo había dado un giro de ciento ochenta grados en un segundo?

      Quizá Raffaello había sido suficientemente galante como para culparse por lo que había ocurrido entre ambos, pero no había sido culpa suya en absoluto. Había sido culpa de ella… que jamás sería capaz de olvidar aquello.

      Aparte de la noche en la que había firmado su acuerdo de matrimonio e inmediatamente después de la boda, él sólo la había besado en las mejillas, de la manera en la que lo hacían los europeos. Por lo que cuando fue a besarla antes de que se diera un baño, ella había supuesto que sería más de lo mismo y levantó la cara.

      Pero el problema fue que sin percatarse de cómo había ocurrido sintió la boca de él sobre la suya. Sus labios se fusionaron y ella se quedó sin aliento. Impresionada, se echó sobre Raffaello. Su boca era la clase de boca con la que las mujeres fantaseaban. Autoritariamente seductora y persuasivamente erótica.

      Consciente de que él se había excitado, había sentido cómo algo se movía en su interior, como si su cuerpo, sus partes íntimas, se estuvieran despertando de un largo letargo invernal y se estuvieran preparando para disfrutar del verano.

      La sensación le había parecido tan excitante y poderosa que se le habían llenado los ojos de lágrimas ante el milagro que ello suponía. Un hambre inmensa se había apoderado de su cuerpo y había deseado tanto a Raffaello que se había visto obligada a apartarlo de ella para no hacerles pasar a ambos por la vergüenza de suplicarle que le hiciera el amor.

      Pero sabía que en lo más profundo de su corazón él había estado besando a Lindsay y se había equivocado al haber supuesto que ella también estaba pensando en Joe. ¿Por qué si no le había dicho que no tenía por qué sentirse culpable?

      Se preguntó qué diría Raffaello si le confesara que sabía muy bien a quién estaba besando y que la pasión que había compartido con su marido se había acabado muy pronto y había dejado sólo desilusión y resentimiento entre ambos.

      Decidió aceptar la propuesta de él y tomarse un tiempo para ella misma.

      Su cuarto de baño, conectado con el de Raffaello por una puerta que daba a un vestidor, era enorme. El lujo que la rodeaba parecía indicarle de nuevo que aquél no era su lugar.

      –¡Oh, deja de pensar en eso! –se reprendió a sí misma–. Estás aquí por los niños, no por el hombre. Y definitivamente no por ti. Y si eso significa tener que soportar a una suegra llena de sospechas y más lujo del que nunca supusiste pudiera existir, por lo menos no tienes que plantearte de dónde va a salir el dinero para pagar el alquiler del mes que viene. Gánate la estancia en este lugar, haz bien el trabajo para el cual se te ha contratado y no pidas la luna.

      Entonces llenó la bañera de agua, se desnudó y se tumbó hasta que la cálida agua le llegó por el cuello. Una vez se hubo relajado, salió del cuarto de baño y se echó sobre la cama, donde se quedó profundamente dormida.

      Cuando se despertó, la habitación estaba a oscuras y en el reloj que había sobre la mesita de noche vio que eran las seis y diez. Era hora de ver de nuevo a su marido, por no mencionar el dragón que éste tenía por madre.

      Pero mientras se vestía se dijo a sí misma que no estaba siendo muy justa al condenar a aquella mujer por las reservas que tenía. Ella misma sentiría lo mismo si estuviera en su situación.

      Comprobando su aspecto por última vez en el espejo del vestidor, se sintió razonablemente contenta con lo que vio. Tenía su rubio pelo brillante, se había aplicado colorete en sus pálidas mejillas y se había puesto su vestido negro.

      Esbozó una sonrisa y se dispuso a afrontar la noche que tenía por delante.

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