E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
—No —dijo ella con voz firme, y continuó avanzando hacia la puerta—. No, no y no.
—Eso no vas a decidirlo tú.
Empujó la puerta.
—Por supuesto que sí. De la misma forma que ahora mismo estoy decidiendo que tienes que marcharte. Quiero que te vayas inmediatamente.
Axel la sorprendió caminando hacia la puerta. Pero antes de cruzarla, se detuvo. Estaban tan cerca que Tara podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Axel inclinó la cabeza hacia ella y Tara tuvo que hacer un esfuerzo titánico para no temblar.
—De una u otra forma, estaré vigilándote y protegiéndote, Tara. Si colaboras conmigo, harás que mi tarea resulte más fácil.
Le resultó imposible no temblar. Pero esperaba al menos que Axel lo atribuyera al frío de la noche y no al efecto que tenía sobre ella.
—No tengo ningún motivo para hacerte la vida más fácil.
Además, necesitaba poner distancia entre ellos antes de que se hiciera evidente para cualquiera que la mirara con atención que no estaba tan delgada como antes.
Los embarazos inesperados no pertenecían únicamente al dominio de las jóvenes imprudentes. Ella era una mujer adulta y aun así, se había quedado embarazada algo que, de momento, sólo sabían ella y el tocólogo que la atendía en Braden.
—Cariño —respondió Axel, bajando ligeramente la voz—, en todo esto no hay nada fácil.
Y salió.
Tara cerró la puerta tras él y lo miró a través del cristal mientras echaba el cerrojo.
—No pienso dejar las cosas así —le advirtió Axel.
—Pues me temo que vas a perder el tiempo —contestó ella, odiando el nudo que tenía en la garganta.
Se apartó bruscamente de la puerta e, ignorando todo lo que le quedaba por hacer, se dirigió directamente hacia la puerta de atrás, deteniéndose solamente para apagar las luces y recoger el abrigo.
Se metió en el coche, salió del callejón y menos de diez minutos después, estaba en su casa.
Axel no la había seguido. Se dijo a sí misma que no la sorprendía. La amenaza de convertirse en su guardaespaldas era solamente eso, una amenaza. Lo cual no explicaba por qué, una vez dentro de casa, continuaba asomándose a la ventana en busca de su camioneta.
Cuando se dio cuenta de que acababan de encender las farolas de la calle le entraron ganas de tirarse de los pelos: había perdido una hora yendo de ventana en ventana, esperando que apareciera Axel, o algo peor.
Caminó con paso firme hasta el armario, abrió bruscamente la puerta y sacó el primer vestido decente que encontró. Lo dejó encima de la cama y fue al cuarto de baño.
El espejo le devolvió la imagen de una joven con las mejillas sonrojadas y los ojos oscuros. Se soltó el pelo, se lo cepilló con fuerza y se retocó el maquillaje. Regresó al dormitorio y se puso el vestido, un vestido negro, completamente acorde con su humor y de corte muy suelto. Completó su atuendo con unas medias negras, unos zapatos de tacón y un colgante y unos pendientes de color negro que ella misma había diseñado.
Una vez arreglada, se dirigió hacia la puerta. Lo último que le apetecía hacer aquella noche era ir al baile de San Valentín, pero era preferible a continuar escondida entre las sombras de su propia casa, esperando a que apareciera Axel Clay.
Cuando llegó al colegio, vio que habían vuelto a cambiar la decoración del gimnasio. En aquella ocasión para que pudiera celebrarse allí la cena que terminaría con un baile amenizado por el grupo que estaba ya sobre el escenario. Había varias mesas redondas a lo largo de una de las paredes del gimnasio y la mayoría estaban ya llenas. Frente a ellas habían servido el bufé.
Y, por supuesto, había corazones por todas partes.
Tara resopló disimuladamente mientras le tendía su ticket a uno de los adolescentes de la entrada y se quitaba el abrigo, que dejó en el guardarropa.
Le inquietó el hecho de dejar las llaves del coche en el bolsillo del abrigo, pero aquello le irritó sobremanera. Si no hubiera sido por la visita de Axel Clay, ni siquiera habría pensado en ello.
—Buenas noches, Tara —la saludó Joe Gage a los pocos segundos de entrar—, estás guapísima.
—Gracias, tú también estás muy elegante.
El director del colegio era un hombre agradable, pero, definitivamente, no se le hacía la boca agua al mirarlo. Estando embarazada, lo último que debería hacer era alentarle, pero las situaciones desesperadas requerían a veces de medidas desesperadas.
—Parece que ha venido mucha gente —probablemente ella era la única persona del pueblo que había comprado el ticket sin intención de utilizarlo.
—Sí —Joe desvió la mirada hacia Dee Crowder, que acababa de pasar por delante de ellos con un bonito vestido de encaje rojo—. Pero en mi mesa sobra un asiento a mi izquierda.
—Gracias… —no pudo continuar, porque en ese momento sintió una mano sobre su hombro.
—Gracias, Joe —dijo Axel por encima de su cabeza—, pero deberíamos encontrar sitio para dos —se echó a reír—. Aunque la verdad, no me importaría que Tara se sentara en mi regazo durante la cena.
Tara alzó la mirada hacia él.
—¿Qué…?
Axel apretó ligeramente la mano, sin fuerza, pero, definitivamente, era una advertencia. La protesta de Tara murió inmediatamente en su garganta. Pero se sonrojó violentamente al ver la expresión de Joe al fijarse en la mano que Axel había puesto sobre su hombro.
—A mí tampoco me importaría que la mujer más guapa de la fiesta se sentara en mi regazo —Joe miró de nuevo hacia las mesas—. La mayor parte de tu familia anda por aquí, y ocupa unas cuantas mesas.
—Gage —Dee Crowder apareció en aquel momento. Miró con curiosidad a Axel al ver que tenía la mano apoyada en el hombro de Tara—, ¿te importa que me siente a su lado?
—Por supuesto que no. Axel, Tara, disfrutad de la velada —les deseó antes de agarrar a Dee del brazo.
Tara sintió que su última oportunidad de sentarse lejos de los Clay se evaporaba mientras veía a Joe acompañar a Dee hasta su mesa.
—Vamos a bailar—la urgió Axel empujándola hacia el minúsculo espacio que habían habilitado como pista de baile.
—No sé bailar —protestó Tara, experimentando una intensa sensación de déjà vu cuando Axel le hizo volverse en sus brazos.
—Creo que sobre esto ya hemos hablado en otra ocasión —musitó Axel, haciéndole apoyar la cabeza en su hombro.
Lo último que necesitaba Tara era que le recordaran lo que había pasado en Braden. Particularmente cuando era imposible olvidar lo ocurrido aquella noche, cortesía de la cada vez más ancha línea de su cintura. Y cuando Axel decidió posar la mano precisamente allí, no pudo evitar contener la respiración, esperando que hiciera algún comentario. Afortunadamente, lo único que susurró fue:
—Relájate.
—Supongo que estás de broma.
—Cariño —le susurró Axel al oído—, jamás en mi vida había hablado tan en serio.
La estrechó contra él de tal manera que sus senos rozaron su pecho.
—¿Cómo puedo estar segura de que no te has inventado todo lo que me has dicho? En mi vida había oído hablar de esa agencia.
Axel le hizo dar una vuelta.
—No alces la voz.
—No me puede oír nadie —¿cómo iban a oírle si no había ni un centímetro