Cómo conquistar a un millonario - Dulce medicina. Marie FerrarellaЧитать онлайн книгу.
hija, Andie.
Vaya, la noticia no era buena.
—Andie —empezó Audrey.
—Ahórrate las palabras, madre. Había venido a ver si de verdad trabajabas aquí, y ya tengo la respuesta —dijo—. Había oído que alguien te había regalado una sesión en Morton’s y pensé que tendrías un hombre nuevo. Veo que no me había equivocado. A juzgar por la casa, debe de tener más dinero que el último con el que estuviste. Me alegro por ti.
Simon se imaginó a Audrey con otro hombre y le resultó insoportable, pero se contuvo. Le puso el brazo alrededor de los hombros, pensase lo que pensase su hija, porque se dio cuenta de que estaba temblando, dolida y preocupada.
La joven lo miró a él.
—Por favor, dime que no estás casado, porque la última vez que mi madre estuvo con el marido de otra montó un buen follón.
Simon apretó la mandíbula.
—No, no estoy casado —se limitó a responder.
—Bueno, algo es algo. Espero que seáis muy felices juntos —añadió—. Asegúrate de cerrar bien el armario de las bebidas, porque mamá tiene un pequeño problema con el alcohol. Aunque supongo que ya lo sabrás a estas alturas, ¿no?
Simon se dio cuenta de que el chico que conducía el coche había salido de éste. Parecía avergonzado, incómodo y arrepentido.
—Andie —dijo, poniendo un brazo alrededor de los hombros de la chica—. Vamos, te llevaré a casa.
La muchacha lo miró y, de repente, pareció volverse vulnerable, pareció dolida.
—Yo ya no tengo casa.
¿Acaso no vivía con su padre? A Simon no le dio casi tiempo a pensarlo, porque el estúpido perro escogió ese preciso momento para aparecer en escena, gimiendo, ladrando.
¿Acaso no se daba cuenta de que Simon podía hacerse solo con la situación?
Estaba tan molesto que le costó darse cuenta de que Peyton estaba también allí, observando la escena como había observado sus peleas con su ex mujer.
—Supongo que éste es el perro —dijo la hija de Audrey—. ¿De verdad esperas que la gente se crea que te dedicas a pasear a un perro…?
En ese instante, Simon se cernió sobre ella y le dijo en voz baja.
—Ésa es mi hija. Tiene cinco años. Y no tiene por qué oír nada de esto. ¿Lo entiendes?
—Lo ha entendido perfectamente —dijo su amigo, interponiéndose entre ambos.
A Simon le gustó el muchacho.
—Peyton —dijo sin volverse—. Todo va bien, te lo prometo. Toma al perro y llévatelo al porche, yo iré en un minuto.
—Pero…
—Peyton, vete y llévate al perro.
Esperó a que su hija y el perro desapareciesen.
Mientras tanto, la hija de Audrey no dejó de mirarlo a los ojos, como si estuviese retándolo.
—Que sepas que lo estropea siempre todo —le dijo, refiriéndose a su madre.
A Simon no le parecía posible.
—Andie, vámonos —insistió el chico.
Y ella cedió por fin, se dio la vuelta y entró en el coche después de mirar a su madre una vez más.
—Me aseguraré de que llega bien a casa —le dijo el muchacho a Audrey.
—Gracias, Jake —murmuró ella.
Luego se dio la vuelta, subió las escaleras de su apartamento y cerró la puerta tras de ella.
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