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E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne GrahamЧитать онлайн книгу.

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham


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si Mikhail supiese qué era lo que necesitaba, hundió todavía más los dedos en ella y le acarició el clítoris al mismo tiempo.

      –Venga, hazlo por mí, laskovaya moya –le susurró Mikhail.

      Y ella se dio cuenta de que le había temblado la voz.

      Después, nada de lo que ocurrió lo eligió ella, pues hacía un rato que era su cuerpo el que mandaba. Fue como si explotase por dentro y una intensa oleada de placer la envolviese.

      Pero Kat no volvió a bajar a la realidad flotando, lo hizo de golpe, cuando su cerebro volvió a ponerse en funcionamiento y ella fue consciente de lo que había permitido que Mikhail le hiciese. Deseó gritar y golpearse a sí misma y se preguntó si tendría doble personalidad, porque le había pedido a Mikhail que se mantuviese alejado de ella para después permitir que le hiciese algo tan íntimo.

      –Quiero mucho más de ti –le confesó él con voz ronca, abrazándola con firmeza.

      Kat no podía mirarlo.

      –Por favor, suéltame –le dijo en un susurro.

      Necesitaba encontrar las palabras adecuadas para expresarse, pero se había quedado en blanco. Se sentía confundida. Solo la idea de que había sido un acto unilateral hizo que contuviese la ira que solía utilizar para mantener a Mikhail alejado de ella.

      Él espiró y la soltó con brusquedad. Kat se bajó el vestido y recogió su ropa interior del suelo con las mejillas encendidas.

      –No sé qué decir...

      –No digas nada –le aconsejó Mikhail en un tono tan seco que a Kat le molestó–. No eres precisamente diplomática. Ve a cambiarte para la cena. Te veré luego.

      ¿Luego... en su habitación?, se preguntó Kat nerviosa. Aunque era normal que Mikhail pensase que iba a recibir algo a cambio. No se imaginó diciéndole que el deseo no era suficiente, aunque para ella jamás lo sería y ese, estaba convencida, era su problema. No obstante, no podía desearlo más.

      Mikhail juró en voz baja en ruso. Kat estaba loca, era demasiado complicada para él. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Qué estaba haciendo con ella? Tenía que haberla mandado de vuelta a casa y haber permitido que Lara se ocupase de todo... Eso habría sido lo más sensato. Y Mikhail era, sobre todo, un hombre sensato.

      Capítulo 7

      Cinco días después, Mikhail estaba en la terraza que había en su despacho del yate, tomándose una copa con Lorne Arnold.

      El resto de los invitados estaban bañándose y tomando el sol en la cubierta principal. Él estaba tan acostumbrado a ver a mujeres medio desnudas que casi ni las miró. La única que llamó su atención fue una pelirroja que se movía, elegante como una gacela, entre las sombras. La piel clara de Kat se quemaba bajo el sol, pero su palidez la distinguía del resto de los morenos invitados.

      –Kat es todo un hallazgo –comentó Lorne con cautela, observando que esta se sentaba a leer un libro.

      Mikhail apretó los dientes. «No lo sabes bien», pensó con frustración. Había intentado alejarse de ella, pero eso tampoco había funcionado. Era como un puzle al que le faltasen varias piezas: incomprensible y exasperante.

      –Muy natural, cariñosa, fresca... –continuó Lorne, sin molestarse en ocultar su apreciación.

      –Muy fresca –replicó Mikhail.

      –No veo que le prestes demasiada atención...

      –Kat prefiere que no le hagan mucho caso –le contestó él, preguntándose cómo era posible que hubiese ido a dar con la única mujer que no reaccionaba ante aquello.

      Mikhail, que estaba acostumbrado a que las mujeres se acercasen a él con ganas de complacerlo y entretenerlo, no sabía qué hacer con una que prefería guardar las distancias.

      Lara se sentó al lado de Kat a la sombra.

      –Tengo demasiado calor –protestó la esbelta rubia.

      Kat no se molestó en sugerirle que se diese un baño tal y como iba, en topless y con una minúscula braguita, ya que sabía que Lara no querría estropearse el maquillaje ni el peinado. Ella, por el contrario, se bañaba y nadaba varias veces al día, ya que no soportaba pasarse el día sin hacer nada. El agua le encrespaba un poco el pelo, pero dado que había salón de belleza en el barco, no era un problema.

      –Esta es la última noche de los invitados –le recordó Lara–. ¿Qué te vas a poner para ir a la discoteca de Ayia Napa?

      –Ya encontraré algo –respondió ella sin más.

      Vio a Mikhail en la terraza de su despacho con Lorne. Alto, moreno, muy guapo, inescrutable e impredecible. Prácticamente la había ignorado después del encuentro que habían tenido en su despacho. Era educado cuando tenían compañía y se comportaba como si fuesen pareja, pero había intentado no volver a tocarla. Era normal, después de lo que había hecho ella. Le había dicho una cosa y después había hecho otra. Mikhail debía de estar harto de aquello y ella también. Era como si tuviese una doble personalidad, una que seguía recordando su turbulenta niñez con una madre que era una devorahombres, y la otra parte que le recordaba los estrictos límites morales que había intentado inculcar a sus hermanas al tiempo que les servía de ejemplo. El sexo solo por placer no entraba en sus parámetros y no se sentía avergonzada por contenerse y respetar sus principios.

      –Espero que no te importe, pero he pensado que a lo mejor necesitabas algo de ropa, y te he dejado uno de mis vestidos encima de la cama –le dijo Lara sonriendo de oreja a oreja.

      En los últimos días, Kat había aprendido a relajarse un poco al lado de la secretaria, que se esforzaba mucho en aconsejarla. Se había dado cuenta de que Lara se había ocupado de los invitados de Mikhail en otras ocasiones y era consciente de que le había usurpado su puesto. Por eso le había sorprendido tanto su amabilidad, aunque había resultado una sorpresa muy agradable, sobre todo, en comparación con la frialdad con la que la trataba Mikhail.

      –Seguro que tengo algo... –le dijo Kat.

      –No has traído nada para ir a la discoteca –le aseguró Lara–. Y querrás encajar... por una vez.

      –Hace mucho tiempo que no voy a una discoteca –comentó Kat en voz baja, ignorando el comentario despectivo acerca de su estilo–. Tengo treinta y cinco años, Lara.

      La secretaria la miró con incredulidad.

      –¡Pero eso significa que eres mayor que él! Yo solo tengo veintiséis.

      Y probablemente fuese mucho más adecuada para él, pensó Kat. Lara era muy guapa y se mostraba en topless sin ninguna inhibición. Lo más probable era que pudiese complacer a Mikhail mucho mejor que ella. Oculta tras las gafas de sol, Kat estudió a Mikhail y se le encogió el corazón al imaginárselo con Lara... o con cualquier otra mujer. Debía de ser porque soñaba con él todas las noches y tenía incómodos sueños eróticos que hacían que se despertase sudando y con las sábanas revueltas.

      Unas horas después, ataviada con el vestido corto de color rojo y recién salida del salón de belleza, Kat se miró en el espejo de su habitación e hizo una mueca. Para su gusto, enseñaba demasiada piel, ya que el vestido le dejaba la espalda y gran parte de las piernas al descubierto, pero ¿acaso su opinión contaba? Se sentía incómoda en el lujoso mundo de Mikhail y no quería ir a una discoteca con los más jóvenes de sus invitados, donde estaba segura de que iba a desentonar... ¿Como una mujer de una cierta edad vestida con ropa de adolescente? A Kat le preocupó el aspecto que iba a dar con aquel vestido. De repente, deseó estar en casa y se sintió mal por estar allí, llevando una vida tan superficial en la que lo único que parecía importar era el aspecto y la diversión. En esos momentos su hermana pequeña, Topsy, estaba en casa de vacaciones, con Emmie, y aunque ella las llamaba casi todos los días no era lo mismo que verlas en persona y ponerse al día. Las tres semanas que le quedaban en el gigantesco palacio flotante de Mikhail le parecieron una condena de cárcel.


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