E-Pack Novias de millonarios octubre 2020. Lynne GrahamЧитать онлайн книгу.
ofrezcas a saldarlas. Has hecho que sienta que estoy en deuda contigo...
–No era esa mi intención –mintió él, porque le gustaba que hubiese entre ellos un vínculo que Kat no pudiese rechazar.
No le importaba no haberle dado opción, porque había protegido su casa cuando había estado a punto de perderla.
Al oír aquella respuesta, la frustración de Kat aumentó todavía más, se puso recta. Quería una explicación.
–No me digas que no era tu intención, ahora te debo miles y miles de libras.
–No me deberás nada si yo me niego a reconocer que exista una deuda que debas saldar –le respondió él–. Te he salvado el pellejo. Lo único que tienes que hacer es darme las gracias.
–¡No te voy a dar las gracias por haber interferido en mi vida! –replicó ella sin dudarlo, consciente de que Mikhail la había puesto entre la espada y la pared–. No soy tonta. He venido a preguntarte qué quieres a cambio.
–Nada que no estés dispuesta a darme –le contestó él en tono seco.
Kat estaba muy tensa.
–¿Acaso esperas que me convierta en tu amante? –le preguntó directamente, levantando la barbilla.
La repentina risa de Mikhail la alarmó.
–¿No debería esperarlo? Como a la mayoría de los hombres, me gusta tener compañía femenina.
Ella pensó que seguro que le interesaba menos si se enteraba de la poca experiencia que tenía.
–De hecho, estoy dispuesto a hacerte una oferta todavía mejor –añadió él con voz ronca y los ojos brillantes.
–¿Una oferta que no podré rechazar? –replicó ella.
Mikhail iba a admitir lo que ella había sospechado desde el principio. Quería acostarse con ella y que fingiese que no lo hacía solo porque había pagado sus deudas. Era un chantajista y un completo hipócrita. ¡Qué mal gusto tenía con los hombres! ¿Cómo podía sentirse atraída por alguien tan despiadado?
–Si accedes a pasar un mes conmigo en mi yate, al final de ese mes pondré la casa solo a tu nombre –le propuso Mikhail en voz baja.
Sabía que no había sido el mismo desde que la había conocido. La deseaba demasiado. Era arriesgado desear tanto a una mujer, pero también era emocionante conocer a alguien que lo desafiaba, aunque en realidad su mente le decía que ninguna mujer merecía que le dedicase tanto tiempo y esfuerzo.
–¿Un mes... en tu yate? –repitió ella aturdida–. ¡Pero no voy a acostarme contigo!
–Me resultas muy atractiva y me encantaría compartir cama contigo, pero nunca he obligado ni obligaré a una mujer a hacer nada que no quiera hacer. El sexo solo entraría en este acuerdo con tu consentimiento –le informó con voz ronca–. Quiero tener tu compañía durante un mes, que me acompañes cuando salga y que hagas de anfitriona cuando reciba invitados.
Kat no podía creer lo que estaba oyendo, no era posible que Mikhail le estuviese ofreciendo pasar unas vacaciones de lujo y recibir al final un gran premio sin pedirle a cambio que se acostase con él. Siempre había dado por hecho que todos los hombres querían sexo a cualquier precio, pero él le había dicho que la respetaría si no quería que se acostasen.
–¿Por qué me haces semejante oferta? –insistió.
–Sería muy ruin incluir el sexo en nuestro acuerdo –le dijo él–. Yo no trato así a las mujeres.
–Podría ser tu acompañante, pero jamás accedería a acostarme contigo como parte del trato –le advirtió ella temblorosa, ruborizada, incómoda–. Lo digo en serio. No quiero que haya ningún malentendido al respecto.
Mikhail no dijo nada porque no merecía la pena discutir con ella. No obstante, estaba seguro de que Kat terminaría acostándose con él, por supuesto que sí, no podría evitarlo después de que pasasen horas y horas juntos. Estaba completamente convencido de que, dijese lo que dijese, terminaría abrazándolo con sus maravillosas piernas por la cintura mientras él le hacía el amor. Al fin y al cabo, ¿cuándo lo había rechazado una mujer? Kat se había asustado cuando se había acercado a ella en su casa, eso era todo. Tal vez había sido demasiado espontáneo y agresivo con ella. Seguro que quería que la cortejase antes y lo haría si era necesario para hacerla suya. Según el informe que le habían hecho acerca de Kat, era evidente que hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre. Era natural que tuviese dudas e inseguridad. Él estaba incluso dispuesto a comprender que fuese un poco tímida, pero estaba seguro de que terminaría satisfaciendo sus necesidades sexuales. A las mujeres siempre les halagaba que un hombre las desease.
La impresionante rubia que había acompañado a Kat hasta el despacho de Mikhail les llevó el café y los miró con curiosidad. Kat, que estaba muy tensa, tomó su taza e hizo un esfuerzo por beber. Su inteligencia y su prudencia le aconsejaban que no mostrase ningún signo de debilidad ante Mikhail. Él lo utilizaría contra ella: era un hombre despiadado. En las semanas anteriores, había ignorado su poder e influencia, y todavía más su inflexibilidad. Era evidente que lo había herido en su orgullo al rechazarlo. ¿Por qué si no habría ido tras ella? Porque lo había hecho, de eso no le cabía la menor duda, había ido tras ella con todas sus armas, admitió Kat todavía aturdida, todavía asombrada de que Mikhail hubiese llegado tan lejos solo para dominarla. Se había enterado de sus problemas económicos y los había utilizado para meterla en cintura. Era dueño de todo lo que le importaba y no había nada que ella pudiese hacer al respecto.
Bueno, una opción era marcharse reconociendo que había perdido su casa. Eso sorprendería y decepcionaría a Mikhail, pero ella no ganaría nada. ¿Qué alternativa tenía? No le apetecía lo más mínimo hacerse la víctima y quejarse de que la quisiera chantajear. Por otra parte, notó una fuerte descarga de adrenalina, si tenía las agallas de vencer a Mikhail en su propio campo de batalla, obtendría su casa como premio. ¿Acaso no era un hogar lo que más necesitaba en esos momentos, con Emmie embarazada y ambas sin trabajo? Birkside era mucho más para ella que una casa. Era el único hogar que había tenido y el corazón de la familia que había creado con sus hermanas. ¿Cómo iban a seguir siendo una familia sin una casa a la que sus hermanas pudiesen acudir en los momentos difíciles?
Mikhail era un maestro en el arte de quedar siempre por encima de los demás, reflexionó Kat, estudiando su rostro con disimulo. Era un hombre inteligente e ingenioso. Le había dicho que no esperaba que se acostase con él, pero Kat era inexperta en materia de sexo, no tonta. Había leído todo lo que había encontrado en Internet acerca de Mikhail y de su siempre cambiante harén. Era un hombre que no tenía relaciones, solo sexo. Estaba acostumbrado a las conquistas fáciles, atraídas por su belleza, su riqueza y su fuerte personalidad. Seguro que daba por hecho que Kat terminaría como todas sus predecesoras, sucumbiendo ante su carisma sexual cuando estuviesen juntos en el yate, pero se equivocaba, y mucho. Kat, cuya madre había sido una marioneta de todos los hombres ricos que se habían cruzado en su camino, había desarrollado sus propios y eficaces métodos de defensa. Desde muy joven, había aprendido que los hombres, por regla general, podían prometerle a una mujer la luna con tal de llevársela a la cama. Odette había picado el anzuelo una y otra vez, para después de haberse entregado, ser traicionada sin excepción. Por eso Kat no había confiado nunca en ningún hombre y seguía siendo virgen con treinta y cinco años. Siempre había querido comprometerse antes de entregar su cuerpo. Steven había intentado convencerla, pero no habían estado juntos el tiempo suficiente para conseguirlo.
–¿En qué piensas? –le preguntó Mikhail.
Kat tuvo que admitir que era un hombre educado y elegante, pero no podía olvidar que eran enemigos, ya que tenían objetivos opuestos. Para que uno de los dos ganase, el otro tendría que perder, y sospechaba que Mikhail no estaba acostumbrado a perder y que no iba a gustarle hacerlo. Levantó la cabeza con determinación y le dijo en voz baja:
–Si voy a considerar seriamente tu propuesta, antes necesitaré unas garantías legales.
Mikhail