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El último beso. Jessica LemmonЧитать онлайн книгу.

El último beso - Jessica Lemmon


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no había visto a Jayson, pero daba igual. Había conseguido su objetivo. Había ido a la boda de Royce y Taylor acompañada, con lo que no acabaría echándose sobre Jayson ni intentaría quitarle los pantalones.

      Denver se abrió paso hasta las sillas dispuestas en lo más alto de la colina, desde donde había una hermosa vista de los viñedos. Gia se unió a la otra dama de honor, su cuñada Addison, que estaba embarazada.

      Addi suspiró y miró a Gia.

      –Estoy bien.

      –Es tu oportunidad de vengarte de Taylor por ponerse de parto en tu boda –bromeó Gia.

      –Veré lo que puedo hacer –dijo Addi entre risas.

      El violinista empezó a tocar y Gia inició la marcha por la alfombra blanca junto a la otra dama de honor, sin dejar de sonreír al fotógrafo. Al pasar junto a su hermano Royce le guiñó el ojo, antes de desviar la mirada a Brannon, que la saludó con una inclinación de cabeza.

      El corazón se le aceleró al ver a Jayson. Sabía que sería otro de los testigos de la boda y que estaría junto a sus hermanos, pero no estaba preparada para verlo al otro extremo del pasillo. Ellos también se habían casado al aire libre, aunque lo habían hecho frente al mar en vez de mirando hacia los viñedos.

      Su sonrisa se tensó y apretó con fuerza el ramo de lilas. Podía hacer aquello, tenía que hacerlo por su hermano.

      Se colocó en su sitio y buscó entre los asistentes a su acompañante. Lo vio sentado en la segunda fila, repantingado. Antes de que pudiera pensar qué le parecía, Addison se colocó a su lado y Taylor comenzó a avanzar por el pasillo hasta el altar.

      Taylor estaba muy guapa con su vestido blanco de novia. Gia se emocionó al ver a su mejor amiga tomar la mano de Royce, y unas lágrimas rodaron por sus mejillas al pensar que estaban a punto de convertirse en hermanas.

      En cuanto Royce besó a su novia, y después de que Addison y Gia dieran cuenta de varios pañuelos de papel, los asistentes vitorearon a los nuevos señor y señora Knox. La música comenzó a sonar, señal de que la ceremonia había acabado.

      Brannon pasó a su lado y se acercó a Addi.

      –Lo siento, hermanita, pero mi esposa me necesita.

      Addison, con una mano en su abultado vientre, tomó del brazo a su marido. Bran le susurró algo al oído y ella le contestó que todavía estaba bien.

      –Creo que te tendrás que conformar conmigo –dijo Jay, ofreciéndole a Gia su brazo.

      –Son los sacrificios que hacemos por los que queremos –replicó ella antes de detenerse para sonreír al fotógrafo–. No veo a tu acompañante.

      –Está sentada detrás del tuyo.

      Gia volvió la cabeza y vio a su cita charlando animadamente con una atractiva morena. Tuvo que parpadear dos veces para asegurarse de que estaba viendo bien.

      –¿Esa no es…?

      –Natasha Tovar, la top model.

      –¿Así que Mason te ha emparejado con Miss Sports Illustrated?

      –Él nos presentó. Dice que le gusta mi acento.

      Cada vez que se inclinaba hacia ella, Gia sentía que no podía pensar con claridad.

      –Tú no tienes ningún acento.

      –Para Natasha sí. Es rusa.

      –Me alegro por ella –refunfuñó Gia.

      Los invitados se acercaron a la carpa que se había montado y Gia y Jayson se quedaron esperando a sus acompañantes. Al ver a la modelo acercarse, Gia frunció los labios. Al natural, aquella atractiva morena era tan guapa o más que en las páginas de las revistas. Era alta y de largas piernas, y tenía los pómulos marcados y los ojos grandes. A cada paso que daba, su vestido corto negro dejaba entrever un muslo firme.

      –¿Y tu chico? –preguntó Jay, bajando la voz–. ¿Acaso no tiene un peine o es así como se peinan ahora los jóvenes?

      Gia volvió su atención hacia Denver.

      –Admito que es divertido salir con un hombre joven después de haber estado tanto tiempo saliendo con un hombre mayor.

      Jay sonrió, muy seguro de sí mismo.

      –Uno mejora con los años, cariño.

      Se le erizó el vello de los brazos, como le sucedía cada vez que percibía la sensualidad de su exmarido, lo que ocurría más a menudo de lo que le gustaría. Por suerte, sus acompañantes se unieron a ellos antes de que Jayson se diera cuenta de su reacción.

      –Oye, tía, ¿sabes quién es? –preguntó Denver a Gia, señalando con el pulgar hacia Natasha.

      –Natasha Tovar, ¿no es así? –dijo Gia teniendo la mano–. Es un placer conocerte. No sabía que estuvieras saliendo con nuestro Jayson.

      –Coop y yo nos conocimos hace unos días y congeniamos. Él no es gay como su hermano.

      Gia apretó los labios para contener la risa y se volvió hacia Jayson.

      –No sé si deberías tomártelo como un cumplido.

      –Parece que a Denver todavía le quedan dientes –dijo Jayson entre dientes–. Me alegro por ti.

      Gia lo miró de reojo y lo vio sonreír con malicia antes de acercarse a Natasha y llevársela. Se quedó mirándolos mientras se alejaban, maldiciendo para sus adentros por lo buena pareja que hacían.

      –Es impresionante –soltó Denver, y le puso una mano en la cintura.

      –No todos nacemos jirafas –dijo ella con sorna.

      –No, muñeca, tú desde luego que no.

      Denver dobló las rodillas para ponerse a su altura, la tomó por los brazos y la miró a los ojos.

      –Tú eres preciosa, pero en otro sentido. Estás en otra liga.

      A juzgar por su sonrisa, aquello debía de ser un cumplido.

      –Gracias.

      –De nada.

      –Vayamos a pillar algo de papeo.

      Se dirigieron a la carpa que daba hacia los viñedos. Había más gente en aquella boda que en la de Addi y Bran. Fácilmente había el triple de invitados. Con un poco de suerte, no se volvería a cruzar en toda la noche con Jayson y Natasha. Pero cuando se acercaron a la barra, allí estaba Jayson, ofreciéndole una copa de champán a Natasha.

      –¿Qué te parece, muñeca? ¿Te ape unos tragos? –le preguntó Denver.

      Jayson se volvió y frunció el ceño.

      Gia se dirigió al camarero, ignorándolos a ambos.

      –Un dirty martini con tres aceitunas. Si puede ser, rellenas de queso azul.

      –Un chupito de ron y una cerveza IPA.

      Denver no parecía haber reparado en la mirada de desaprobación de Jayson. Tampoco importaba. Le gustaba tan poco su acompañante como a él la suya.

      El camarero les sirvió sus bebidas y Jayson, con una copa de vino en una mano y la otra alrededor de la cintura de Natasha, señaló hacia una mesa libre.

      –Dirty martini –dijo Natasha entre risas antes de echar a andar con Jayson.

      –¿Qué demonios significa eso? –susurró Gia para sí.

      –Significa que estás en la onda, muñeca –contestó su acompañante.

      –Gia –bramó, asesinando a Denver con la mirada–. Me llamo Gia.

      –Jee-ahh.

      Ella suspiró. Prefería que la llamase así y no muñeca.


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