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La noche del dragón. Julie KagawaЧитать онлайн книгу.

La noche del dragón - Julie Kagawa


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      —Por supuesto —confirmó el noble de inmediato—. Éstas no son mis tierras, pero lo que se ha hecho aquí es blasfemo y una afrenta al Imperio. La magia de sangre se castiga con la muerte, y aquéllos que se involucran en esa oscuridad pierden la vida. Con mucho gusto libraré al Imperio de tal maldad.

      El ronin se encogió de hombros.

      —Bueno, no tengo adónde más ir —dijo—. Luchar contra hordas de muertos parece una forma divertida de pasar una noche. A menos que votemos por quedarnos aquí para asegurarnos de que no se desperdicie el sake… ¿No? Bien, entonces iremos por los magos de sangre.

      Yumeko me miró.

      —¿Tatsumi?

      —Estoy contigo, Yumeko —respondí simplemente—. Sólo apunta en qué dirección y me aseguraré de que mueran.

      La doncella del santuario sacudió la cabeza y luego se volvió hacia los campesinos.

      —¿Tal vez hay una puerta trasera por la que podamos colarnos? —preguntó—. ¿Para evitar atraer la atención de los muertos afuera?

      Algunos de ellos asintieron.

      —Por aquí —dijo la mujer, y nos condujo a través de la casa de sake hasta una puerta al final de un almacén—. Esto conduce al callejón entre la casa de sake y el restaurante de al lado —nos dijo en voz baja—. Desde aquí, los muelles están al oeste, y el almacén se encuentra en el extremo sur del muelle. Tengan cuidado.

      —Haremos todo lo posible —dijo Yumeko.

      La mujer agarró la manga de Yumeko.

      —Gracias —susurró—. Gracias. Que los kami los protejan a todos.

      Ella se alejó con rapidez y nos dejó solos en la oscura habitación. La miko dejó escapar otro suspiro.

      —Bueno —dijo en voz baja, mirándonos—, ¿alguna idea de cómo vamos a pasar entre un ejército de muertos resucitados?

      —¿Cortando un camino justo a través de ellos? —sugerí.

      —Eso no es muy sutil, Kage-san —la doncella del santuario frunció el ceño—. Y no sabemos a cuántos tendremos que enfrentar. Podría haber cientos allá afuera, tal vez miles. Dejaríamos que los magos de sangre supieran exactamente dónde estamos.

      —No veo otra manera —la mandíbula de la miko se tensó y me encogí de hombros—. A menos que quieras que vaya yo solo. Puedo pasar entre ellos sin ser visto, dirigirme al almacén y enfrentarme a los magos.

      —No —de inmediato, el noble sacudió la cabeza—. Nadie aquí pelea solo, Kage-san. No es que dude de tus habilidades, pero no podemos perderte. Ésta es nuestra guerra. La pelearemos juntos.

      —Bien —el ronin echó los hombros hacia atrás—. Entonces, aplicaremos la vieja patada en la puerta para matar todo aquello que se acerque, ¿cierto? Parece ser nuestro método favorito. No estoy seguro de cuántas cosas muertas puedo matar con un puñado de flechas, pero al menos seré un objetivo jugoso.

      —Aguarden —llegó la voz de Yumeko, y una onda de magia de zorro se elevó por el aire. Se volvió y se llevó algo a la cara: una máscara pálida y sonriente que parecía brillar en la oscuridad—. Tengo una idea.

      5

      ENGAÑAR A LOS MUERTOS

      Yumeko

      Abrí la puerta con cautela y me asomé a través de la pequeña abertura. Un callejón tranquilo me saludó. Por el momento, estaba vacío. Tomé una respiración furtiva para calmar mi corazón.

      Espero que esto funcione.

      —Por los kami, no puedo creer que estemos haciendo esto —susurró Reika ojou-san a mis espaldas—. ¿Qué te hace pensar que esto va a funcionar, kitsune?

      Eché un vistazo por encima de mi hombro. La cara de Reiko ojou-san estaba oculta detrás de la máscara blanca de cadáver, pero no tenía dudas de que me estaba frunciendo el ceño. Los otros estaban presionados detrás de ella, usando las mismas máscaras blancas, y parecían bastante muertos. Su piel lucía gris e hinchada, y sus ropas estaban desgarradas y ensangrentadas. Okame-san tenía incluso una flecha sobresaliendo de su espalda, y un perfil del largo cabello blanco de Daisuke-san estaba manchado de rojo. Un grupo de cadáveres enmascarados era tal vez la ilusión más sombría que había tenido que crear, y la tensión de mantener activa tanta magia de zorro a la vez comenzaba a desgastarme, pero era la mejor solución que se me había ocurrido.

      Le dediqué a la doncella del santuario una sonrisa débil, a pesar de que mi rostro también estaba oculto detrás de una máscara.

      —Bueno, no parecían saber la diferencia entre una ilusión y la realidad cuando nos encontramos por primera vez —dije—. Espero que no puedan ver a través de la magia de zorro y que podamos caminar hasta el almacén.

      —Nunca es tan fácil.

      —Tal vez lo será esta vez —miré hacia un lado y hacia el otro en el callejón para asegurarme de que todavía estaba vacío, y asentí—. Muy bien, parece que está despejado. Sólo… actúa como si estuvieras muerta, Reika ojou-san. Arrastra los pies un poco.

      Me fulminó con la mirada, pero la ignoré y salí al callejón.

      Casi en cuanto salí, hubo un movimiento al final de la calle y apareció un cuerpo, golpeando la esquina de la casa de sake. Me miró con sus ojos grises y me quedé congelada, preguntándome si podría oler mi aliento y escuchar los latidos de mi corazón, indicadores seguros de que no era uno de los muertos resucitados. Pero después de un largo y escalofriante momento, el cadáver se volvió y se alejó tambaleándose, y entonces exhalé lentamente, aliviada.

      —Has sido bendecida por el mismo Tamafuku —murmuró Reika ojou-san detrás de mí—. Esperemos que esa gran suerte tuya se mantenga hasta que lleguemos al almacén.

      Con cuidado, nos dirigimos hacia los muelles, tratando de permanecer fuera de la vista, pero sin que pareciera que estábamos tratando de permanecer fuera de la vista. Era casi imposible. Los cadáveres vivos llenaban las calles, arrastrándose sin rumbo por el barro o tan sólo parados en un lugar, sin mirar nada. Sin embargo, no parecían notarnos cuando pasábamos a su lado; parecía que la ilusión, o la presencia de las máscaras blancas que ocultaban nuestras caras, estaban funcionando.

      A través del fuerte hedor a sangre y descomposición, percibí el débil y limpio olor del océano y escuché el chapoteo de las olas contra las piedras. Atravesamos el espacio entre dos edificios y aparecieron los muelles, una serie de largas pasarelas de madera que se extendían sobre el agua. Unos cuantos barcos más pequeños y botes pesqueros se balanceaban suavemente cerca de la orilla, y un solo barco grande estaba cerca del final de los muelles.

      Había muchos más muertos levantados aquí, deambulando por los muelles e incluso tropezando con las cubiertas de los barcos. Pero la mayoría pululaba alrededor de un largo almacén de madera en el extremo más alejado de los muelles. Podía sentir una oscuridad emanando del edificio, una magia que se sentía como gusanos retorciéndose y moscas zumbando, la mancha inconfundible de la magia de sangre.

      Miré a los demás, buscando sus ojos detrás de las máscaras.

      —¿Ahora qué? —pregunté.

      Tatsumi se encontró con mi mirada.

      —Sigamos adelante —murmuró con voz muy baja—. El almacén es nuestro objetivo.

      Eché un vistazo a los enjambres de cuerpos que se agitaban entre nosotros y el distante almacén, y mi piel se erizó. No había manera de pasar sin tener que arrastrarnos a un brazo de distancia de la multitud de muertos. Una mirada superficial era una cosa, pero ¿mis ilusiones se mantendrían si nos acercábamos tanto? ¿O si alguno de ellos nos tocaba?

      Cuando comenzamos a caminar, metí la mano en mi obi y encontré una de las hojas que había escondido en los


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