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Nuestros enojos. Claudio RizzoЧитать онлайн книгу.

Nuestros enojos - Claudio Rizzo


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reactivo podemos citar ejemplos tales como: “Estoy conduciendo y se produce un atasco”; “me han prometido algo y no han cumplido”; “esperaba algo de mi mujer, mi marido, mis hijos, mis hermanos de comunidad, etc., y lo que esperaba no ocurrió”. Los motivos son numerosísimos. Ahora bien, si no nos ocupamos de alistarlos puede que reprimamos. Y no es exactamente la propuesta de Efesios. La releemos al principio: “Si se enojan… no permanezcan...”, lo que equivale a decir salgan, salgan de ese estado.

      La humildad, como en tantas cosas, también ayuda notablemente en estos casos. Los enojos leves suelen tener corta duración (son reactivos). En cambio, los crónicos son sentimientos, por tanto, permanecen haciendo lo propio, es decir frustrarnos, hasta que no los resolvamos. Estos últimos suelen ser amenazadores. Por la duración en el síntoma es que son patológicos. En todos los casos, siempre existe un factor común: la frustración. Si los enojos son sentimentales, a medida que no los trabajamos se produce un cúmulo de insatisfacciones que luego va minando toda nuestra vida. ¡Atención!, parece ser que todo empieza a ir mal… y esto es así…

      Nuestras emociones necesitan paz, bienestar, tranquilidad para poder sostener nuestra propia entidad. A veces, nos enojamos con nosotros (por no tener la humildad de aceptar nuestros límites: vacíos, oscuridades, debilidades). Otras, nos enojamos por la falta de tolerancia con nosotros y con los otros o con ciertas situaciones (todo pasa en la vida… Dios no se muda).

      Otras, nos conectamos con la irritación que desde el mundo externo nos pueden proyectar por envidia, malicia, codicia… (cuidémonos también de estas últimas). Alguna vez sostuvimos que afuera puede llover, pero por dentro no mojarnos… Este símbolo ilustrativo apunta a preparar una personalidad evangélica (con dones y carismas) en los que la formación juega un rol esencial, y así no permeabilizar todo lo que pueda afectarnos ya sea por nuestro ego, por la injusticia personal, por nuestro temperamento, por nuestra fama o reputación. “El Padre que está en lo secreto lo ve todo y él te recompensará” (éstos son los caminos misteriosos de la Providencia de Dios). Recordemos: para los que estamos en el Camino “estaré siempre con ustedes hasta el fin de los tiempos”.

      Cuando la energía del deseo que se encamina hacia su realización encuentra un obstáculo. La obstrucción que éste produce genera una sobrecarga energética en ese deseo. Esta sobrecarga es lo que llamamos enojo. Es relevante destacar que la función original de esa sobrecarga de energía es asegurar la realización del deseo y la necesidad amenazada. Lo que ocurre es que al no saber cómo implementar adecuadamente tal sobrecarga de energía, en lugar de contribuir a la resolución se convierte en un problema más.

      “Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:

      con la alabanza de los niños y de los más pequeños”.

      Salmo 8, 2b-3b

      2ª Predicación:

       “Nuestros enojos: conflictos enigmáticos (2)

       “El enojo y la metanoia” (2)

      “El que disimula su odio tiene labios mentirosos,

      y el que levanta una calumnia es un necio”.

      Proverbios 10, 18

      Esta enseñanza sapiencial nos conduce a poder develar que el odio es una forma encubierta del enojo. Si tomamos como situación ejemplificadora el enojo de San Pablo por aquellos que seguían al Señor, vamos a recordar que partió rumbo a Damasco y lo hizo dado que estaba “determinado por pensamientos negativos”, los cuales son la base de todo enojo. Es la mente la que experimenta una turbación negativa, por cierto. San Pablo respiraba aún “amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (Hch 9, 1). Sin embargo, al tener un encuentro personal con el Cristo resucitado, su pensamiento fue transformado de negativo en positivo. Tengamos en cuenta que Pablo evangelizó en el Oriente en cuatro viajes misioneros, después de un arduo trabajo evangelizador-misionero. Entonces, deseando comenzar con la evangelización por el Occidente, es decir, por España, escribió una carta a los cristianos romanos anunciándoles su visita. Les dice: “Pero ahora, no teniendo más campo en estas regiones, y deseando desde hace muchos años ir a ustedes, cuando vaya a España, iré a ustedes” (Rom 15, 23-24). Esta escena nos ayuda a comprender que no hay evidencias de que haya sido un masoquista que gozara con el dolor, dado que él no ha vivido fácilmente. Tuvo muchos tropiezos de distinta índole: físicos, comunitarios, religiosos. Es admirable para nuestra formación de hoy poder rescatar que él supo encontrar algo positivo aún en las cosas que parecían totalmente negativas. En Damasco, los discípulos lo bajaron por el muro en una canasta para salvarle la vida (Hch 9, 23). Y si seguimos leyendo los Hechos de los Apóstoles, encontramos que Pablo fue apedreado en Listra, azotado y encarcelado en Filipos, debió apelar a César para abortar un complot para asesinarlo, sufrió un naufragio cuando viajaba a Roma, y demás dificultades…

      Todos vamos comprendiendo, la necesidad que expresa el Apóstol en Rom 12, 1-2: cambiar la mentalidad o renovar el entendimiento. Quisiera conjuntamente a este texto, traer en paralelo la carta a los Filipenses:

      “Entonces, la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús. En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos” (Fil 4, 7-8).

      San Pablo ha sido un hombre aculturado, esto es, adoptó y adaptó, lo propio de la cultura como herramienta para sus predicaciones. Hoy nosotros hablamos de compartir los aportes de las ciencias humanas en nuestra vida; hablamos del inconsciente y los mecanismos de defensa, que no nos defienden, sino que nos engañan para que podamos ver plenamente la realidad en la que vivimos. Los mecanismos de defensa están en pugna con la acción del Espíritu Santo, quien nos convence de pecado que consiste en no haber creído en él (Jn 16, 8). Los pecados intentan persuadirnos de que no somos pecadores. Por tanto, los mecanismos no facilitan la humildad.

      ¿Qué sucede, por consiguiente, con nuestros enojos: los soterramos o los enfrentamos? Recordemos: “Lo que no es asumido no es redimido” (San Ireneo s. II).

      Convengamos que todo enojo es una sobrecarga de energía psíquica que al no descomprimirse puede generar una astenia física y psíquica. Hay mucha gente que está estresada debido a sus enojos. Dicho de otro modo, el estrés es la relación entre la amenaza de nuestros conflictos (entre ellos, los enojos) y la capacidad de abordarlos

      Tal sobrecarga, en lugar de contribuir a la resolución del problema, a menudo se convierte en un problema más.

      Desde el punto de vista químico, ante la presencia de un obstáculo vivido como amenaza, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina, los neurotransmisores que posibilitan los comportamientos de alerta y actividad, de confrontación y lucha. No sucede así cuando nuestros enojos se encausan en Dios a través de la Preciosa Sangre de Cristo.

      En épocas primitivas de la humanidad, cuando la amenaza a la integridad territorial se dirimía en una confrontación física, en una lucha cuerpo a cuerpo, esta respuesta adrenérgica era, sin duda, la más adecuada, porque en tales casos se imponía incrementar la fuerza física para encarar la batalla. Todos conocemos, ya sea por experiencia personal o por los innumerables ejemplos de personas que así lo testimonian, cómo en una situación de ira se dispone de una fuerza mucho mayor de la habitual.

      El desajuste se produce cuando seguimos utilizando una respuesta biológica de ira generada en situaciones antiguas para resolver situaciones actuales que no requieren tanta respuesta adrenalínica.

      El enojo es útil para aumentar la fuerza física pero no es útil para aumentar la capacidad de coordinación necesaria para resolver un problema. Imaginemos a un cirujano que encuentra obstáculos durante una operación, se enoja y mantiene ese estado. Su ira entorpecerá, sin duda, su capacidad para resolver los problemas a que deberá enfrentarse durante la intervención quirúrgica. Lo mismo si le sucede a un sacerdote en pleno ministerio de la reconciliación… En ambos casos, podríamos llegar a pensar que el enojo da eficacia… Un conocido


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