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Un amor de juventud. Heidi RiceЧитать онлайн книгу.

Un amor de juventud - Heidi Rice


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de Monique iba a convertirse en una mujer extraordinaria y tan valiente como Juana de Arco!»

      –Entonces, ¿ya no tienes que hacer más repartos esta noche? –preguntó Dominic.

      La chica frunció el ceño. Pero, a pesar de saber que la habían pillado mintiendo, lo miró directamente a los ojos.

      –No, ya no tengo más repartos. Te he mentido.

      Dominic lanzó una queda carcajada.

      –Touché, Allycat.

      Dominic paseó la mirada por el juvenil y delgado cuerpo de ella que vibraba por la tensión. Los altos y firmes pechos, que el empapado tejido del impermeable dejaba ver, se agitaban al ritmo de la entrecortada respiración de ella. Llevaba el cabello, castaño y ondulado, recogido en una corta cola de caballo. Ally tenía el cutis muy pálido, casi transparente, y profundas ojeras. Eso, unido a la mancha de aceite en la barbilla, debería conferirle un aspecto desastroso. Sin embargo, parecía la doncella de Orleans, apasionada y decidida.

      Y, por ello, hermosa.

      No muy diferente a su madre, según lo que podía recordar de ella.

      Monica Jones había sido la amante de su padre durante ese corto verano en el que su padre le había admitido en su casa. Pero la verdad era que era la hija de Monica, la chica que tenía delante, de quien se acordaba con mayor claridad.

      Una niña aquel verano, quizá diez u once años, que le había seguido a todas partes como un perrillo faldero. Y le había defendido durante el altercado con su padre. Le había plantado cara a aquel sinvergüenza y, por ello, él había sentido una extraña conexión con la chica. Y, al parecer, esa conexión no había muerto. No del todo.

      Aunque se había transformado en algo mucho más potente, a juzgar por la descarga eléctrica que le había corrido por el brazo al tocarla.

      Era deslumbrante a la vez que natural. El súbito deseo de agarrarle el rostro y besarla le tomó por sorpresa.

      ¿Por qué la deseaba, teniendo en cuenta que carecía de toda sofisticación? ¿Qué más le daba a él que ella tuviera frío, que estuviera mojada y que tuviera una herida en la pantorrilla? No era asunto suyo.

      Quizá se debiera a la sorpresa de volver a verla y a los recuerdos que había evocado.

      –Cuando te hayas secado y hayamos curado tu herida pediré un taxi para que te lleve a tu casa, a ti y a tu bicicleta –de ninguna manera iba a permitir que fuera en bicicleta hasta su casa esa noche, en medio de una tormenta que más bien parecía un huracán.

      La vio temblar y después notó el pequeño charco a los pies de ella.

      –Hay un baño en el primer piso. Sécate. En el mueble, hay ropa seca, ponte lo que quieras. Entretanto yo iré a por el botiquín, después me reuniré contigo ahí.

      El rostro de ella enrojeció. Se la veía cansada y tensa, parecía un gatito asustado.

      –No tienes por qué molestarte –dijo ella.

      –Lo sé –respondió Dominic–. Venga, sube ya, antes de que me inundes el vestíbulo.

      Capítulo 3

      POR FIN he averiguado dónde tenía escondido el botiquín mi ama de llaves –anunció el anfitrión de Ally nada más entrar en el amplio estudio del primer piso, y dejó el botiquín encima de la mesa de caoba.

      Ally se tragó el nudo de la garganta producido por la angustia. ¿Cómo conseguía Dominic absorber todo el oxígeno de una estancia al entrar en ella? En fin, al menos ya había entrado en calor, estaba seca y limpia. Desgraciadamente, el enorme chándal que había encontrado en la habitación de invitados, contigua al estudio, olía a él. Se lo había puesto después de darse una ducha increíblemente rápida en el baño de la habitación.

      Ahora que iba descalza, Dominic aún le parecía más alto. Los pantalones de traje y la camisa blanca de confección impecable acentuaban el buen tono muscular y la esbeltez de su cuerpo.

      –Ya veo que has encontrado algo de ropa –dijo Dominic mirándola con intensidad.

      –Sí, gracias –respondió ella con nerviosismo.

      –¿Te sangra aún la herida de la pierna?

      –Creo que no. Me he limpiado la herida con la ducha. Creo que está bien.

      –Vamos a ver –Dominic le indicó un sillón en un rincón del estudio–. Siéntate para que eche un ojo a esa herida.

      A Ally se le erizó la piel. Pensó en negarse, pero vio que Dominic no iba a aceptar un no por respuesta. Entonces, atravesó la estancia, intentando no cojear, y se sentó en el sillón. Cuanto antes acabaran con eso antes podría volver a respirar con normalidad.

      Se quedó perpleja al ver que Dominic se arrodillaba delante de ella. Se agarró con fuerza a los brazos del sillón cuando él abrió el botiquín y comenzó a hurgar dentro.

      ¿Cómo era posible que se encontrara en esa situación? ¿Cómo era posible que estuviera jugando a los médicos con Dominic LeGrand, en su mansión, en la intimidad de su estudio, vestida con un chándal de él y prácticamente nada más?

      Sintió una intensa comezón en la entrepierna.

      ¿Por qué se avergonzaba de su reacción? Los dos eran adultos. Dominic siempre la había cautivado, incluso de jovencito, y ahora era un reconocido donjuán. Lo que ocurría era que encontraba a Dominic abrumador; sobre todo, teniendo en cuenta la poca experiencia que ella tenía con los hombres.

      Entre cuidar a su madre, encargarse del sostén de la familia y los estudios, no había tenido tiempo ni oportunidades para nada más. De hecho, seguía siendo virgen. Eso explicaba por qué la exagerada reacción de ella ante una persona tan arrolladora como Dominic.

      Tras esa explicación de por qué Dominic la atraía tanto, se lo quedó mirando mientras él dejaba encima de una mesa baja unas gasas y toallitas desinfectantes.

      A pesar de estar arrodillado, su cabeza estaba casi al mismo nivel que la de ella. La luz de la lámpara alumbraba los mechones dorados de él. También se fijó en la cicatriz y se preguntó cómo se la habría hecho.

      Cuando Dominic le agarró un pie, ella dio un respingo en el asiento. Sintió un profundo calor en el sexo cuando los callosos dedos de Dominic le rodearon el tobillo.

      –¿Te duele? –preguntó Dominic clavando sus ojos color chocolate en los de ella.

      –No, es solo… –«ningún hombre me ha tocado ahí nunca. Increíble que un tobillo pueda ser una zona erógena».

      –Bien –Dominic frunció el ceño, pero no insistió–. Si te hago daño, dímelo.

      Ally asintió, el cuerpo entero le vibró cuando Dominic le subió la pernera del pantalón hasta por encima de la rodilla.

      –Una herida fea –murmuró él mientras agarraba una de las toallitas desinfectantes–. ¿Cómo te la has hecho?

      –Me crucé con tu novia cuando ella salía de tu casa.

      –¿Mira te ha hecho esto? –dijo él sin disimular una repentina cólera.

      Ally asintió, a pesar de que se arrepentía de habérselo dicho.

      ¿Para qué sacar el tema de la ruptura del noviazgo de Dominic? Al contárselo, se había mostrado pragmático, pero podía haberle restado importancia falsamente. Igual que había fingido no dar importancia a que su padre, años atrás, se hubiera referido a él como a su «hijo bastardo» durante una cena, sentados a la mesa; o igual que la falsa sonrisa de él al recibir una bofetada de Pierre, y ella tratando de defenderle.

      –Hay gente que se merece que le hagan daño, ma petit –la respuesta del padre de Dominic todavía la turbaba.

      Nadie se merecía


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