Mentalidades matemáticas. Jo BoalerЧитать онлайн книгу.
bien recibido por los clientes estadounidenses, de manera que el equipo volvió a reconcebir toda la estrategia... y cometió muchos más errores antes de acabar por crear la marca Starbucks.
Peter Sims, escritor de The New York Times, ha escrito mucho sobre lo importantes que son los errores para el pensamiento creativo y empresarial (Sims, 2011). Señala lo siguiente:
La imperfección forma parte de cualquier proceso creativo y de la vida; sin embargo, por alguna razón, vivimos en una cultura que le tiene un miedo paralizante al fracaso, lo cual impide emprender acciones y fomenta un perfeccionismo rígido. Este es el estado mental más contraproducente que uno puede tener si quiere ser más creativo, inventivo o emprendedor.
Sims también resume así los hábitos de los individuos que tienen éxito:
El hecho de estar equivocados no les produce incomodidad.
Prueban a poner en práctica ideas aparentemente descabelladas.
Están abiertos a las experiencias diferentes.
Consideran ideas sin prejuzgarlas.
Están dispuestos a ir en contra de las ideas tradicionales.
Siguen avanzando en medio de las dificultades.
Hace un tiempo impartí un curso en Internet: «How to Learn Math: For Students» (‘Cómo aprender matemáticas: para estudiantes’). En el momento de escribir estas líneas, han participado en él más de cien mil personas. Este curso está diseñado para proporcionar a los estudiantes la mentalidad de crecimiento, para mostrarles las matemáticas como atractivas y emocionantes, y para enseñarles estrategias matemáticas importantes que ofreceré en este libro. (Encontrarás este curso en https://www.youcubed.org/online-student-course/).
Impartí el curso con algunos de mis alumnos universitarios de Stanford, que representaron los hábitos descritos por Peter Sims, los cuales Colin, el productor del curso, hizo más interesantes con la adición de algunos «decorados» y personajes.
Estos hábitos son tan importantes en las clases de matemáticas como lo son en la vida, pero a menudo están ausentes en el aula y cuando los estudiantes hacen los deberes * de matemáticas en casa. Se trata de que los estudiantes se sientan libres al trabajar con esta materia —libres de probar varias ideas sin miedo a la posibilidad de equivocarse—, de que estén abiertos a abordar las matemáticas de manera diferente, de que estén dispuestos a jugar con ellas al hacer las tareas, ** de que intenten aplicar ideas aparentemente locas (ver el capítulo cinco). Se trata de que vayan en contra de las visiones tradicionales y rechacen la idea de que solo algunas personas pueden estudiar matemáticas y, por supuesto, se trata de que sigan adelante cuando la asignatura se ponga difícil, incluso cuando no puedan ver una determinada solución de inmediato.
¿Cómo podemos cambiar la manera en que los estudiantes ven los errores?
Una de las cosas más efectivas que puede hacer un profesor o un padre es darle otro tipo de mensaje al estudiante en relación con los errores que cometa y las respuestas incorrectas que ofrezca en el campo de las matemáticas. Recientemente recibí un vídeo muy conmovedor de un profesor que hizo mi curso en línea y comenzó el año enseñándole a una clase compuesta por alumnos con resultados académicos insuficientes lo importantes y valiosos que son los errores. Los estudiantes cambiaron completamente a lo largo del año; superaron sus anteriores suspensos y pasaron a implicarse positivamente con las matemáticas. El vídeo mostraba a alumnos que hacían sus reflexiones; hablaban sobre el mensaje de que los errores hacen crecer el cerebro, y afirmaban que esta idea había cambiado su realidad como estudiantes. Decían que previamente se habían considerado unos fracasados, y que esa mentalidad había obstaculizado sus progresos. Su nuevo profesor les había dado unos mensajes y unos métodos de enseñanza que los motivó a desprenderse de su miedo a las matemáticas, que habían albergado durante años, y a abordar esta materia con ilusión. Cuando enseñamos a los estudiantes que los errores son positivos, ello tiene un efecto increíblemente liberador.
En mi curso en línea para docentes y padres, compartí la nueva información sobre los errores y planteé un desafío. Les pedí a los participantes que diseñaran una nueva actividad, para realizar en el aula o en el hogar, que indujera a ver los errores bajo una nueva luz. Una de las propuestas más interesantes la ofreció una maestra; me dijo que comenzaría la clase pidiéndoles a los alumnos que arrugaran una hoja de papel y la lanzaran a la pizarra con el sentimiento que tenían cuando cometían un error en matemáticas. Los invitaría así a expresar sus sentimientos, generalmente de frustración. Luego, les pediría a los alumnos que recuperaran su papel, lo alisaran y trazaran líneas sobre todas las arrugas con rotuladores de colores, que representarían el crecimiento de su cerebro. Finalmente, les pediría que conservaran ese papel dentro de su carpeta durante el año escolar, como recordatorio de la importancia de los errores.
Hace un par de años que estoy trabajando codo a codo con Kim Halliwell, una maestra inspiradora que forma parte de un grupo de profesores del Distrito Escolar Unificado de Vista. Cuando visité el aula de Kim el año pasado, vi las paredes cubiertas de entrañables dibujos de cerebros hechos por sus alumnos, acompañados de mensajes positivos sobre el desarrollo del cerebro y los errores. Kim me explicó que les había pedido a los estudiantes que tomasen sus mensajes favoritos sobre el desarrollo del cerebro entre aquellos que habían revisado juntos y los escribiesen al lado de sus dibujos, en la misma hoja.
Otra estrategia destinada a resaltar el papel de los errores en el aula consiste en pedirles a los estudiantes que entreguen cualquier tipo de trabajo, incluso exámenes que hayan hecho (aunque cuanto menos examinemos a los alumnos, mejor, como explicaré en el capítulo ocho); con ese material en sus manos, el profesor elige sus «errores favoritos». El profesor debe decirles a los alumnos que va a buscar sus errores favoritos, los cuales deben ser conceptuales, no numéricos. Luego, puede exponer los errores a la clase y abrir un debate sobre el origen de cada uno y el motivo por el cual eso es un error. Este también es un buen momento para insistir en el importante mensaje de que cuando el alumno se equivocó, fue algo positivo, porque se encontraba en una etapa de esfuerzo cognitivo y su cerebro estaba destellando y creciendo. Asimismo, exponer errores y hablar de ellos es bueno porque si un estudiante comete un error, podemos saber que otros también lo han cometido, por lo que es muy útil para todos poder reflexionar sobre ese fallo.
Si se pone nota a los deberes de matemáticas (una práctica inútil de la que hablaré más adelante) y los alumnos reciben una calificación baja por haber cometido errores, reciben un mensaje muy negativo sobre equivocarse y el aprendizaje de las matemáticas. Para enseñar a los estudiantes la mentalidad de crecimiento y transmitirles mensajes positivos generales sobre el aprendizaje de las matemáticas, los docentes deberían evitar los exámenes y la evaluación de las tareas en la medida de lo posible (ver el capítulo ocho); y en caso de que continúen examinando y calificando, deberían poner la misma nota, o más alta, a los alumnos que cometan errores y añadir junto a la nota un mensaje que manifieste que los errores constituyen una oportunidad perfecta para el aprendizaje y el desarrollo cerebral.
Es importante darles valor a los fallos en clase, pero los profesores también deben dar mensajes positivos acerca de las equivocaciones en sus interacciones individuales con los alumnos. Mi propia hija recibió mensajes muy dañinos por parte de los maestros en sus primeros años en la escuela, lo que instauró en ella una mentalidad fija a una edad temprana. A los cuatro y cinco años de edad sufría problemas de audición, lo cual, en esa etapa, no fuimos capaces de detectar. A causa de ello, los maestros decidieron que tenía problemas cognitivos, y le mandaban hacer tareas fáciles. Ella era muy consciente de esto y, con solo cuatro años, un día al llegar a casa me preguntó por qué a los otros niños les daban tareas más difíciles. Sabemos que los alumnos dedican mucho tiempo, en la escuela, a tratar de averiguar qué piensan de ellos sus maestros, y ella llegó a la conclusión de que no la valoraban mucho. Debido a esto, se convenció de que era tonta.